01-04-2006 - Huellas, n.4

Filosofía

Maestro
de realismo vivido

El pasado 20 de enero fallecía en Buenos Aires el profesor Emilio Komar. Su vida hizo de él un gran luchador y un depurado pedagogo. Fue discípulo de grandes filósofos, entre ellos, Augusto del Noce. Su estilo de ensayo filosófico fue considerado como propio de un “nuevo Horkheimer” católico

Enrique María Serra

Nacido en Lubjana –Eslovenia– en 1921, cursó Jurisprudencia y se recibió en Turín, Italia, en 1943 bajo la guía de Alessandro Passérin d’Entrèves (doctor Honoris Causae de la Sorbona, junto a Jorge Luis Borges, en 1978). Sus grandes maestros en Filosofía fueron: Josip Turky y Eugen Spectorskij en Ljubljana y Fran Waland, Giuseppe Gemellaro y Carlo Mazzantini en Turín. Aquí trabó relaciones de profunda amistad y discipulado con Augusto Del Noce.
Su vida –que siempre fue muy probada– hizo de él un gran luchador. Oficial del ejército real durante la Segunda Guerra Mundial, íntimo colaborador de J. Kralj, participó en la Resistencia contra fascistas, nazis y comunistas. Fugado milagrosamente de estos últimos, se casó en 1944 con Majda Ahcic y, en 1948, tras una breve residencia en Turín (1945-7), la Argentina lo recibió como exilado.

Leyendo a Platón...
¡en griego!

Un viaje en tren fue la ocasión para que un profesor de Latín del Colegio Nacional de Buenos Aires lo descubriera, vestido como un obrero, leyendo a Platón... ¡en griego! Este encuentro casual marcó para Komar la entrada en el ámbito de la docencia superior y universitaria de filosofía. El contacto con César Pico –conocido intelectual católico argentino admirado por Ortega y Gasset– y otros exponentes de los antiguos Cursos de Cultura Católica (entre ellos monseñor Octavio Nicolás Derisi, Rector de la recientemente fundada Pontificia Universidad Católica Argentina) le hizo posible recibir en 1960 el ofrecimiento de hacerse cargo de la cátedra de Historia de la Filosofía Moderna, en la que llegó a formular una completa reperiodización de los esquemas dominantes más corrientes y una fundada revisión de sus contenidos. Desde 1971 y hasta su retiro en 1998 también dictó el curso de Ética.

Curso filosófico
Los apremios experimentados en su calidad de docente mal pagado le llevaron a limitar las –deseables– publicaciones, y a desarrollar, con gran propiedad, lo que él mismo denominó su “género literario” propio: el curso o cursillo filosófico, verdadero recorrido del pensamiento que privilegiando la transmisión oral de la experiencia, en forma vigorosa y directa, lo convirtió en un depurado pedagogo y divulgador de la filosofía cristiana, alcanzando a los más variados públicos.
Cultivó un tomismo genuinamente metafísico y personalista que le hizo destacar en su ambiente como un auténtico maestro de realismo vivido. Don Giussani lo supo reconocer en profunda sintonía con él mismo hasta llegar a encomendarle los hijos nacidos de su Carisma (véase Comunicado de CL en p. XX).

Un estilo de ensayo
filosófico

Habiendo regresado por única vez a Eslovenia e Italia en junio del ‘93, a instancias suyas disertó en la Católica de Milán sobre la “Actualidad del pensamiento de santo Tomás de Aquino”.
Muchos exponentes “laicos” de Argentina y del mundo conocieron sus aportes y supieron apreciarlo. Hace muy poco tiempo, en 2004, la publicación de cinco de sus libros en esloveno obtuvo un gran éxito y su estilo de ensayo filosófico fue considerado como propio de un “nuevo Horkheimer”, pero católico. Habrá que esperar aún un tiempo para que su aporte filosófico y cultural reciba la debida apreciación.

(Huellas publicó una entrevista al profesor Komar en el n. 2 de 1996, p. 12 ss., bajo el título: “Retorno a la realidad”)


un verdadero educador

Lúcido y apasionado. Así fue, durante más de cincuenta años, el magisterio del doctor Emilio Komar. Lúcido para captar lo esencial sin dejar de lado lo concreto. Apasionado en el contemplar y transmitir, hecha accesible y familiar a los más variados auditorios, “la verdad de las cosas”. Lleno de vibración para hacer vibrar a otros con el atractivo fundamental y la positividad de lo real y de su Creador.
Fue un verdadero educador, en las antípodas de la fluidez “postmoderna” y del tan frecuente nihilismo “alegre” de nuestros días. Con su vida y su magisterio supo mostrar existencialmente que el contacto con la realidad era posible y que el encuentro con un maestro experimentado como él ayudaba a descifrar en profundidad lo humano.
Tuvo la libertad de proponer el desafío educativo a través de muchos autores, aún ajenos a la tradición cristiana, por su enorme confianza en la “prepotencia de la verdad” que en ellos se traslucía: así nos enseñó a amar la verdad, y no a seguir una ideología. Habiéndolo reconocido como un genuino discípulo del gran Santo Tomás de Aquino, don Giussani no dudó en dirigirse a Komar para decirle: “somos como niños pequeños y necesitamos quien nos guíe” (dedicatoria a El sentido religioso, año 1987).
Llamado a presentarse ante el Padre de toda luz expresamos a su familia nuestra profunda gratitud por todos estos años de vida enteramente entregada en el seguimiento incondicional de Cristo y de la Iglesia. A ellos les somos deudores, especialmente en los Ateneos universitarios de nuestra patria, por habernos ofrecido en el doctor Emilio Komar un “maestro” genuino y un testigo fiel de la Verdad.

Comunicado de
Comunión y Liberación de Argentina
Buenos Aires, Febrero de 2006


Emilio Komar

La alternativa cultural de fondo La alternativa cultural de fondo se juega hoy entre el realismo y el idealismo. ¿Es el idealismo el adversario principal del cristianismo? Es su enemigo radical, porque el pensamiento idealista es la absoluta falta de respeto por lo dado: Concibe todo casi como si fuese creado ex nihilo; pero este partir de la nada hace que los idealistas se encuentren al final en y con la nada. ¿Por qué este final nihilista? «Deus eduxit res ex nihilo», dice santo Tomás, Dios ha creado el mundo de la nada. Si no existiese una fuerza, un bien, un Ser pleno, que existe desde siempre y para siempre, la única alternativa sería que las cosas se hubieran creado ellas solas: el ser sería el tránsito en un viaje que va de la nada a la nada. El nihilismo moderno es la necesaria consecuencia de esta posición que se encuentra en la raíz del propio idealismo. Pero nosotros no podemos hacer nada con la nada, nosotros somos sólo colaboradores de Dios en la creación del mundo. (...) Nosotros no somos “cosistas” como ellos dicen. La realidad, las cosas, no pueden ser tomadas como simples hechos; hay en éstos una profundidad irreductible. Así como detrás de una obra de arte hay un artista, alguien que las ha sentido, amado y realizado, también las cosas han sido ya pensadas, queridas y amadas por Dios. Nosotros, de hecho, pensamos las cosas después de Dios, y siguiendo el pensamiento que Dios ha tenido. Esta es una aproximación que los idealistas no pueden soportar... La idea de creación es fundamental para la comprensión del orden de las cosas.

El maestro
El artículo 41 del documento “La Escuela Católica” (1978) habla así de lo que es un maestro: un hombre «preparado y dotado de la sabiduría cristiana». Es decir, no sólo especialista en su materia, sino también hombre formado sapiencialmente. No se trata de una simple suma o yuxtaposición de los dos saberes, sino de una profunda convergencia entre ambos. Después se dice que tal maestro «transmite al alumno el sentido profundo de lo mismo que enseña»; esto es, no sólo hechos, informaciones, esquemas, fórmulas y métodos, sino el “sentido profundo” de todo aquello. Y, en tercer lugar, el maestro, mediante este sentido profundo, «trascendiendo las palabras, conduce al alumno al corazón de la verdad total». El camino a la “verdad total” pasa por la transmisión del “sentido profundo” de lo que se enseña. La “verdad total” tiene que surgir, con toda naturalidad, de una enseñanza que nunca puede quedar en la mera superficie porque por su propio peso tiende a penetrar en la razón honda de las cosas. (...) Lo que sale del corazón llega al corazón. Si el maestro explica lo que ama, lo que le gusta, lo maravilloso, entonces llega al otro que lo escucha.


Dos culturas, dos mentalidades

La profundidad no es privilegio de nadie. Y, con ella, la sabiduría. (...) Y es cierto. Y, por otro lado, la sencilla cultura popular puede ser depositaria de tesoros de sabiduría y profundidad. Pensemos en el elogio de los pastores de la montaña castellana, hecho por Unamuno, rector de Salamanca, que escapaba periódicamente de su sede para regenerarse con el vigoroso sentido común de aquellos. Mencionemos el elogio de los analfabetos de Castilla, hecho por Pedro Salinas y José Bergamín. La exigencia del sentido profundo y de la actitud sapiencial implica necesariamente una actitud crítica. El corazón en sentido bíblico es órgano de discernimiento antes de ser órgano de decisiones profundas. Es la tesis agustiniense del “amor bene discernens”, amor que discierne bien. Todo verdadero amor es así. Discierne bien. Dicho con términos griegos, es “crítico”. “Krínein” en griego significa “discernir”. (...) Criticar no significa agredir; criticar significa simplemente discernir, juzgar, teniendo presente la realidad de las cosas. La crítica de algo puede ser buena, muy buena, si la cosa es buena o muy buena. Ser crítico no significa ser agresivo, pero sí valiente para establecer la verdad. Por esto el genuino sentido crítico no excluye, sino que incluye una cierta benevolencia para la cosa que es objeto de discernimiento, porque sin un poco de buena disposición no hay verdadera atención, sin lo cual, a su vez, no hay discernimiento objetivo. La criticidad y la benevolencia pueden y deben moverse en sentido de una siempre mayor convergencia. Cuando la verdad de las cosas queda excluida, todo el pretendido saber cultural deja de ser crítico, para convertirse en un conocimiento fáctico acerca de lo que es ahora “actual”, es decir, lo que está de moda o pronto se pondrá de moda. La “criticidad” entonces pierde todo discernimiento para transformarse en una agresividad en servicio del carácter tiránico, propio de las modas. (tomado de la conferencia “Fe y Cultura” de 1979; véase también: Roland Barthes, Système de la Mode, 1978)