01-06-2006 - Huellas, n.6

Benedicto XVI en Auschwitz

Ante el problema del mal
Una valiosa contribución de Oriol Pi de Cabanyes en La Vanguardia (edición digital) del 7 de junio de 2006 sobre el testimonio del Papa


El Papa alemán ha conmovido al mundo al preguntarse en los campos de exterminio nazis en Polonia: «¿Dónde estaba Dios en aquellos días? ¿Por qué calló? ¿Cómo pudo tolerar este exceso de destrucción, este triunfo del mal?». Y es que si «es particularmente difícil y opresivo para un cristiano, para un Papa, que procede de Alemania», también lo es para todo ser humano comprender la naturaleza del Mal, el viejo gran tema que Dostoyevsky parece atribuir en una de sus mejores obras a la pérdida del sentido de la piedad, o de la compasión.
La novela Los demonios –o Los endemoniados– del gran Fedor M. Dostoyevsky se publicó completa en primera edición en 1873. Se había empezado a publicar en folletín en la revista mensual Russkii Vestnik, cuyo director se negó por escrúpulos teológicos a publicar en el número de febrero de 1870 el capítulo Visita a Tihon o La confesión de Stavrogin, en el que el monje Tihon y el asesino confeso Stavrogin mantienen un interesante diálogo sobre la naturaleza del mal y el perdón.
Este capítulo no se incorporó a la novela, que plantea una lúcida contraposición entre el nihilismo y el cristianismo, hasta que en 1921 fue descubierto entre los papeles recogidos por la viuda del novelista y depositados en el Archivo Central del Estado. En él el monje Tihon le asegura al pobre terrorista: «A usted le domina el deseo de martirio y de autosacrificio. Sobrepóngase a ese deseo (...) y entonces lo superará todo. ¡Humillará su orgullo, humillará a su demonio! Saldrá victorioso y alcanzará la libertad». El obispo de la novela vive retirado del mundanal ruido en un monasterio. Ha humillado su orgullo, ha vencido a sus demonios. El mal, como el bien, anida en cada uno de nosotros. A nosotros –como al obispo Tihon, como al Papa Ratzinger– también nos «horroriza esta enorme fuerza inútil malgastada adrede en cosas abominables», esta sobredosis mortal de nihilismo como lo fue el Holocausto. Aunque el nihilismo, que es algo tan actual como entonces, debe ser vencido también a pequeña escala, en cada uno de los humanos.
¿Por qué Dios permite el mal, la muerte, la desgracia? –nos preguntamos–. Tal vez para que nosotros podamos ejercer la libertad de transformar el mal en bien, en todas las circunstancias. «Dios no permitiría el mal si no hiciera salir el bien del mal mismo» –apunta el catecismo católico–. En Los demonios el obispo se dirige al criminal, al activista de la nada (que viene a ser la metáfora de una humanidad sin fe, caridad ni esperanza) y lo consuela con estas sorprendentes razones: «También Cristo le perdonará con tal que consiga usted perdonarse a sí mismo... ¡Oh, no, no! ¡No crea que blasfemo! Aun si no consigue reconciliarse consigo mismo y perdonarse a sí mismo. Él también le perdonará por su buena intención y su gran sufrimiento. Pues no hay palabras en el lenguaje humano ni pensamientos en la mente para expresar todos los caminos y designios del Cordero hasta que sus propósitos nos sean revelados. ¿Quién puede abarcar al Inabarcable? ¿Quién puede comprender al Incomprensible?».
Benedicto XVI, el Papa que se interroga sobre «el silencio de Dios» ante el Holocausto, es un Papa humano, humanísimo, un Papa abierto al misterio, un Papa que reconoce humildemente que no se sabe en posesión de todas las respuestas. Y esto, que puede parecer una debilidad, es seguramente su mayor grandeza.