01-01-2007 - Huellas, n. 1
Grandes entrevistas
Educar es
ayudar a los jóvenes a entrar
en su propia humanidad
Es uno de los matemáticos más importantes del mundo. Pero sus escritos sobre el tema de la educación y de la escuela lo han enfrentado a todo el establishment cultural francés. Para él la comunicación de la tradición es “el” problema de la civilización actual. La invitación a preferir la realidad a la ideología para volver a educar. El entusiasmo por el llamamiento de Benedicto XVI a ensanchar la razón
a cargo de Luca Doninelli
Caminando por París se advierte que algo no funciona. Es como si no fuese posible unir las piezas de un mosaico que alguien ha esparcido. Una policía eficientísima salvaguarda la imagen de la ville-lumière, en donde los intelectuales, sentados a la mesa en ciertos cafés famosos, discuten sobre temas como “la alteridad”, cuando el “otro”, con su rostro concretísimo, es marginado en los suburbios de la ciudad. “Liberté égalité fraternité” se ha convertido en una frase de postal, como decir “muchos recuerdos desde la playa”. Las frases que celebran la integración contrastan con una política de casi segregación desde hace decenios. Han llegado incluso a esperar que Francia ganase el Mundial porque esto (estando la selección francesa compuesta casi en su totalidad por personas de origen extranjero, a menudo hijos de los suburbios de peor reputación) habría podido traer la paz social. El filósofo Alain Finkielkraut, por el simple hecho de haber observado que en la selección juegan pocos franceses, ha sido casi desterrado de la mejor intelectualidad francesa.
Hay algo que no funciona. Y en el centro del problema se sitúa la escuela. Lo dicen los sociólogos, los inmigrantes que no se pueden integrar, las madres preocupadas por el futuro de sus hijos. Lo dicen todos.
Pero por suerte en Francia hay también muchas cosas que funcionan. Los estudios superiores, por ejemplo. El Estado los protege, podría decirse, incluso de sí mismo. De esta forma, un científico en Francia no se ve obligado a emigrar (como sucede en Italia, por ejemplo).
Pero hay más. Un tejido humano, basado en el cristianismo, ha sido capaz de resistir –aunque el superpoder del Estado le haya desprovisto de su potencial social y empresarial. Ha resistido como conciencia de sí mismo y de su propia tarea en un contexto que no abre ciertamente muchas puertas a los cristianos.
Y en uno de los más prestigiosos institutos, el IHÉS (Instituto para los Estudios Científicos Superiores), nos reunimos con Laurent Lafforgue. Cuarenta años, condecorado en 2002 con la importantísima Fields Medal (mejor que el Premio Nóbel) y con la Legión de Honor en 2003, Laurent Lafforgue es uno de los matemáticos más importantes del mundo, para muchos el mejor.
Su página web es valiosísima, se puede leer con facilidad y compartir ampliamente; está escrita con sencillez y a la vez con contundencia.
Sus “escritos breves” sobre el tema de la educación y de la escuela llaman la atención por la libertad con la que este gran intelectual de nuestro tiempo no duda, en nombre del valor de la educación, en oponerse a todo el establishment cultural francés. Invitado a primeros de noviembre de 2005 a formar parte del Alto Consejo para la Educación, voluntad expresa de Chirac, después de pocos días fue invitado a dejar su puesto por sus posiciones poco conciliadoras, pues había dicho que el principal responsable de la destrucción de la escuela francesa (laica y republicana, se entiende) era el Estado mismo.
Desde aquel mes de noviembre de 2005 muchas cosas han cambiado para Lafforgue y para su situación en la cultura de su país.
«Las personas que me conocen», leemos en uno de sus escritos, «saben que este compromiso mío tiene algo de paradójico pues, por encima de mi condición de matemático, de mi interés apasionado por la literatura y de mi amor por Francia y por su lengua, yo pongo la fe en Jesucristo y mi fidelidad confiada a la Iglesia católica, a través de la cual he recibido esta fe: cosas que con frecuencia me sitúan en una posición crítica con respecto a la Francia republicana y laica y, aún más, con respecto a una sociedad secularizada en la que me siento extranjero. Y, a pesar de esto, defiendo la escuela republicana...».
Mi amigo Joshua Massarenti y yo hablamos con él en la bellísima sede del IHÉS, en Boures-sur-Yvette, treinta kilómetros al sur de París.
¿Cómo empezó a ocuparse del problema educativo?
Me he acercado a este problema de forma concreta, sin preconceptos. Siento un gran afecto por la escuela a la que he asistido desde niño. Mis abuelos empezaron a trabajar a los doce años, pero han mantenido y transmitido siempre a sus hijos y nietos un gran respeto por la escuela. Pero mi interés específico por el tema de la educación nació hace algunos años, casi por casualidad, cuando firmé un manifiesto para la defensa de la enseñanza del latín y del griego, que se encontraban en grave peligro. Impresionado por esta situación dramática, denunciada por un puñado de profesores, empecé a documentarme leyendo libros, escritos de personas de orientaciones ideológicas distintas, unidas por la seriedad del trabajo y por la pasión por la escuela y el futuro de los jóvenes. De esta lectura salí profundamente turbado: más que el latín o el griego, lo que estaba en peligro en Francia era la enseñanza de la misma lengua francesa. La nueva escuela francesa no tenía ya nada que ver con la que yo había conocido tan solo veinticinco años antes.
Pero este celo suyo no parece haber gustado mucho a las personas que le nombraron para el Alto Consejo.
Diría que no. Un personaje muy influyente me convocó en su estudio y, con cortesía, me explicó que sería mejor para todos si dejara el puesto. Y así lo hice, explicando en un breve escrito (que se puede encontrar en el sitio web, ndr) mi posición.
¿Cómo definiría la educación? ¿Y el desastre de hoy en día?
La educación consiste en ayudar a los jóvenes a entrar en su propia humanidad. La escuela es importante porque, aunque no agota en sí toda esta tarea, desarrolla una parte esencial: ella es, existencialmente, un lugar de transmisión de conocimientos. Pues bien, hoy en día en Francia la escuela es todo menos esto: se ha convertido en un lugar de vida, no digo que no, en donde se practican valores como la tolerancia, hay quien habla de la escuela como “lugar de paz” (cosas preciosas, pero que no tienen nada que ver con la finalidad para la que existe la escuela).
Muchas personas que están contra usted defienden que la escuela que usted añora es para un mundo acomodado, imposible de proponer en la Francia de hoy, afectada por enormes problemas de integración social. (Antes de responder, nos pide que nos demos la vuelta hacia la gran pizarra que ocupa una pared de su estudio. En ella hay algunas fórmulas matemáticas, con un letrero: “se ruega no borrar” y, más a la izquierda, un nombre: Liliane Lurçat).
¿Saben quién es Liliane Lurçat? Es una gran amiga mía, una mujer anciana, hija de inmigrantes muy pobres. Cuando era niña pudo asistir solo a la escuela elemental. Esta escuela le transmitió algunos conocimientos certeros y fundamentales. Por ejemplo, le hizo capaz de leer un libro y de comprender lo que estaba escrito en él. Gracias a esto, cuando las circunstancias se lo permitieron, se puso a estudiar, se especializó en psicología y ha escrito un libro de psicología infantil que es el mejor que existe actualmente en Francia. Francia ha tenido siempre ejemplos destacados que desmienten por sí solos la tesis que usted apunta. Pensemos en escritores como Charles Péguy, que me entusiasma, o Albert Camus. Hombres nacidos en condiciones de gran pobreza, huérfanos. Pero la escuela les había hecho capaces de llegar a ser lo que fueron. Les había dado los instrumentos necesarios para poderlo hacer. Siempre me ha impresionado una anécdota de Camus. Cuando le comunicaron que le habían concedido el Nóbel, se lo comunicó en seguida al que había sido su maestro en la escuela. También para mí es así.
Usted dice que la escuela no agota el problema educativo. Hablemos de las causas generales de esta crisis, de lo que está en el paso previo al problema escolar.
El primer dato es que en la actualidad el adulto ya no es capaz de asumir su papel de adulto.
Y sin embargo los adultos de hoy habían asistido a un tipo de escuela que usted, en sus escritos, define como óptima.
Es verdad. Yo defiendo la escuela republicana tal como se llevó a cabo entre finales del siglo XIX y los años sesenta del siglo XX. En los años cincuenta y sesenta los jóvenes habían recibido mucho de la escuela. La desgracia es que no fueron capaces de transmitir lo que a su vez habían recibido, porque precisamente en los años sesenta se introdujo en la cultura una gran duda acerca del valor de la tradición que habían recibido. Tenga en cuenta que el problema de la transmisión de la tradición y del conocimiento no es “un” problema: es “el” problema de nuestra civilización. Recientemente he participado en un debate público sobre la escuela. Mi interlocutor, el famoso profesor Alain Viala, era un literato que hoy está en la cresta de la ola, profesor en la Sorbona y portador de todos los títulos y condecoraciones posibles. Pues bien, este gran profesor, en su curso de Literatura francesa, no hace leer ni una sola obra –ni una sola, ¿comprende?– de literatura francesa. Para superar el examen de Literatura francesa no es necesario haber leído una sola línea de Montaigne, de Racine, de Balzac, de Víctor Hugo... Por otra parte, se empieza desde la enseñanza elemental a instilar la duda en la mente de los chicos. Los padres constatan –tenemos miles de testimonios en este sentido– que sus hijos vuelven de la escuela inquietos, mientras que la escuela, para poder transmitir conocimientos, debería darles en primer lugar tranquilidad. Hoy en día la escuela debilita la confianza en uno mismo. Piense que ahora se instituyen seminarios de filosofía para niños, dicen que para que «aprendan a buscar». Pero, ¿cómo puede buscar algo un individuo si no está seguro de nada?
Usted opina, en resumen, que esta gran crisis tiene su origen en causas de orden filosófico.
Las razones más profundas de este problema son seguramente de naturaleza filosófica y antropológica, en cuanto que tienen que ver con la representación de la naturaleza del hombre. La afirmación de una posición dubitativa nos ha impedido, por encima de otras cosas, ver las proporciones del desastre. Pero la culpa no es de los profesores, que son a su vez víctimas de esta situación. La responsabilidad principal es del Estado mismo, que ha destruido la escuela introduciendo factores perniciosos como, por ejemplo, las llamadas “ciencias de la educación” que, parodiando el estatuto de las ciencias verdaderas, reducen al hombre –en la mejor de las hipótesis– a una cobaya, a un ratón de laboratorio, pues lo tratan como un cuerpo sujeto a leyes puras (psicológicas, sociológicas), privándole de su libertad. Se enseña la educación así, en general, como si fuese una cosa vacía. Los IUFM (Institutos universitarios para la formación del profesorado) son la cosa menos democrática y libre que existe, y se basan en este método pseudo-científico.
¿Qué sucede entonces con los jóvenes?
Los jóvenes deben sufrir, dentro de la escuela, una dosis de violencia inimaginable. No me refiero solo a los casos de indisciplina grave, que están a la orden del día, sino a la violencia cotidiana sufrida en un ambiente que ya no transmite conocimientos y que, por tanto, no transmite ya valores. Incluso valores sencillos, como el autocontrol, presuponen un conocimiento seguro.
¿Qué entiende por autocontrol?
Entiendo por autocontrol lo que te hace que, aunque te aburras en una clase, sigas escuchando y tomando apuntes.
Volvamos a los jóvenes. ¿Qué diferencia hay entre la gran contestación del 68 y los desórdenes de noviembre de 2005, que se han repetido en parte este año?
Los jóvenes del 68 no tocaron una sola escuela, mientras que en 2005 se destruyeron más de doscientas escuelas.
¿Por qué esta diferencia?
La razón es que los contestatarios del 68 apreciaban la escuela, que les había hecho capaces de pensar y de asumir una posición crítica con relación a la escuela misma. Por el contrario, los que en 2005 prendieron fuego a las escuelas sabían que no habían recibido lo que la escuela habría podido darles. Francia no quiere darse cuenta de que el problema que ha explotado en los suburbios es general, es el problema de todos nosotros. Si transmites a todos el conocimiento y la tradición harás a cada uno capaz de pensar y de decidir de forma personal. Haces posible una verdadera personalidad. Si, por el contrario, no transmites conocimientos creas solo una masa indiferenciada.
Una masa que resulta cómoda para los que detentan el poder, porque puede ser fácilmente esclavizada.
Madame Lurçat sostiene que en Alemania el nazismo se afirmó sobre todo porque la escuela alemana había sido previamente destruida. Hoy en día la situación en Francia no es muy distinta en cuanto a violencia ideológica. Hace poco tiempo, en una escuela de cierto nivel, una profesora fue acusada por una colega de nazismo ¡porque enseñaba gramática francesa!
Usted, en cambio, se ha convertido en protagonista de un movimiento de reconstrucción de la escuela: esto es signo de que las personas que creen en el valor de la educación son todavía muchas.
Mis percances con el Alto Consejo para la Educación han tenido unas consecuencias positivas extraordinarias. Mire aquí. [Se levanta y me señala una de las baldas de su librería llena de hojas]. ¿Sabe qué es esto? Es tan solo una parte de las cartas que he recibido, de todos los rincones de Francia, de personas de toda extracción –profesores, padres, estudiantes, incluidos muchos inmigrantes– después de mi dimisión forzosa de ese Consejo. Con muchas de estas personas estoy en contacto, hemos creado una especie de movimiento muy concreto. Hemos redactado también un manifiesto por la educación (también este se puede encontrar en el sitio web de Lafforgue; ndr), por la reconstrucción de la escuela en Francia. La escuela francesa ha sido destruida desde lo alto, por obra del Estado, pero puede renacer desde abajo.
¿Con qué personas ha encontrado mayor sintonía?
Con las personas que tenían certezas, personas que hablaban desde su experiencia real y no a partir de posiciones ideológicas. He conocido a muchos católicos verdaderamente motivados, pero también a muchos laicos, pero laicos verdaderos: comunistas, a menudo anticlericales convencidos. A veces he encontrado más sintonía con ellos que con muchos católicos. La razón es que estas son personas serias, pueden tener las ideas que quieran, pero a mí me interesa el hecho de que trabajan con seriedad en la escuela. Gente que prefiere la realidad de los hechos a la ideología.
¿Qué piensa de las recientes posiciones asumidas por Benedicto XVI, por ejemplo en Ratisbona, que tantas polémicas y violencias han suscitado?
Lo que el Papa ha dicho sobre la razón y sobre la necesidad de ensanchar nuestro concepto de razón es absolutamente fantástico, soy un gran entusiasta de sus palabras. Las “ciencias de la educación” sostienen que el concepto de razón es un concepto greco-latino, y como tal no universal. El Papa, en cambio, defiende el verdadero valor de la razón, su universalidad.
(Ha colaborado Joshua Massarenti) |