cartas
a cargo de MARÍA PÉREZ
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VATICANO
Asís
Reverendísimo monseñor Luigi Giussani: En mi nombre y en el de esta Oficina, deseo expresar nuestra gratitud, a través de Su venerable Persona, a los numerosos jóvenes de Comunión y Liberación que, con generosa y exquisita disponibilidad, han prestado su colaboración con ocasión de la Peregrinación del Santo Padre a Asís para la histórica Jornada de oración por la paz en el mundo. El Santo Padre y los ilustres invitados han apreciado especialmente el alegre y atento servicio prestado por muchos jóvenes para el desarrollo ordenado de los diversos actos de la inolvidable Jornada. Estoy seguro de que también en ellos seguirá vivo el recuerdo de aquellos momentos y contribuirá a mantener despierto en cada uno el compromiso con un testimonio de vida a favor de la paz en los diversos ambientes en los que sean llamados a obrar. Le pido, por tanto, Reverendísimo monseñor, que participe a todos los jóvenes y a sus responsables mi más vivo reconocimiento, mientras con gusto aprovecho la circunstancia para presentarle mis devotos respetos.
James M. Hravey, Prefecto de la Casa Pontificia 20 de febrero de 2002
ITALIA
Ofrecimiento total
Vuelvo a verme por los pasillos del liceo Volta de Milán. La vida que parecía más interesante y prometedora se desarrollaba fuera de las aulas. En los años setenta la ideología dominaba de modo manifiesto y acendrado, impulsando a los estudiantes a acciones generosas que, sin embargo, manifestaban una grave parcialidad humana. Toda la novedad se esperaba del cambio de algo exterior a uno mismo, cuyo protagonismo enseguida se mostraría efímero e incluso trágico. En cambio, veinticinco años después de la muerte de Gian Maria Fumagalli, sigue intacto su testimonio, su capacidad de introducirse en cada aspecto de la tumultuosa vida estudiantil de aquellos años sin renunciar a ninguna verdad. Vuelvo a ver a aquel joven estudiante que siempre estaba donde más bullían los debates, los encuentros, los enfrentamientos. A menudo con las manos en las solapas de su chaqueta, miraba a la cara, lleno de atención y conciencia, a su interlocutor, profesor o compañero de instituto. Gian Maria, en su búsqueda inquieta y apasionada, había hallado a través de algunos compañeros y adultos de CL la respuesta exhaustiva al tropel de porqués que la ideología exaltaba incapaz, sin embargo, de agotarlos. En la experiencia de la comunión con Cristo presente en la comunidad, Gian Maria afrontaba todo con una capacidad más madura de la que se podía esperar de su edad. Vivía la comunión con Cristo presente en la comunidad de forma nítida y con una sencillez impresionante. Llamaba la atención el aspecto totalizador de su fe: todo lo afrontaba desde el encuentro con Cristo que crecía en su vida, todo. Habría debates con compañeros y profesores, los temas y los exámenes eran una ocasión para decir algo a los demás y a él mismo, despertando el asombro de algunos profesores y el mal disimulado desagrado de otros. Con la música de su guitarra ayudaba a los amigos a recorrer los pasos significativos de la vida de CL. También las vacaciones que pasaba en el pueblo de sus padres estaban impregnadas del deseo de comunicar la experiencia que volvía alegre su vida, de modo que nació también allí una comunidad del movimiento. Su pasión por la montaña, que le había llevado siendo un chaval de doce años por encima de los cuatro mil metros, se volvió más entusiasta tras las primeras vacaciones con la comunidad de GS. Vivía el movimiento en todos los ambientes: en el instituto y en su casa, en la parroquia y en su lugar de veraneo. Pero, ante todo, Gian Maria nos asombra y edifica por la forma en que vivió un año de enfermedad y se preparó para morir a los 18 años. Su identificación con Cristo le llevó a hacer de su sufrimiento un ofrecimiento total, transmitiéndonos su serenidad y su aliento. La vida y la razón de los pocos años de este inolvidable amigo están bien descritas en las palabras de don Giussani que estamos meditando en este tiempo: «Cristo es el motivo de nuestra creatividad y la razón de la existencia, no en virtud de nuestras interpretaciones, sino por el encuentro inmediato».
Don Carlo Casati, Milán
EEUU
Miradas que se encuentran
El martes 12 de marzo mi mujer, Jan, y yo nos vimos honrados por una extraordinaria e inesperada invitación. Estábamos en Italia desde hacía unos días para ver a algunos de nuestros amigos más queridos: Marta y Claudio Chieffo, Renato y Carla Crepaldi y Fabricio Scheda, cuando nos llamaron por teléfono. Don Giussani nos recibiría dos días después. Así, el jueves 14 conocimos por fin al hombre que ha sido la fuente de la inspiración y del compromiso de tantísimas personas, un hombre cuyo trabajo y pensamiento han tenido también una profunda influencia en mi vida. Llegamos alrededor de las 18.00, justo cuando la luz del atardecer se reflejaba en las aguas del mediterráneo y revestía de un cálido resplandor la preciosa casa sobre el acantilado. Don Giussani nos esperaba sentado junto a una gran ventana que daba al mar; la luz inundaba la habitación. La calidez de su sonrisa en cuanto nos vio, su mirada serena y la gentileza de sus ojos claros, nos hicieron sentir inmediata y completamente en casa. Giorgio Vittadini traducía escrupulosamente las palabras de Giussani para que no perdiéramos nada de su significado por no entender el italiano. Comenzó a hablarnos haciendo referencia a la estima por el pueblo judío y a cuanto la cultura y la religión judías han aportado al mundo, en especial a la tradición cristiana. La hora siguiente se pasó volando. Charlamos de música, de trabajo y de matrimonio, que es, al fin y al cabo, toda nuestra vida. Nos alegrábamos de ver que don Giussani estaba bien y contento. Su sentido del humor y vivaz conversación velaban todas las dificultades por las que ha tenido que pasar. Sin embargo, los momentos más elocuentes fueron los no verbales, por la firmeza de su mirada, tan directa. Tomamos un vaso de vino y vimos algunas fotos. Enseguida llegó la hora de partir y nos marchamos albergando cierto temor junto a una gran dulzura por una visita inolvidable.
David Horowitz, Nueva York
VENEZUELA
Don a un pueblo
Querido don Giussani: Hace casi seis años conocí el movimiento a través de don Leonardo, quien, gracias a Carriquiry, había venido a nuestra casa. Ya estaba en el seminario, estudiaba Filosofía y con mis hermanos y algunos amigos poco a poco comenzó una amistad, una compañía llena de novedad que ha determinado toda mi vida. El próximo 6 de abril seré ordenado sacerdote y quería que lo supieras porque, gracias al carisma que he recibido a través de ti, el paso que voy a dar, por pura gracia de Dios, adquiere una mayor conciencia; porque pertenezco y me doy a un pueblo, porque veo más claramente la llamada que se me ha dirigido, porque experimento cada día con mayor certeza que el modo de vivir la casa como el lugar de la memoria, según la experiencia de Studium Christi, es determinante en mi vida. Gracias, don Gius, porque todo se convierte en novedad y se llena de significado cuando en cada instante de mi vida puedo tratar de comprender que «Yo soy Tú que me haces» y que mi súplica en cada Ángelus me permite reconocer con un rostro nuevo la presencia de Cristo entre nosotros.
Leonardo, Caracas
La alegría renovada
El pasado mes de marzo, del 21 al 23, nos fuimos de peregrinación a Guadalupe, con los bachilleres de CL. Como escenario, un sol abrasador y las bellas montañas de la sierra de Cáceres. A lo lejos, el imponente monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe pero la meta, la verdadera meta de nuestro camino venía acompañándonos desde el principio.
Días como estos pueden conmover el corazón más pedregoso si se te concede disfrutar no sólo de su belleza, sino de la Presencia que la hace posible. Y así fue. Para mí, estar con los chavales es siempre un regalo, porque ellos (más cercanos a los niños que nosotros) miran todo con los ojos sencillos de la primera juventud y se sorprenden ante una humanidad distinta que se manifiesta en los gestos más cotidianos («¡pero si esta chica se acuerda de mí, después de tres meses sin verme!»). A veces, el ímpetu natural y positivo de que los demás conozcan lo que tú has conocido, te lleva irremediablemente a planear estrategias o discursos, que terminan, la mayoría de las veces, en las buenas intenciones. Pero Su presencia es algo distinto: se impone por sí misma, por su verdad. De ti sólo necesita un sí, una petición, un deseo de conocerle cada vez más. Lo demás corre de su cuenta. Era impresionante ser la espectadora del mismo espectáculo que hace ya diez años cautivó mi corazón. Mirar a los chicos, mirarme a mí, como una de ellos, y experimentar la misma alegría, o mejor aún, una alegría renovada, más consciente y por ello, más deseada. Algunos testimonios hablan por sí mismos. Ana, una chica de dieciséis años, me decía: «A mí desde pequeña me lo han dado todo hecho en lo que se refiere al cristianismo (su tío-abuelo es el antiguo obispo de Segovia, con el que ha pasado muchos veranos, su familia es católica practicante y siempre ha ido a colegios religiosos), pero cuando te lo dan todo hecho, no valoras lo que tienes. Yo quise apuntarme por mi cuenta a la catequesis de la parroquia, para comprobar si la tradición con la que había crecido toda mi vida tenía algo que ofrecerme realmente, si era o no para mí. Ahora estoy segura de que esto es lo que quiero. Ahora tengo los mismos problemas que antes, pero estoy contenta y tranquila, sé dónde está mi sitio». Por cierto, Ana y sus compañeros de catequesis, se confirmaron el día 7 de abril ¡pedid por ellos! Una vez más, Él está, porque actúa.
Isabel, Madrid
Giussani y cazas
¿Tienen algo que ver los más modernos aviones de combate del mundo y don Giussani? Pues sí. Desde hace 3 meses tenemos el encuentro de Escuela de comunidad en la Base Aérea de Torrejón entre ruidosos reactores. Es algo muy sencillo: seis compañeros de trabajo que comen juntos y después leen y comentan Los orígenes de la pretensión cristiana. Desde el primer día a todos nos abrasa la misma pregunta: ¿es verdad que Dios intervino en la historia? Fernando dice: «Prefiero hacer como si Dios no existiera, porque si es verdad que Dios se ha hecho hombre le tengo que entregar toda mi vida». Otro continúa: «Me gustaría creer que es así, porque mi vida encontraría la paz que tanto ansía. Es peor no creerlo, tengo que estar inventando respuestas a todas mis preguntas y esto me angustia». Ahora levantarse por la mañana para ir a trabajar tiene el atractivo de ir a ver a mis amigos y a Cristo entre ellos.
Angel y Pepe, Torrejón
Diez años de esperanza
El próximo mes de julio será el décimo aniversario de nuestro matrimonio. Leyendo estos días las cartas del Papa y de don Giussani a la Fraternidad, no hemos podido dejar de conmovernos. Los diez años de matrimonio han sido un camino para aprender lo que nos dice don Giussani en el Manifiesto de Pascua: «Si amamos a nuestra mujer, si amamos a nuestros hijos, es por Cristo». Echando la vista atrás, vemos lo que hemos crecido, los dones que el Señor nos ha concedido en este tiempo. Cuando nos casamos, no éramos conscientes de lo necesario que es que el Señor nos sostenga, no metafóricamente, sino realmente, mediante la compañía de la Iglesia y la de la Fraternidad. Los últimos cuatro años han sido duros. Nuestro hijo pequeño, Santiago, tuvo una meningitis - todo indicaba que leve - a los dieciocho días de nacer. Al año y medio, presentaba una alteración de conducta que le impedía aprender y relacionarse normalmente. Empezamos un largo periplo por médicos, equipos de atención temprana, centros base y, finalmente, por un neurólogo que descubrió una pequeña inflamación y una ligera atrofia en el cerebro de nuestro hijo. Mediante un largo e intenso trabajo de estimulación y terapia, nuestro hijo va, poco a poco, recuperándose. Nos queda todavía mucho; seguramente años. Pero esta circunstancia está siendo un bien para nosotros. Está siendo la oportunidad de profundizar en la obediencia serena a la que alude don Giussani en su carta. Está siendo la ocasión de llevar un trocito de la Cruz de Cristo en el Viernes Santo, y un trocito de la Gloria de su Resurrección, por la confianza y la esperanza que nos genera. Es, por último, una ocasión de ofrecerlo todo por el sufrimiento de tantos hermanos en el mundo.
Gonzalo y Elisabet, Madrid