El misterio nupcial
La presentación del libro de monseñor Angelo Scola, Hombre-Mujer. El Misterio nupcial publicado por Ediciones Encuentro, reunió en Madrid a unas 600 personas en la Universidad CEU San Pablo llenas de curiosidad por la visión que el Rector Magnífico de la Pontificia Universidad Lateranense y Presidente del Instituto Juan Pablo II para la Familia tiene del matrimonio y las relaciones entre los esposos.
El acto contó también con la asistencia de D. Alfonso Coronel de Palma, Presidente del Patronato del San Pablo CEU; D. Juan Pérez-Soba, Director del Instituto Juan Pablo II para la Familia de Madrid; Carmina Salgado, Directora de Ediciones Encuentro y la periodista y moderadora del encuentro, Cristina López Schlichting. Recogemos a continuación algunas breves respuestas de monseñor Scola a las preguntas planteadas durante el debate
A CARGO DE RAQUEL MARTÍN
Usted considera tan importante la unidad entre el hombre y la mujer, de la que a su vez nacen los hijos, que considera que la familia constituye la base de la democracia real. ¿Por qué?
La familia es el lugar donde el deseo que constituye al yo encuentra el terreno para su cumplimiento. La familia es el punto de mediación entre lo íntimo del yo y lo otro como diverso. No hay sociedad sin esta relación. La familia permite pasar de lo íntimo del yo a la relación con los otros y, por tanto, con la sociedad. Es el lugar primario de la educación y de la consistencia de esta relación social. La familia es el elemento mediador entre el yo y la sociedad, igual que el cuerpo es el elemento mediador necesario entre las relaciones del hombre y la mujer.
Por eso en la familia se aprende lo que es la acogida.
Para mí, se comprende lo que significa el amor y la familia en el pasaje de Jesús en la Cruz inmediatamente antes de su muerte cuando se vuelve a su madre y la pone bajo el amparo de Juan, entregándole a éste como nuevo hijo. El evangelista concluye que desde ese instante la tomó en su casa. Y la casa reviste el valor de fundamento para el cuerpo. Ese gesto representa la acogida y con ella aparece un nuevo parentesco en la historia. Se trata de un parentesco que no está enraizado en la carne y en la sangre, pero que manifiesta la verdad de cada parentesco. Esta acogida gratuita es la esencia del cristianismo.
Nosotros, los cristianos, somos la consecuencia de este parentesco histórico, el signo de su fecundidad y la verdadera realización del misterio nupcial. La familia es sacramento. En ella el parentesco cristiano llega a ser la forma de las relaciones que se establecen entre un hombre y una mujer que se aman.
¿Por qué señala en su libro que la indisolubilidad del matrimonio constituye el núcleo último de la relación hombre-mujer en el matrimonio?
Cuando hablo con jóvenes les digo lo siguiente: «Te reto, si estás verdaderamente enamorado de una mujer con autenticidad, a decir te quiero sin decir para siempre». Es imposible. El para siempre es la esencia del deseo. Pensamos que el para siempre es un añadido desde el exterior como condición particularmente difícil y propia de una áscesis particular. Pero el para siempre es una exigencia original del corazón humano. El amor es para siempre, no hay amor verdadero que no sea para siempre. El significado del para siempre abarca también mi fragilidad, la sustenta y es la punta máxima de expresión de esta gran misericordia que es el sacramento del matrimonio: el perdón.
La indisolubilidad es el proyecto más completo posible del amor entre el hombre y la mujer. No hay nada comparable con esta propuesta en el mundo.
En su libro enumera tres características propias de la mujer: la nupcialidad, la maternidad y el genio profético. ¿Qué es el genio profético de la mujer?
Para mí el misterio de la mujer es exactamente que la mujer es el lugar de la diferencia como tal. Eva es sacada de la costilla de Adán para ser otro, para ser diferente de él sin ser diverso. La mujer es el signo creatural del Otro, podríamos decir, profecía del Otro. Por ello, es el lugar de la escuela para cada hombre. Cada hombre aprende en este signo al Otro. Y la educación es el don más grande que un hombre puede tener en su vida. La esencia del cristianismo es la educación porque la Iglesia es madre y maestra.
La intervención de uno de los responsables de los Memores Domini en el pasado Meeting de Rímini con ocasión de la presentación de la segunda parte del libro de Angelo Scola en su edición italiana
CARLO WOLFSGRUBER
He aceptado la invitación para presentar este libro no en virtud de una competencia específica puesto que soy laico y, como laico, he tomado una elección bien precisa, una elección por la virginidad. Al principio me extrañó tener que comentar un libro que aborda desde el punto de vista teológico el misterio nupcial. No obstante, después de leerlo, comprendí lo que me capacita para hacer esta presentación, ya que el texto pretende, en mi opinión, transmitir al hombre de hoy las razones mismas de la fe; quiere manifestar las razones de la vida cristiana y como ésta responde a las preguntas humanas en toda su amplitud. ¿A qué preguntas? A las que nacen del corazón del hombre cuando se compromete con su vida y con su humanidad. Me considero un hombre comprometido con mi vida y por eso he aceptado la invitación. Creo que a cualquiera que busque la verdad le puede interesar este libro.
Su idea maestra es que el hombre cuando considera su experiencia identifica un presentimiento, el presentimiento original de que el Ser es bueno. El Ser produce en él un impacto que es positivo. Antes que cualquier otra reacción, la realidad produce en el hombre un impacto positivo. Quien sigue a Jesucristo, quien se encuentra con Él y le sigue, sabe bien que la razón de este seguimiento es la promesa de plenitud que hace Jesús. Promesa de una plenitud que se empieza a verificar en la propia experiencia. En el lenguaje bíblico, ese inicio de la plenitud, ese comienzo de la realización del Bien que se presiente, se expresa de varias maneras. Una de ellas es la experiencia esponsal, objeto del libro de Scola. El concepto de esposa se describe por ejemplo en el salmo 127. David dice que si amas al Señor y caminas con Él, verás a tu esposa en medio de tu casa: «Vivirás del trabajo de tus manos, serás dichoso, te irá bien. Tu esposa como parra fecunda en medio de tu casa. Tus hijos como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa». La imagen de la esposa implica que en la experiencia hay unas realidades más cercanas y otras más lejanas y que para llegar a las lejanas debes partir de las más próximas. De hecho, la realidad adquiere el carácter de esposa en la medida en que te es más cercana y te resulta signo más eficaz del Todo. Sin experiencia esponsal no se abraza a la Totalidad.
En la primera parte del libro, Scola pone de manifiesto que sólo esta preferencia - el concepto de esposa es el de preferencia, una presencia que llega a ser reconocida como compañía para la vida entera - es una alternativa real al poder, al poder maligno. El poder es maligno cuando no reconoce en Dios su fuente, su origen, y por tanto, no sirve a los deseos del hombre. Scola destaca la influencia cultural que ejerce este poder, que llega a reducir la libertad a mera capacidad de elección. Pero esta es sólo un aspecto de la libertad, no la libertad completa. La consecuencia es que el deseo de infinito se sustituye por una serie indefinida de deseos limitados. En pocas palabras: a base de afirmar y defender una idea tan reducida de libertad, el resultado - tal vez inesperado o tal vez no - es que se hace más difícil saber lo que se quiere. Sólo nos queda una serie indefinida de deseos finitos.
Tal enfatización, continúa el autor, se hace posible desde una concepción individualista del yo, en virtud de la cual queda negado el valor efectivo y afectivo del otro distinto de uno mismo. Se acentúa inevitablemente el aspecto de límite que el otro supone, en lugar de la posibilidad que entraña para mí.
Se produce por tanto una reducción de las dos dimensiones constitutivas del ser humano. La primera es su irrepetible singularidad, y la segunda, su carácter estructuralmente relacional.
Cuando digo yo no digo una mónada, no hablo de algo aislado que viaja por encima del mundo, que precede a la realidad; hablo de una relación, o de relaciones, que me constituyen como persona. Persona es un vocablo griego que se refiere a la máscara que se ponía el actor en el teatro y por la cual los espectadores, incluso los que estaban más lejos, reconocían al personaje y podían oír lo que decía. Persona es un término eminentemente relacional. La reducción por la cual no se pueden salvar al mismo tiempo las dos dimensiones constitutivas del yo - su singularidad y su estructura relacional -, se traduce en una inevitable contraposición entre moral privada y moral pública, que refleja la división entre la libertad personal y la libertad civil, y antes aún, la oposición padre-hijo.
El libro explica que una preferencia es verdadera si a través de ella la realidad se afirma a la vez como alteridad no genérica y se reconoce en consonancia con el propio yo. Nada se corresponde tanto con el yo y le otorga una posibilidad de fecundidad que resulta ser la única alternativa a la sujeción al poder como dicha preferencia.
Si esta es la idea maestra, me gustaría señalar ahora lo que considero el horizonte total del libro. Los diversos capítulos se desarrollan sobre el telón de fondo del versículo de Juan citado en la introducción: «Dios es caridad», Deus caritas est. Es decir, el Ser es gratuidad.
Esto no lo llega a saber el hombre por un esfuerzo de su pensamiento. Llega a conocerlo sólo mediante un acontecimiento, el acontecimiento de Jesús en el seno de María. En la relación con Jesús presente en la historia el hombre experimenta cuál es la preferencia suprema de la que la realidad entera es signo.
Jesucristo es el ideal del hombre y de su vida. Cuando uno reconoce en Jesucristo su ideal de hombre no lo comprende del todo, pero enseguida capta que nada le corresponde como Él. Es más, por fin comprende qué es de verdad la correspondencia, comprende quién es, qué profundidad y qué dimensiones tiene su deseo de felicidad. La característica que Cristo, ideal del hombre, infunde en el modo de mirar todo se identifica con la palabra gratuidad. El Ser es amor gratuito, y el hombre se percata de que siempre ha tenido una muestra de esa gratuidad en la relación con las personas que más ha querido. En el encuentro con ese hombre se hace posible la esperanza. Aquel presentimiento, aquella sugerencia, aquel matiz de gratuidad se convierte en una experiencia posible y, con el tiempo, vence inexorablemente. La relación hombre-mujer no alcanza el amor si no llega a la gratuidad, y a la esperanza de que la gratuidad venza.
¿Qué es la virginidad? La virginidad es una ayuda. Cristo llama a algunos para que sean una ayuda para los que se casan, para que vean qué significa tratarse como Él trata al hombre. ¡Esto es tremendo! ¡Es una ayuda para acompañar al hombre! Para ayudar al hombre en ese aspecto vertiginoso que es la relación hombre-mujer, por la cual la mujer llega a ser lo que es por naturaleza: el signo más agudo de Él, una profecía de Cristo que es el misterio encarnado de Dios. La virginidad es esta ayuda. Si a una persona llamada a la virginidad se le ocurriera pensar que por ello es mejor que otros, se equivocaría por completo. Porque no es cuestión de ser mejores, se trata del valor objetivo que tiene un camino, una forma de vida. Quienes viven la virginidad y se creen mejores que los demás, piensan así porque evitan, con una cautela hipócrita, ciertas tentaciones y cierto sacrificio. En cambio, si quien vive la virginidad es un hombre que reconoce su debilidad, un pobre que está sorprendido por este ideal, agradecido por haberlo encontrado, admirado por haberlo afirmado en su vida a pesar de lo que pensara y de lo que hiciera o siguiera haciendo; si un pobre hombre se diera cuenta de todo esto, se percataría de que con su misma forma de vida reclama a todos a Cristo. Su forma de vida proclama Jesús a todos, y, en primer lugar, es una ayuda para él mismo, porque le remite a este Jesús, a este Cristo.