Misión imposible
Una empresa que parecía impensable: la presentación del libro El Sentido Religioso. Sin embargo, el pasado 6 de marzo el Aula Magna de la Universidad de Moscú estaba abarrotada de público y contaba con unos ponentes de excepción
Giovanna Parravicini
Parecían formar parte de la historia los años en los que en Moscú o Leningrado, con una simple comunicación boca a boca, se podían reunir decenas de personas para escuchar una lectura de versos poéticos o para visitar la exposición de un pintor de vanguardia en algún apartamento privado, los años en los que los libros prohibidos por el poder circulaban de mano en mano en el «samizdat», en copias mecanografiadas casi ilegibles. Hoy los rusos, por lo menos en una megalópolis como Moscú, están desencantados, muchos son escépticos, y a menudo están vacunados contra el cristianismo. De doce millones de habitantes oficialmente registrados (sin contar los clandestinos, los prófugos, etc.), los católicos en Moscú son cerca de dos mil (incluidos los extranjeros) y los ortodoxos practicantes - dicen las estadísticas - no representan más del 1%.
Todo esto para decir que, cuando hace algunos meses nos reunimos para buscar la modalidad más adecuada para presentar El sentido religioso en Moscú, lo más evidente era pensar que se trataba de algo poco menos que imposible, vistos los problemas en las relaciones entre Iglesia católica y jerarquía ortodoxa y las dificultades para implicar en un trabajo conjunto a instituciones culturales y eclesiásticas. Más aún considerando en las fuerzas de nuestra pequeña comunidad... Solo teníamos una certeza: que El sentido religioso era una oportunidad grandísima, una respuesta llena de certeza a la humanidad afligida que cada uno de nosotros encuentra a diario, a menudo desorientada e insatisfecha, desde los estudiantes y los compañeros de trabajo hasta las masas oscuras que se empujan en el metro, en el que cada moscovita pasa una media de al menos dos horas al día. Pues bien, decidimos apostar por esta única certeza, viendo que valía más que toda la conciencia de nuestros límites y de las dificultades de la situación. Y los más sorprendidos ahora somos nosotros, al constatar que ha sucedido así, que hemos ganado la apuesta.
Hay que decir que El sentido religioso lo había conocido ya en su tiempo el padre Alexander Men, el sacerdote ortodoxo asesinado por unos desconocidos en septiembre de 1990, y que figuraba entre los padres del renacimiento religioso en época soviética (para hablar de Cristo al «homo sovieticus» había hecho una redacción de los sucesos del Evangelio en forma narrativa, accesible y a la vez razonada, poniendo en primer plano la humanidad fascinante del «Hijo del Hombre», en el que identifica precisamente la novedad cristiana; este libro está editado en italiano con el título Gesù maestro di Nazaret. La storia che sfida il tempo, Città Nuova, 1996). Asombrado por la correspondencia del texto con las exigencias de «redescubrir el hombre y sus exigencias fundamentales», una exigencia pisoteada durante decenios de feroz propaganda ideológica, el padre Alexander Men había querido escribir un epílogo a la primera edición del libro de Giussani (editado por Russia Cristiana a finales de los años 80, dentro todavía de un halo de clandestinidad), un epílogo dirigido específicamente al lector ruso, que la nueva edición rusa del texto ha conservado, junto con el prefacio del cardenal Stafford.
El «amigo más grande»
De esta forma comenzamos nuestra andanza. El motor propulsor de la empresa ha sido la «Biblioteca Religiosa», un centro cultural abierto por Russia Cristiana en 1993 y dirigido por Jean-François Thiry, que desde hace aproximadamente un año se ha convertido en un organismo internacional del que forman parte tanto católicos como ortodoxos. Además de organizar eventos culturales (en los años precedentes se ha hecho cargo de la exposición De la tierra a las gentes en Moscú y en muchas otras ciudades de Rusia), la «Biblioteca Religiosa» se ocupa en particular de la edición y difusión de textos religiosos en ruso. Pero nos hemos dado cuenta de que los libros han sido sobre todo un instrumento de encuentro, de amistad y de compartir nuestra experiencia: relaciones con antiguos disidentes y hombres de cultura que desde los «años de plomo» conocían y estimaban el Movimiento a través de Russia Cristiana, colaboración con el mundo eclesial ortodoxo y con la estructura de la Iglesia católica nacida con la perestrojka, contactos con instituciones culturales antiguas y nuevas, estatales y privadas, todas unidas sin embargo por la búsqueda de nuevas salidas y recursos. Lo milagroso del asunto es que en un ambiente susceptible como el ruso, en donde cada intelectual funda su propia revista y cada parroquia cultiva su propio jardín escupiendo veneno, si puede, sobre el del vecino, en estos años ha crecido en torno a nosotros una estima que nos llena siempre de estupor. Pero la estima, en última instancia, es hacia el «amigo más grande» que guía nuestros pasos - y esto nos asombra aún más - y que es el verdadero protagonista de nuestras acciones. Recorrer de nuevo los pasos de la presentación de El sentido religioso en Moscú significa reencontrar a este «amigo más grande» en cada tramo: por ejemplo, de un encuentro casi casual con Pepe y los amigos de la comunidad de Viena nació la idea de organizar una exposición y un cinefórum sobre El sentido religioso que nos ha permitido conocer e invitar a bastantes estudiantes; y de una llamada de teléfono también casual nació la oportunidad de presentar personalmente el libro al «gran viejo», Aleksandr Sol¿enicyn. Un amigo nuestro que pertenece al movimiento de los focolares me preguntaba, el mismo día de la presentación, frente al Aula Magna de la Universidad llena de oyentes, en buena parte estudiantes universitarios, cómo habíamos hecho para congregar a tanta gente (casi trescientas personas). Es cierto, todos hemos trabajado mucho. Cada uno ha invitado a todos sus conocidos, desplegando imaginación, energía (el domingo anterior habíamos puesto unas mesas a la salida de las dos iglesias católicas de Moscú, y os aseguro que resistir dos horas a pie firme a 15 bajo cero no es cosa de broma, pero vendimos 40 ejemplares del libro e invitamos prácticamente a todos los católicos de la ciudad)... pero el secreto está en la fascinación por el «amigo más grande» que la gente experimenta cuando se encuentra con nosotros.
Bajo la «nevada del siglo»
Algunos temores de última hora (catastróficas previsiones meteorológicas invitaban a la gente a no dejar la ciudad, a no salir de casa ante la nevada del siglo; un ponente parecía haber cogido la gripe...), y después llegó el gran día, y allí estábamos todos, en el Aula Magna de la Universidad.
Además de la «Biblioteca Religiosa», la presentación del libro de Giussani la promovía el Centro para el Estudio de las Religiones, fundado en 1992 en el ámbito de los programas culturales de la Universidad de Humanidades como centro para el estudio de las religiones (en evidente contraposición con la propaganda atea de la época comunista).
En el acto queríamos subrayar en primer lugar el valor cultural del sistema de pensamiento y de la experiencia propuestos por el autor que, como afirmó Giancarlo Cesana - que intervino en la presentación para señalar en sus líneas esenciales la personalidad y el carisma de Giussani - propone primordialmente un encuentro con la personalidad viva de Cristo, como respuesta a las exigencias más urgentes del hombre. Huelga decir que la pasión comunicativa y la lucidez de las palabras de Cesana (a quien por la mañana habían invitado a la universidad para tener un encuentro con estudiantes y profesores sobre los problemas que ésta presenta y sobre la presencia cristiana allí) impresionaron profundamente a muchos de los asistentes.
Jurij Afanasev, rector de la Universidad de Humanidades, remarcó la profunda significación que este libro presenta en el contexto de la situación cultural de la Rusia de hoy. Hizo observar la semejanza entre el discurso de Giussani y el de los pensadores religiosos rusos de comienzos del siglo XX (Solovëv, Berdjiaev, Bulgakov); hombres que habían renovado profundamente la visión del cristianismo proponiéndolo de nuevo como el Acontecimiento que transfigura al hombre y al universo entero. Habló también de su valor como instrumento metodológico, que encuentra su primer y más natural puesto precisamente en el proceso formativo de las nuevas generaciones dentro de la universidad.
El plato fuerte del acto fue la presencia del académico Sergej Averincev (recientemente distinguido en Italia con el Premio Fondazione Agnelli), profesor ad honorem en distintas universidades de todo el mundo, entre las que se encuentra el Pontificio Instituto Oriental; y sobre todo maestro en la búsqueda de la verdad para generaciones enteras, a través de su enseñanza en la universidad, cuando parecía imposible hablar de la verdad en la Unión Soviética. Los aplausos encendidos al comienzo de su intervención testimoniaban mejor que cualquier otra cosa lo que representa para muchos de los asistentes. Averincev insistió en particular en el ímpetu paulino de anuncio que caracteriza al texto y en la fuerza convincente de la experiencia de vida que en él se propone; una propuesta «paciente pero irreductible, que obliga a deshacerse de cualquier máscara ideológica y no deja al interlocutor otra posibilidad que la de tomarla en serio», dijo, comentando el episodio del encuentro de don Giussani con el joven que había erigido en ideal suyo al Capaneo de Dante. Averincev subrayó, además, el valor de la experiencia de fe en los términos en los que la propone el autor «como una hipótesis razonable frente a la caída de todas las falsedades ideológicas a la luz de la razón», y observó que hoy, frente a la «peligrosa tentación, sobre todo para quien se considera creyente, de entender la fe como la enésima ideología», es fundamental la insistencia en la «comparación con la experiencia elemental, que debe volverse habitual en todo si se quiere llegar a ser un hombre libre y adulto».
Para concluir, Olga Sedakova, profesora de universidad y sutil poetisa, partió de una constatación: el mal de la sociedad moderna es que «el hombre ha perdido el nexo con la realidad y consigo mismo. Ya no son los símbolos tradicionales de las cadenas o de la prisión los que expresan la ausencia de libertad de hoy, sino el mareo, la falta de un punto de apoyo, la inseguridad que asalta al hombre en las cosas más sencillas. Esta inseguridad, este escepticismo sistemático, ha asumido el carácter de ideología» que se sostiene sobre una pretendida racionalidad. Don Giussani «desvela el carácter irracional, no razonable de esta presunta racionalidad» - añadió Olga Sedakova - individuando en el «sentido religioso» el camino para volver a tomar conciencia, para la «vuelta a sí» de la persona, es decir, del descubrimiento de su yo auténtico, inmortal. Y esto es lo que necesita el mundo, Rusia, y cada uno de nosotros.
El Este después del cambio
(Tomado de una conversación de don Giussani con Mauricio Vitali publicada en La Nueva Europa, n. 2, 1992, pp. 7-16)
Don Giussani, ¿cómo nació su interés por el Este de Europa y por la tradición cultural del cristianismo oriental?
Ya en los años del liceo me sentí atraído por la figura de Solovëv y me impresionaron algunos escritos de los eslavófilos de fines del siglo pasado, en particular Chomjakov. En los años siguientes, durante los estudios de teología en el Seminario de Venegono, hice sistemático este interés cultural, acudiendo directamente a las fuentes rusas. Por fin, obtuve la cátedra de Teología Oriental en el mismo Seminario. Utilizaba para las clases el texto en cinco volúmenes de Jugies y seguía muy atentamente los textos de los eslavófilos publicados en «Orientalia Christiana» y «Orientalia Christiana Analecta».
Desde entonces nunca estuve solo en mi interés por estos temas. Mantuve una estrecha relación de colaboración con el biblista Mons. Enrico Galbiati, profundo conocedor de la cultura rusa y oriental en general. Siendo ya sacerdote, en la inmediata postguerra, encontré al padre Romano Scalfi, que fundaba por entonces el Centro «Russia Cristiana», iniciativa que ha seguido siendo hasta hoy un punto de referencia.
He dicho antes que al principio me sentí atraído por el mundo oriental debido a un interés cultural. En realidad no era sólo por eso. Lo que me movía, en el fondo, era la pasión por la unidad de los cristianos. Desde entonces la fractura entre ortodoxos y católicos me ha parecido carente de justificaciones verdaderas y adecuadas.
¿Es cierto que debido a este interés que usted tenía por el mundo oriental fue perseguido por el fascismo?
Sí. Una vez me abrieron una carta dirigida al jesuita padre Cagnato, en la que hacía hincapié en la idea de la unidad y la colaboración con los cristianos rusos. Evidentemente fue interpretado en sentido político...
... sospechoso de filo-bolcheviquismo...
El hecho es que los fascistas vinieron al Seminario para prenderme. Recuerdo que escapé en bicicleta. Pero dejemos eso. Quiero subrayar lo siguiente: precisamente la pasión por la unidad de la Iglesia me hizo sensible, abierto a la aportación enorme y al fascinante complemento de nuestra mentalidad occidental, que podía derivarse de la relación estable, fraterna y dialogante con la cultura rusa.
La presencia de Comunión y Liberación en los pueblos del Este plasma el derecho humano de comunicarles lo que nos ha salvado a nosotros. Sin sustituirles. Pero sosteniéndoles humildemente a través del ejemplo cercano de cómo se puede vivir la Iglesia. No queremos arrollar, sino ser compañeros, ensimismándonos lo más posible con su historia y con sus necesidades. En el fondo se trata de intentar recompensar a nuestros hermanos del Este por aquello que su experiencia nos ha dado a nosotros, culturalmente y como ejemplo de vida: el testimonio de una tenaz fidelidad a la tradición y de una capacidad admirable de resistir durante tantos años al ataque sistemático del ateísmo.