La
guerra en Iraq
Asolados, pero no desesperados
Tres Consejeros de la Región de Lombardía fueron enviados
por Formigoni a Iraq en febrero. En una Bagdad entonces al borde de la
guerra mantuvieron contactos con las autoridades políticas y la
Iglesia local. Especialmente significativos fueron los testimonios que
recabaron del Secretario de los obispos católicos iraquíes
y del Nuncio vaticano
Marcello raimondi
El presidente de EEUU, Bush, empleó desacertadamente la palabra “cruzada” tras
el 11 de septiembre y ello nos creó algunos problemas, pero por fortuna
rectificó». Monseñor Jean Sleiman, arzobispo latino de
Bagdad, te mira intensamente cuando habla y tiene siempre una expresión
sencilla, serena. No recrimina, no se lamenta, sólo piensa en su pueblo.
Durante mi viaje a Iraq en compañía de mis colegas Massimo Guarischi
y Humberto Gay a finales de febrero, el encuentro con la Iglesia local ha representado
el episodio más intenso. Acudimos con el aval de Berlusconi y Formigoni
para dar una muestra de la cercanía de Italia hacia una nación
con la que nuestro país siempre ha tenido relaciones recíprocas
de amistad y para insistir en la necesidad absoluta de que el régimen
colaborase con la ONU. Tuvimos encuentros oficiales y oficiosos. Como signo
de disponibilidad hacia Italia, Tarek Azíz anticipó a nuestra
delegación el comienzo del desarme que permitió retrasar unos
días el ataque. Sin embargo, el juicio de la Iglesia que vive en la
tierra de Abrahán desde la era apostólica es sin duda lo que
más se ha grabado en nuestra conciencia.
Bajo el manto
de las palabras
Los dos arzobispos que hemos conocido, el nuncio, monseñor Fernando
Filón y monseñor Sleiman, Secretario de la Conferencia Episcopal
católica iraquí, nos han introducido de inmediato en el corazón
de la realidad, escarbando con libertad bajo el manto de las palabras del régimen
y bajo las impresiones de quien ha podido conocer el devenir de aquella nación
sólo a través de la prensa occidental y las polémicas
locales.
EEUU se siente amenazado por un país al que considera hostil y potencialmente
terrorista; el régimen iraquí da muestras de seguridad en sí mismo
y denuncia la arbitrariedad del agresor. En todos los diálogos oficiales
que hemos entablado estos días me ha impresionado que el enfoque de
nuestros interlocutores ha sido siempre “geopolítico”: prolijas
reconstrucciones de las razones históricas y económicas que empujan
a EEUU e Inglaterra a codiciar el dominio del Golfo, y reafirmación
del orgullo milenario de Iraq, que hoy se presenta como el único baluarte
contra el imperio de las barras y estrellas. Al final, te queda una sensación
de abstracción, como si el régimen no quisiera darse cuenta de
los más de 200.000 soldados acampados a las puertas de sus fronteras.
El punto de partida de la Iglesia es profundamente distinto. Mira la realidad
identificándose con el hombre común y su descripción de
la situación muestra toda su crudeza. Por ejemplo, partiendo de la condición
económica de la gente. Para no dar una impresión de debilidad,
el gobierno ha mantenido oficialmente el viejo cambio para el dinar iraquí (un
dinar=3 dólares), pero hoy con la devaluación la moneda vale
seis mil veces menos (casi una de las viejas liras italianas): con dos mil
dinares se compra un kilo de naranjas. Lo cierto es que en nombre del cambio
oficial un profesor, por ejemplo, gana menos de cuatro mil dinares al mes,
es decir, menos de dos dólares. Obviamente, con esa cantidad no se puede
sobrevivir, de modo que si un niño quiere ir a la escuela, si quiere
clases, debe pagar de su bolsillo.
Los mayores perjuicios
Y no digamos nada de todo lo demás, en especial la sanidad. Hay que
tener presente que Bagdad es la ciudad mejor preservada. Al sur, en Basora,
donde la guerra con Irán y la Operación “Tormenta del desierto” de
1991 provocaron mayores perjuicios, la situación es indescriptible.
Falta el agua. La del río no se puede utilizar porque está contaminado
y no puede importarse cloro al encontrarse entre los productos prohibidos por
el embargo (puede utilizarse para fines militares). El obispo del lugar hace
traer el agua desde el extranjero para distribuirla entre la gente.
En las ciudades, las tareas pre-bélicas más intensas no eran
la construcción de búnkeres o de trincheras, sino la excavación
de pozos fuera de las casas para extraer el agua y Cáritas estaba implicada
activamente en enseñar a la gente a hacerlo. «Doce años
de embargo han postrado económica, psicológica y moralmente a
la población - nos explicaba monseñor Filoni -. ¿Cómo
se puede hacer la guerra a un país así? Es como disparar contra
un enfermo grave».
La tasa de desempleo está por las nubes y la gente abandona el país,
más por la pobreza que por la guerra. Y se van también los cristianos.
Tras la guerra del 91 y el embargo, un tercio de los cristianos se han marchado.
En todo el país han quedado unos setecientos u ochocientos mil (de una
población de 22 millones), de los cuales el 80% son católicos
de rito caldeo. En el Kurdistán había pueblos completamente cristianos
que hoy se han vaciado, sobre todo en la diócesis de Al Amadiyah.
Embargo y democracia
También hay que contemplar los aspectos psicológicos y culturales. «Hay
un sentimiento de frustración entre los islámicos - nos contaba
monseñor Sleiman -. El fanatismo está creciendo, se resquebraja
la posibilidad de la convivencia. El embargo humilla, deja a todo un pueblo
al margen de las naciones. Estaba pensado para empujar a la gente a hacer la
revolución, pero ha fracasado estrepitosamente».
«
Los americanos deberían entender que la democracia es una cultura, un
proceso que no se puede crear ni por ley ni con la guerra», nos decían.
Es preciso comprender la cultura local, el sentido de pertenencia al clan,
a la tribu: el respeto hacia el jefe, el comandante, el rais es muy fuerte.
En el mundo árabe la idea de la responsabilidad individual apenas se
ha desarrollado y no es casual que casi no existan democracias pluralistas
como las occidentales. «Es un sistema que no cambiará velozmente
- nos confirmaban los obispos - los que vengan después tendrán
una vida durísima». En definitiva, una atenuación del embargo
acompañada de una fuerte actividad diplomática europea hubiera
podido evitar el atrincheramiento iraquí y tal vez hubiera desactivado
la radicalización de los últimos meses. Pero la vida de la Iglesia
no se detiene, todo lo contrario. Son comunidades vivas, muy participativas.
«
Tenemos una facultad de Teología - decía monseñor Sleiman
- damos catequesis y disponemos nuestros locales para encuentros con los jóvenes».
Las iglesias ya no son sólo un lugar de culto, sino uno de los pocos
espacios públicos donde se puede hablar con libertad. Se desarrollan
conferencias, no sobre temas políticos, sino, por ejemplo, sobre ética,
y ello permite llevar a cabo una actividad educativa esencial. Así,
sucede que acuden muchos que no son cristianos, a veces sólo para ver
a las chicas. La obra educativa de la Iglesia no se limita a los encuentros.
No hay escuelas privadas, pero la enseñanza de la religión es
posible en un lugar en que el 25 por ciento de los alumnos son cristianos.
Nosotros nos quedaremos aquí
La guerra sería una masacre, sobre todo para los cristianos. «Estamos
preocupados - señalaba monseñor Sleiman - porque siempre que
hay cambios aquí, en Iraq, hay pogromos y genocidios. Los cristianos
serían las principales víctimas». Unos días antes
de nuestra llegada a Bagdad, hubo una manifestación ante la sede de
la ONU con la presencia de sacerdotes y mullah. Se gritaron algunos eslóganes
contra los cristianos y el viceministro de asuntos religiosos intervino para
censurar este comportamiento. «La gente es consciente del papel del Papa
en esta crisis - nos explicaban -; aunque en los periódicos y la televisión
se le concedió poquísimo espacio, muchas personas estaban enteradas
de la visita del cardenal Echegaray. Las personas razonables se dieron cuenta
de que es falso que el Occidente cristiano quiera hacerles la guerra».
En cualquier caso, se preparan para lo peor. Se dispondrán 8 centros
de ayuda en las ciudades, 44 en todo el país, se dará asistencia
sanitaria, se distribuirá comida y se ayudará a los desplazados.
En todas las iglesias habrá un centro de acogida. «Nosotros nos
quedaremos aquí - nos comunicó con una sonrisa monseñor
Sleiman - aquí la Iglesia no tiene intereses comerciales que salvar.
Rezamos y trabajamos por la paz, el final del embargo y la reconstrucción
de nuestro pueblo».