Cartas
desde
la
cárcel
¿Qué es la libertad? Este fue el tema de las vacaciones de invierno
de los bachilleres de EEUU, en las que participó vía virtual Joshua,
un recluso de una cárcel
de Carolina del Norte. Su larga carta suscitó multitud de preguntas y
admiración entre
los jóvenes
A CARGO DE GIUVENTÙ STUDENTESCA DE EEUU
Una semana
antes de las vacaciones de invierno, los bachilleres de Brooklyn habíamos
leído dos cartas, una de las cuales aparece publicada en Huellas (cf.
nš 2- 2003, p.26). Ambas son de Joshua Stancil, que cumple condena en la cárcel
de Morrison, Carolina del Norte. Nos impresionaron tanto que decidimos escribirle
y plantearle algunas preguntas referentes a la libertad (el tema de nuestras
vacaciones), confiando en que su respuesta llegara antes de que saliéramos
de viaje. Llegó justo a tiempo y nos ayudó más de lo que
podíamos suponer. A continuación publicamos su carta y las nuestras
con el deseo de que podáis captar una pizca de la belleza que experimentamos.
10 de febrero de 2003
Hola a todos! Perdonad el retraso con el que os respondo. Aunque enviasteis vuestra
carta por correo urgente el jueves pasado, aquí llegó el sábado,
pero en la cárcel de Morrison no se reparte el correo los sábados.
No la he recibido hasta hoy. Espero que mi respuesta llegue antes de que empiecen
vuestras vacaciones.
Dejadme deciros cómo me conmovió el que me hubierais escrito y
que me pidierais mi opinión sobre algo tan importante como es nuestra
relación con Cristo y con los demás. Estoy especialmente emocionado
porque soy consciente de que tengo mucho más que aprender yo de vosotros
que vosotros de mí. Os doy las gracias y espero que mis respuestas tengan
algún sentido. En primer lugar, me preguntáis en qué ha
cambiado mi vida. Creo que todo se debe al concepto de Presencia, la presencia
de Cristo. No es una divinidad lejana, que nos vigila en la sombra y se mantiene
distante e inaccesible, sino un Dios que, ¡por increíble que parezca!,
experimenta un interés real por mí y por todo lo creado. Me convertí al
catolicismo y, hasta hace poco, mi fe era más o menos solitaria. Iba solo
a misa, nadie era católico en mi familia, mi novia era judía...
mi recorrido espiritual ha sido un vuelo en solitario. Todo lo que sé sobre
la fe lo aprendí de los libros, lo cual no está mal: agradezco
que se me haya dado la gracia de poder conocer a Jesús, de alguna manera,
mediante los libros, aunque esto supuso pensar en el catolicismo, la fe y Dios
mismo, como algo intelectual. Cristo quedaba reducido a un conjunto de doctrinas,
un riguroso y severo código moral (un código que yo ostentaba continuamente).
No me interpretéis mal: no pretendo restarle importancia a la doctrina
y a los preceptos morales; en absoluto. Al contrario, toda mi aproximación
a la fe fue como un árido ejercicio académico y privado, solitario,
que restaba a esta doctrina y moralidad cualquier eficacia o efecto sobre mi
vida. Mi encuentro con CL me está enseñando el método para
poder vivir estas doctrinas y preceptos, no sólo conocerlos y proclamarlos.
Antes de encontrar el movimiento y el carisma de don Giussani, jamás habría
pensado en la Presencia, nunca habría pensado que esta Presencia pudiera
tocarme, modelarme y reconstruirme, y que yo habría podido reconocerla
porque Ésta - sería mejor decir Él - me ha amado y sigue
amándome ahora, a pesar de todos mis fallos y mi constante ingratitud.
Para mí Dios era un concepto, no una Presencia.
Él era, “por
otro lado”, una figura benévola pero distante, que quizá algún
día llegaría a encontrar, después de mi muerte. Jamás
hubiera pensado en él como en una Presencia que pudiera experimentar -
que quiere darse a conocer - aquí y ahora, en esta vida, en este preciso
momento. Ni, ciertamente, que pudiera experimentarla a través de otras
personas, incluso a través de las menos pensadas. En mi mundo estaba yo
solo, no había lugar para nadie más, ni siquiera para una presencia.
Ahora, con gran alegría, veo que mi mundo se ha dilatado enormemente y
me descubro abierto a todo esto. Otro cambio radical es que puedo albergar una
esperanza. Desde niño he luchado contra la depresión con un sentimiento
de desesperación. Aunque los ataques más fuertes venían
de vez en cuando, ahora me doy cuenta de que mi visión del mundo estaba
plagada de cierto nihilismo. La cárcel - es inútil callarlo - no
ha hecho más que exacerbar el problema. La prisión nos vuelve áridos
frente a lo humano. Al final, sin siquiera darse cuenta, uno pierde totalmente
el sentido de la bondad del hombre. Se llega a ver a los seres humanos como irrecuperables,
cualquiera que sea la reeducación o la ayuda que se pueda recibir. Mi
encuentro con CL ha cambiado radicalmente mi forma de pensar. A menudo me veo
confiando en las cosas - un cambio de ciento ochenta grados con respecto a mi “viejo
yo” -. Indudablemente tendré que vivir otras desilusiones, pero
no me siento oprimido como antes; ya no me precipito en el oscuro abismo de la
depresión. He conocido una Presencia que me estabiliza, me sostiene y
me proporciona esperanza.
En segundo lugar, me preguntáis cómo puedo ser libre en prisión.
Sobre todo, siendo consciente de que Otro cuidará de mí como de
mi familia, según sus tiempos y su designio. Él obra para la salvación
de su Iglesia, de su pueblo que peregrina.
Respecto a los comentarios de mis compañeros de presidio a raíz
de mi encuentro con CL, son numerosos y en ocasiones muy graciosos. Por ejemplo,
al salir de una visita de Elisabetta y Tobías no me daba cuenta de que
iba sonriendo como un idiota. No podía dejar de sonreír. Uno de
mis compañeros de habitación vino hacia mí y me dijo: «¡Eh,
guapo! Estás radiante» y tras una pausa, continuó: «¿Te
has drogado?». Algunos me preguntaban cómo podía estar tan
tranquilo, tan en paz con respecto a lo que ocurre (la cárcel es un ambiente
duro, muy ruidoso y caótico; los mismos presos responden con violencia
a la violencia del ambiente; si alguien está tranquilo como yo y nada
parece molestarle, llama enseguida la atención). Unos compañeros
me pidieron leer las obras de don Giussani y la revista Huellas y, por supuesto,
se los proporcioné. Elisabetta me envió una auténtica provisión
de libros y revistas, así que sería más correcto decir que
ella se los facilitó. Aquí es difícil establecer relaciones.
Hay mucha hostilidad hacia los cristianos, porque lo que se conoce es el cristianismo
de los protestantes de los Estados del Sur; desgraciadamente, esta “versión” del
cristianismo - el fundamentalismo - es lo único que conocen, y creen que
todo es igual. Lo que rechazan es más bien un grupo incontrolado, una
versión endurecida del cristianismo. Es ardua la tarea de convencerles
de que el auténtico cristianismo es otro.
Elisabetta y Tobías (y por extensión toda la comunidad de CL) me
enseñaron el camino, no un camino, porque el carisma de don Giussani me
tocó como el único acercamiento auténtico al Hecho cristiano.
No quiero con esto decir que uno tenga que pertenecer forzosamente al movimiento
para considerarse plenamente católico; quiero decir que si uno es completa
y auténticamente católico, habrá llegado a serlo porque
se habrá acercado, aunque sea inconscientemente, al movimiento. Cuando
pienso en los grandes santos de la historia, nacidos mucho antes de que surgiera
CL - por ejemplo, Francisco de Asís y Maximiliano Kolbe - veo personas
cuyo “método”, llamémoslo así, es el mismo que
el de Giussani. La espiritualidad del movimiento es auténticamente católica,
que quiere decir “universal”. Es la espiritualidad que se encuentra
en las primeras comunidades cristianas y que fue el instrumento primario de la
evangelización a través de los siglos. Incluso vosotros, cuando
os veis para estudiar o para viajar juntos como lo hacéis, como una comunidad,
convertís en testimonio el Hecho cristiano y lo hacéis presente
hoy. Sois los herederos de la primera comunidad cristiana.
También me preguntáis cómo puedo conservar la esperanza
incluso en mi situación actual. Creo que mi respuesta a la segunda pregunta
puede aplicarse también a esta. La esperanza no es algo que se pueda conseguir
aquí dentro; a menudo uno pone un gran empeño, pero el esfuerzo
generalmente va encaminado a “salir de aquí”. Con demasiada
frecuencia me pongo en el centro de la realidad, cuando debería hacerme
a un lado y permitir que actúe la gracia de Dios.
También debo tener presente que no se acaba todo con la muerte. Mis padres
probablemente habrán muerto cuando acabe de cumplir mi condena. Como podréis
imaginar, este trago es muy amargo. Pero la muerte no es el final de todo. Jesús,
dice la Biblia, es el Dios de los vivos, no de los muertos. La resurrección,
la resurrección de Cristo (y espero que también la mía):
aquí reside mi esperanza.
Con respecto a la Divina Comedia, es importante para mí por varios motivos.
En primer lugar, porque es una de las obras maestras de la literatura universal.
No hace falta ser católicos para apreciar su calidad. En segundo lugar,
su belleza remite a Otro, a Dios. Únicamente los seres humanos son capaces
de apreciar la belleza, únicamente los hombres pueden sentir esta sed. ¿Cómo
puede la teoría evolucionista pura explicar el hecho de que unas personas
se reúnan para contemplar una puesta de sol? ¿Cómo puede
el ADN explicar la necesidad que tienen los hombres de la pintura, la escultura,
la poesía, el teatro y la novela? El deseo tan explícito de la
belleza es para mí un signo de la existencia de Dios.
Me preguntáis también acerca de mi vida cotidiana. Pues bien, el
desayuno es a las 6:15 de la mañana. Vuelvo, me lavo los dientes y me
preparo para ir a trabajar (trabajo como ayudante de un profesor). Salgo para
ir a la escuela a las 7:15 y trabajo hasta las 11:00, momento en el que hacemos
una pausa para el almuerzo. De vuelta al dormitorio (vivimos en barracones o
dormitorios como los de los militares, con unas 36 literas en cada barracón)
voy a esperar la distribución del correo. Después, vuelvo para
ir a cenar. Emocionante, ¿verdad? Confío en que mis respuestas
tengan por lo menos algún sentido para vosotros. Podría haber seguido
escribiendo páginas y páginas, pero casi es ya la hora de ir a
la cama y no hay ningún motivo para aburriros, pues estáis de vacaciones.
A propósito, os deseo que sean fructíferas y llenas de alegría.
Rezaré por vosotros. Mis mejores deseos para siempre...
Joshua Stancil