LA
GUERRA EN IRAQ
Libertad para la Iglesia, libertad para todos
La idea “natural” de hombre, de libertad y de justicia, en las
palabras y en la obra del gran estadista Alcide De Gasperi. «El cristianismo,
principio esencial de la civilización, es lo único que podrá salvarnos
de la catástrofe a la que amenazan conducirnos los mitos de las dictaduras
de raza, de clase y de partido»
ALESSANDRO BANFI
Dulcis libertas la llamaban los primeros cristianos, que
escribieron una
extraordinaria carta de exhortación al emperador Constancio, hijo y sucesor
de Constantino, para suplicarle que dejara libres a sus súbditos. «Es
un himno maravilloso a la libertad del espíritu, que el estado debería
favorecer y defender», comenta Hugo Rahner. Constancio fue el primer poderoso
que trató de utilizar su profesión de fe cristiana y católica
para ejercer su dominio histórico y político, hasta el punto de
nombrar a los obispos y abrazar la herejía de Arrio, desarrollando una
nueva persecución contra la verdadera fe que en algunos aspectos fue aún
más encarnizada que la persecución física contra los cristianos
realizada por sus predecesores. Así comenzó la división
entre Oriente (donde prevalecerá el cesaro-papismo durante muchos siglos)
y Occidente. Qué gran emoción me ha proporcionado releer el libro
del mes de febrero, Chiesa e struttura politica nel cristianesimo primitivo,
de Hugo Rahner, escrito - y no es casualidad - en 1943, y publicado en Italia
por Jaca Book en los años setenta y que resulta tan dramáticamente
actual. Una actualidad que empuja a razonar acerca del verdadero papel desempeñado
por esa libertad en los avatares históricos, incluso en tiempos más
recientes. En su artículo “Moisés y el Columbia”, publicado
en el Corriere della Sera (9 de febrero de 2003), don Giussani nos invitaba a
reflexionar sobre el capitán alemán que se halló ante el
padre Maximiliano Kolbe. El capitán dejó que el sacerdote se sacrificase
en lugar de una padre de familia que había sido designado para morir. «Si
Hitler hubiese presenciado ese ofrecimiento, ha escrito don Giussani, ciertamente
no habría premiado a ese oficial, pues secundó una justicia que
no era la suya. Aceptando el intercambio, expresó el sentimiento natural
de un hombre que podía tener hijos al igual que el condenado». La
idea “natural” de hombre, de libertad y de justicia de aquel capitán
fue más fuerte que el horror del nazismo. Pero, ¿de dónde
le venía?
Lucha por la libertad
Me vienen a la cabeza las palabras pronunciadas por un gran político italiano
del siglo pasado, que es un ejemplo histórico, pero más reciente
que el de los primeros cristianos, de lo que es la lucha por la libertad arrostrada
por un cristiano de nuestro tiempo: Alcide De Gasperi. He aquí los hitos
de un discurso que pronunció en 1946 en el Consejo Nacional de la DC: «En
Occidente, la lucha iniciada contra las investiduras terminó con una clara
distinción entre los poderes de la Iglesia y los del estado. En cambio,
en Oriente, el cesaro-papismo aún sigue vigente. (...) Sí, el cristianismo,
profesado y vivido, da alas a nuestra democracia, pero ello no significa que
la democracia esté vinculada por completo al impulso inicial, consciente
y proclamado. El cristianismo ha dejado ya tales improntas en la historia que
actúa como elemento ambiental y vital, incluso en quienes no lo profesan
o se percatan de ello sólo cuando Roosevelt lee el Discurso de la Montaña
o cuando Croce afirma que nosotros no podemos dejar de decirnos cristianos. No
pedimos a nadie renuncias o adhesiones, sólo pedimos que los derechos
humanos de la libertad personal y de la justicia social, sea cual sea su motivación,
constituyan la base del trabajo común. La Constitución que hemos
jurado nos ofrece la base jurídica de tal comunidad e impone las reglas
y los límites de nuestras relaciones. Excluye la intolerancia, supone
el respeto de las confesiones y nos dicta el método para superar los contrastes,
cuando estos pasan del campo de las ideas al de la práctica civil y política.
La Constitución excluye el clericalismo, pero tutela la libertad religiosa,
excluye el anticlericalismo, pero salvaguarda la libertad de la fe».
Genio concreto
Es el mismo De Gasperi quien en 1943 (precisamente mientras Rahner lleva a la
imprenta sus trabajos sobre los primeros siglos) escribe: «El cristianismo,
que en Italia es la Iglesia católica, conserva y alimenta el fermento
de fraternidad evangélica, principio esencial de la civilización,
y universalmente se acepta que es lo único que nos podrá salvar
de la catástrofe a la que amenazan conducirnos los mitos de las dictaduras
de raza, de clase y de partido».
Un histórico personaje público italiano, Agostino Giovagnoli, explica
en su libro La cultura democristiana, publicado por Laterza, lo siguiente: «El
cristianismo no representaba el origen, después superado, de la libertad,
sino el criterio último de la misma, incluso respecto a cierto liberalismo
a veces iliberal. Evocando las citas de De Croce, realizadas por Tocqueville
y Manzoni, De Gasperi subrayaba las críticas de ambos a la segunda fase
de la Revolución francesa, la del Terror y la ausencia de libertad».
El genio del estadista italiano, genio concreto de una convivencia pacífica
que duró cincuenta años, radica sobre todo en la superación
de la cuestión romana y del Risorgimento, que hasta entonces habían
contrapuesto la Iglesia y la democracia moderna. La experiencia histórica
de De Gasperi, su realismo, condujo al disfrute de la conciliación de
la Iglesia con el estado alcanzada con los Pactos Lateranenses bajo el fascismo;
y llevó a que en la historia de la reconstrucción italiana de posguerra
fuera crucial la contribución del cristianismo y de la masas católicas.
Sentimiento “naturaliter”
Aquella contribución salvaguardaba la democracia moderna y la convivencia
libre entre los ciudadanos frente a las distorsiones ideológicas, pero
también frente a las propias derivas del liberalismo, a menudo inclinado
a transformarse en Terror jacobino.
De Gasperi fue un gran político y a la vez un católico “natural”.
Tal vez austero, nunca ostentoso. Su primer discípulo y heredero político,
Giulio Andreotti, en el libro De Gasperi visto da vicino, publicado por Rizzoli,
escribe lo siguiente: «Aquella tarde en el coche me dijo que una concepción
moderna en el fondo es más respetuosa del mandamiento de no pronunciar
el nombre de Dios en vano que las viejas instituciones, las cuales, nombrando
a Dios, pretendían o avalaban las injusticias más clamorosas. Estas
fugaces referencias religiosas - que apuntaba en el diario - me interesaban mucho
para comprender mejor su personalidad. Un día me dijo que de joven, aunque
llegara a la noche cansadísimo, no se acostaba sin haber rezado el rosario».
Su batalla por la libertad en Italia nacía de allí, de aquel sentimiento “naturaliter” cristiano,
que hoy, en cambio, suele faltar incluso en muchos que se proclaman