La
guerra en Iraq
Una contribución original y positiva
El punto de partida para un juicio cristiano sobre
la guerra de Iraq. La paz como fruto de la Presencia de Cristo en la
historia: éste es
el único camino para alcanzar los ideales de paz y de justicia que han
sostenido desde siempre el sueño americano
LORENZO
ALBACETE
No a la
guerra.Sí a América» es un juicio que se
basa en un punto de partida distinto del de aquellos que apoyan la guerra como
una
medida necesaria para prevenir un mal peor, y del de aquellos que se oponen
por razones políticas o ideológicas. Ambas partes declaran estar
a favor de la paz. Los que sostienen la guerra dicen que la paz es imposible
sin una acción militar contra las fuerzas de Sadam Hussein, mientras
que los “pacifistas” dicen que es posible sin la guerra.
Otro mundo
¿
Cómo saber qué es posible y qué no? Lo sabemos por aquello
de lo que hemos tenido experiencia. O lo hemos experimentado en su totalidad,
o si no extraemos nuestras conclusiones de la “lógica” de
las experiencias pasadas, que indican la dirección que nosotros elegimos.
Tanto la oposición como el apoyo a la guerra funcionan dentro de la
misma lógica de lo que es posible. En un análisis último
ambas posiciones siguen la lógica de la fuerza. Su concepción
de lo que es posible depende de la fuerza que ellos consideran que puede resultar
vencedora, ya sea la fuerza militar, la de la opinión pública
internacional o la de las manifestaciones multitudinarias. Un juicio basado
en la fe cristiana, sin embargo, tiene un punto de partida distinto. Es un
juicio basado en lo que Cristo hizo y hace todavía posible. La “paz” es
ciertamente el fruto de su Presencia, como dijo Él mismo, y como repetimos
siempre en la Misa, una paz que “el mundo no puede dar”. El problema
es que nosotros estamos tentados de ver esta “paz” como algo totalmente “del
otro mundo”, o como un “don espiritual”, o bien como un don
totalmente escatológico privado de cualquier referencia a la paz entre
las naciones y las personas en esta vida. Pero el punto de partida para un
juicio cristiano sobre lo que es posible en este mundo es la experiencia de
algo que ha sucedido en la historia, un evento que sucedió y que sigue
sucediendo.
Se trata de la aparición de la gracia de Dios en la carne humana, dentro
del tiempo y del espacio humanos. El evento de la gracia crea un pueblo cuya
identidad y esperanza son enteramente frutos de este evento. Es la presencia
inesperada de “otro mundo” dentro de este mundo, de nuevas posibilidades
para la vida del hombre en este mundo. La alternativa a lo que este evento
hace posible no es siempre el fruto del pecado. ¡El pecado no puede triunfar
sobre la gracia! La alternativa a las posibilidades creadas por la gracia es
un mundo de ideales inalcanzables.
Ideales y traiciones
“
Paz” y “justicia” son ideales de este tipo. Hasta el “conocimiento
de Dios” o la “verdadera religión” son un ideal vacío
cuando la gracia no está presente. Sin la gracia se trata de “causas” que
no alcanzan el objetivo deseado, incluso cuando son “justas” a
los ojos del mundo. Y como no alcanzan este objetivo, son dañinas en última
instancia, provocan un daño. Este es el motivo por el que el Papa dice
que, aunque sea una guerra justa, la guerra es siempre una derrota para el
hombre. Pero a pesar del pecado, el corazón del hombre es bueno. Los
ideales humanos son buenos. La libertad, la justicia y la paz son ciertamente
ideales nobles. Esto es lo que significa «sí a EEUU». Es
un “sí” a los ideales que han sostenido siempre el “sueño
americano”, sobre todo la pasión por la libertad individual. No
obstante todas las contradicciones y las traiciones, la pasión por la
libertad ha definido a EEUU desde sus orígenes. Esta pasión por
la libertad es lo que une a nuestra nación. Esto no significa que todos
los americanos tengan la misma concepción de lo que significa una libertad
auténtica. La pasión de EEUU por la libertad se expresa con precisión
en la determinación de conceder a cualquiera una posibilidad de perseguir
sus propios sueños de libertad. Pero el corazón bueno del hombre
está herido, y el mejor de los esfuerzos humanos yerra al perseguir
su justa finalidad. Como resultado, los ideales humanos sufren de la corrupción
presente en el corazón humano. Sobreviene la decadencia, la corrupción.
Ningún hombre o nación puede pretender ser el emisario puro del
bien. Los gestos humanos más nobles no se pueden comparar ni siquiera
inicialmente con los pequeños pasos de un santo movido por la experiencia
de la gracia. Por esto debemos poner ante nuestra nación el testimonio
de nuestra experiencia de la gracia, del suceder de la gracia como el único
camino para alcanzar los (buenos) objetivos que nos prefijamos o que deseamos.
Los primeros cristianos - me ha dicho don Giussani - estaban llenos de defectos.
Sabían que eran pecadores, que no eran mejores que los demás.
Pero lo que les distinguía era su amor a Cristo. En su encuentro con Él
a través de la Iglesia habían experimentado la paz que nace de
la infinita misericordia de Dios. Sabían que esa paz era posible en
este mundo porque la habían experimentado. Habían visto y experimentado
la destrucción de las barreras de la enemistad erigidas por el pecado
humano entre los pueblos de las distintas naciones y religiones. Su gratitud
por lo que habían experimentado (la gratitud es siempre fruto de la
gracia) les empujaba a dar testimonio de lo que puede suceder y realmente ha
sucedido en este mundo. De esta forma se convirtieron en los verdaderos protagonistas
de la historia. Cambiaron su mundo. El mundo que no conoce la gracia debe perseguir
los grandes ideales humanos lo mejor que pueda. Como escribía san Agustín, ésta
es su misión, la de construir la ciudad terrena de la mejor forma posible,
aunque al final la lógica de la fuerza termine prevaleciendo. La tarea
(negotium) del pueblo formado por la gracia, en cambio, es la de «poner
la propia esperanza en invocar el nombre del Señor Dios» (eum
qui speravit invocare nomen Domini Dei; cfr. De Civitate Dei, XV, 25). Esto
es lo que tenemos que hacer nosotros ahora. Esta “tarea” no es
una cuestión numérica, no se trata de acrecentar el número
de los que aceptan nuestros juicios. En opinión de san Agustín
es suficiente con que exista una persona «generada por la resurrección
del que ha sido asesinado». Tampoco es tarea nuestra escoger entre las
distintas posiciones dentro del debate a favor o en contra de la guerra, ni
demostrar el error de las diversas concepciones. Nuestra tarea es dar testimonio
de una lógica distinta que obra en el mundo. Nosotros tenemos la tarea
de mostrar, como dice don Giussani, que “la razón está con
nosotros”, es decir, que esta lógica distinta corresponde perfectamente
con los deseos del corazón del hombre. Nosotros no “condenamos” el
modo con el que el mundo sin la gracia busca la justicia y la paz. Nosotros
estamos preparados para colaborar con todos estos intentos en la medida en
que no nos obliguen a abandonar nuestro punto de partida, es decir, mientras
no se nos pida reconocer el poder mundano como instrumento de salvación.
Nosotros no somos mejores que los demás. Pero tenemos experiencia de
la reconciliación, de la destrucción de las barreras del odio
y de la incomprensión obrada por la Misericordia, por la gracia. Desde
esta perspectiva afirmamos que la guerra es siempre una derrota para el hombre.
Nosotros no esperamos la victoria definitiva de la paz, que Cristo nos dará sólo
al final de los tiempos. La gracia de Cristo está presente en el mundo
como un fermento en la historia. Está presente como una educación
en la genuina libertad.
Auténticamente
libres
La educación es el camino para la paz. A través de la educación
podemos trabajar verdaderamente por la paz, ya que es la forma en la que aprendemos
lo que necesitamos para vivir una vida que corresponda a lo que es posible
para nosotros, que corresponda al destino para el cual hemos sido creados.
La educación nos capacita para vivir la verdad de nuestra humanidad,
la verdad de lo que nos hace humanos. Llegamos a ser plenamente humanos a través
de nuestra libertad. La libertad es sobre todo la capacidad de ser humanos,
de ser aquello para lo que hemos sido creados. Una educación auténticamente
humana, por tanto, es aquella que enseña cómo ser auténticamente
libres. Esta es nuestra mayor contribución a la búsqueda de paz
y de justicia del mundo.
Este es, finalmente, el motivo por el que nuestro trabajo por la paz implica
también la oración continua en todas sus formas, incluyendo el
ayuno y las obras de misericordia. La oración nutre la esperanza de
la que brota nuestro juicio sobre lo que es posible en el mundo. Lo que corresponde
perfectamente a los deseos constitutivos del corazón humano es siempre
un milagro, porque fuera del evento de la gracia lo que buscamos es imposible.
Puede parecer también que el poder de este mundo sabe obrar milagros,
tentándonos para poner nuestra esperanza en aquellos que lo detentan.
Pero esos no son verdaderos milagros, porque no responden a los deseos fundamentales
del corazón. Estos deseos son escuchados sólo dentro de la experiencia
del evento que ha despertado en nosotros una “fe distinta, una esperanza
distinta y un amor distinto” (eso que san Agustín define como
la “Ciudad de Dios”) y que introduce en este mundo una lógica
distinta, una forma diferente de juzgar lo que es posible.