Manifiesto
de Pascua - La incredulidad de santo Tomás
La
incredulidad y la Presencia
El célebre cuadro expresa el realismo que define toda la obra de Caravaggio:
el dedo en la llaga, el asombro de los apóstoles
y la centralidad de Cristo
Marco Bona Castellotti
Caravaggio realiza este cuadro (óleo sobre tela, 107x146
cm) para el marqués Vincenzo Giustiniani alrededor de 1601, en el momento
en que la fama del pintor se difundía por los palacios y las calles de
Roma tras el éxito de San Luis de los Franceses y Santa María del
Popolo. Vincenzo Giustiniani fue, junto con el cardenal Del Monte, el mayor coleccionista
de obras de Caravaggio. Le pertenecieron entre otras, Amor vencedor, que el marqués
escondía detrás de un cortinaje al fondo de su galería,
para mostrarlo sólo a algunos visitantes que quedaban boquiabiertos ante
la atrevida y repentina aparición. Giustiniani, rico banquero pontificio
cuyos gustos deformes y contrastados eran sustancialmente profanos, admiraba
la Incredulidad de santo Tomás, tanto su intensa fuerza religiosa como
la planta monumental y estatuaria de las figuras, sobre todo los apóstoles,
semejante a la de los modelos clásicos. De hecho, el marqués no
ocultaba su preferencia por las esculturas clásicas de las que poseía
una conspicua representación.
La Incredulidad debió suscitar el interés de otros linajes romanos,
como atestiguan algunas copias contemporáneas, algunas de tal calidad
que han provocado desafortunadas confusiones. Hasta el ilustre historiador del
arte Roberto Longhi se vio inducido al error cuando en los años 50 se
obstinaba en certificar la autenticidad de una copia que se encontraba en Florencia,
negando la paternidad de la versión que comentamos, que hoy se encuentra
en Postdam. El cuadro llegó a Alemania a comienzos del siglo XIX, cuando
fue adquirido por el káiser junto con el resto de la colección
Giustiniani. Sin embargo, no se llegó a exponer por ser considerado de
escasa envergadura, quedando encerrado en un depósito durante años.
Hoy es considerado como una de las obras cumbre del periodo de madurez de Caravaggio
y es admirable el realismo con el que el pintor imaginó la veloz sucesión
de los gestos en el episodio post-pascual. En el rostro ceñudo de santo
Tomás se dibuja un sentimiento de maravilla simultáneo a su meter
el dedo en la llaga del costado de Cristo, operación que Caravaggio describe
con precisión casi quirúrgica. Para implicar emotivamente al espectador,
pensó que el propio Cristo ayudara al apóstol titubeante tomándole
del brazo. También los demás apóstoles comparten su asombro,
dejando espacio a la hipótesis de que cierta incredulidad era una debilidad
común. No se excluye que el propio Caravaggio, siempre tan cercano a los
sujetos para los cuales la persona de Cristo es el eje, se reconociera en esa
incredulidad. Así pues, va mucho más allá de los límites
impuestos por la iconografía tradicional, que solía interpretar
el tema en términos de circunstancias, describiendo el episodio con violencia,
la misma que vemos en su versión de la Cena de Emaús de Londres
y Milán, otro evento post-pascual. Caravaggio había pintado también
una Resurrección en Nápoles en 1607 que fue destruida en 1812 y
cuya memoria no conservan las fuentes antiguas, unánimes a la hora de
magnificar la inaudita verdad.