Una cerveza Guinness

San Patricio la cristianizó en el siglo V. En el 80 tres jóvenes universitarios italianos dieron vida a la primera comunidad de CL. Más tarde el encuentro con Margaret, Owen... Y el desafío, en un momento de depresión económica, de construir una escuela de inglés para extranjeros que ha dado lugar a una serie de encuentros y de aventuras

PAOLA RONCONI

Si os mojáis un dedo con un poco de cerveza Guinness e intentáis que gotee, veréis que no cae. Este juego sólo puede hacerse con la que se bebe en Irlanda, sobre todo en un pub a las afueras de la ciudad, con música celta y vistas al mar; dicen que es la más densa. La verdad es que todo aquí es más denso, más intenso. El verde de las praderas y la bruma que se podría cortar en rebanadas; el “Domingo sangriento” de 1972 y el rojo del cabello de las mujeres; la guerra civil que de religioso tiene ya bien poco y los atardeceres que parecen durar una eternidad. No hay lugar para las posturas blandas, tibias o indefinidas. Debió de intuirlo también Patricio de Armagh, que en el siglo V recorrió la isla a lo largo y ancho predicando el cristianismo; conoció a su pueblo y fundó iglesias, escuelas y monasterios, dejando esa impronta que dio una identidad al país.

Quién sabe qué diría hoy san Patricio al observar tristemente que aquella propuesta de salvación y de felicidad por la que dio la vida ha perdido en Irlanda gran parte de su atractivo, y lo que fue en un tiempo cultura viva ha dejado el campo a un cristianismo hecho de nombres, preceptos y costumbres moribundas. En cuestión de una década, a partir de una serie de escándalos en el seno del clero irlandés - escándalos que los medios de comunicación han utilizado descaradamente para un auténtico y real linchamiento de la Iglesia católica - el “país esmeralda” se ha quitado de encima la que se define como una pesada carga moralizadora, y con un puñado de acertadas maniobras económicas ha recuperado todos los años en los que había permanecido como furgón de cola de los países europeos.

Consecuencia: en lugar de los históricos rótulos de los pubs están Benetton y Habitat (que en Italia está en quiebra) y en lugar de las vacas en los establos de las lecherías están los restaurantes étnicos.

Pero ¿Y las raíces del pueblo? Tal vez sería necesario un nuevo san Patricio.

Enviados especiales
En 1978, con motivo de un encuentro de estudiantes universitarios con el Papa en Roma, el entonces secretario pontificio irlandés, monseñor John Magee, conoció a don Giussani y le propuso que enviara a alguno de “sus chavales” a Irlanda. Al año siguiente salieron de Milán Guido y Nicola para continuar sus estudios en Dublín. En el 80 se les une también Mauro, estudiante de Ciencias Políticas de Catania. En la ciudad de James Joyce llevaban una vida de estudiantes: por la mañana aprendían inglés, por la tarde estudiaban en la facultad del University College Dublin. Empezaron a conocer gente, de hecho se fueron a vivir a un apartamento con otros tres chicos de Dublín («En realidad al principio - cuenta Mauro - Guido vivía en una residencia, pero organizó una “guerra de almohadas” y fue expulsado»). Estudiaban El mercader de Venecia de Shakespeare y las relaciones internacionales de Irlanda del Norte, se encontraban para la Escuela de comunidad, o para ensayar con el coro de la capilla de la Universidad y de esta manera fueron conociendo a otros estudiantes: Marion, María, Robert y Margaret. Aunque en aquellos años los irlandeses estaban convencidos de que para vivir de verdad el cristianismo era necesario tomar los hábitos («¡Una visión un poco limitada del cristianismo! Y ahora los seminarios están vacíos», afirma Mauro), al cabo de unos meses Mauro y Margaret se prometieron.

La pequeña comunidad de la capital irlandesa no se habría sostenido, ni siquiera gracias a la presencia de otros estudiantes italianos, si no hubiera sido por Gerry, que después se convertiría en sacerdote de los misioneros de San Carlo Borromeo.

Mauro volvió a Catania para hacer el servicio militar y para licenciarse. Don Ciccio, un sacerdote de Catania amigo suyo le provocó: «¿Dónde vivirás con Margaret, en Italia o en Dublín?», «Pero don Ciccio, ¡sólo hace un mes que estamos juntos!». «Así que - cuenta Mauro- escribí a don Giussani, que me respondió: “Sería verdaderamente bello que una semilla de CL se trasplantara a Irlanda, confundiéndose con aquella tierra, seguro en la claridad y en la pasión por la fe, que allí hubo en tiempos pasados, pero ahora ya no”. Era el año 1982, fijaos, y él ya había comprendido lo que le ocurriría a la sociedad irlandesa en cuestión de unos años». Tanto es así, que el mismo don Giussani se refirió paradójicamente a Irlanda como “tierra de frontera”. Con una invitación así, sólo quedaba hacer las maletas. «Margaret y yo nos casamos en Catania y salimos de viaje de novios a la vuelta de Dublín». Un viaje de novios que todavía no ha terminado.

Hay escuelas y escuelas
En los años 80, Irlanda llegó a tener en algunas zonas hasta un 70% de desempleo juvenil. Los emigrantes se dispersaron por todo el mundo, sobre todo por EEUU, en aquellos años eran unos cientos de miles sobre una población interna de cinco millones. «Y nosotros íbamos contra corriente: yo era un italiano licenciado que buscaba trabajo en una de las naciones más pobres de Europa». Al principio fue duro: «Para no enloquecer - dice Mauro- hice un Máster en Ciencias Políticas. Después, el obispo de Dublín, monseñor Kevin McNamara, propuso a Margaret que dirigiera un centro para la familia en la diócesis. ¡Por lo menos había una entrada!» Por aquellos años, muchos profesores italianos organizaban cursos de verano en Irlanda para aprender inglés. «Entre ellos había un matrimonio del movimiento, los Biasoni, que venían regularmente desde Milán con grupos de alumnos. Yo les servía de contacto: de hecho en varias ocasiones algunos amigos nos propusieron abiertamente: “¿Por qué no montáis una escuela de inglés?”. Curiosa idea: un siciliano emigrado a Irlanda que abre una escuela de inglés para extranjeros». Pero el destino ha acompañado esta osadía, totalmente italiana, porque hoy su escuela es una de las más grandes de Irlanda, reconocida por el Ministerio de Educación. La semilla había sido plantada, y el fruto no sería sólo económico.

El Emerald Cultural Institute es un edificio de estilo victoriano situado en uno de los barrios residenciales más bellos de la ciudad. Tres plantas cuidadísimas. Durante los meses de verano, que por aquí ofrecen 20 grados de temperatura y unos pequeños rayos de sol, la escuela llega a acoger unos 2.000 estudiantes entre jóvenes y adultos. Clases de lengua por la mañana, por la tarde tareas, películas, laboratorio de idiomas, excursiones a las islas Aran o a Connemara; alguno trabaja por la noche en un pub para pagarse el curso y para aprender mejor el inglés. En una sala en la primera planta de la escuela, junto a las oficinas donde trabajan Lee, el hermano de Owen, Eithne y Eleonor, me presentan a Jennifer, con su rubísimo pelo a cepillo y sus ojos azules. Se mueve como si fuese de la casa. Es irlandesa, trabaja aquí, supongo. «¿Eres nueva?», dice. «¿Pero no eres de aquí?», le pregunto. «Soy de Florencia - pronuncia con una espléndida “e” abierta -, estudio y también trabajo en la canteen de la escuela, el comedor. Conoces a un montón de gente. Por ahí pasan todos». Jennifer es un tornado de ideas: me cuenta que quiere organizar una fiesta para invitar a todos los estudiantes y profesores del Emerald: «Yo y otros amigos del movimiento ya organizamos otra y todos nos dijeron que se habían divertido, pero en la próxima queremos invitarles a la EdC que hacemos todas las semanas. Hace falta dejar claro que no somos organizadores de veladas y que el atractivo que puedan percibir en los momentos de fiesta viene dado por Otro».

La escuela es como un puerto de mar, los estudiantes provienen de muchísimos países: «¡¿Se te ocurre un ámbito mejor para hacer misión?!», concluye Jennifer.

Como me cuenta Mauro, la mayoría de los estudiantes se alojan con familias de Dublín. «Empezamos preguntando a nuestros vecinos si querían hospedar, cobrando, a jóvenes extranjeros. Con el “boca a boca” llegamos a mil familias implicadas, a las cuales proponemos con frecuencia gestos e iniciativas. Así encuentras, ¡caramba si encuentras! Para los grupos extranjeros más numerosos gestionamos otras estructuras, como colegios que cierran en verano». Uno de estos pertenece a las Siervas del Sagrado Corazón de Jesús. «Hace años las religiosas eran muchas. Vivían aquí y gestionaban la escuela. Ahora quedan pocas y están contentas de colaborar con nosotros y alquilarnos algunas de sus estructuras, como la residencia universitaria».

Catecismo, cantos y campaña de Navidad
Raffaella, licenciada en Lenguas, había venido a Dublín para hacer una tesis sobre William Butler Yeats. Conoció, entre otros, a Owen, estudiante de Ingeniería. Raffaella tenía los viernes por la noche una cita fija con Mauro y los otros. «Al cabo de cierto tiempo - cuenta Owen - no vinieron más porque tenían “algo” que hacer. Una vez les pregunté si podía hacer ese “algo” yo también. ¡Y fui enganchado para toda la vida!».

En el 90 Raffi y Owen se casaron. Viven a pocos pasos del Emerald, en una casa de revista de decoración. Tienen cuatro hijas, las mujercitas Sara, Laura, Cristina y Amalisa. Junto con Margaret, Raffi organiza la catequesis. «¿Y la parroquia?», pregunto. «Comprende que aquí en Irlanda el cristianismo impregnaba cualquier contexto - explica Raffi. Por tanto, no existía diferencia entre escuela y parroquia, tanto es así que la preparación para los sacramentos era tarea de los profesores en la escuela. Ahora tienes suerte si encuentras un profesor practicante. Por otro lado es una asignatura como las matemáticas y tus hijos hacen la Comunión o la Confirmación junto a toda la clase como si fuese un trabajito de historia. ¡Qué tristeza! Por eso nos hemos apresurado a remediarlo por nuestros hijos». Las emprendedoras madres pidieron una sala al párroco y enseñan semanalmente a sus hijos y a sus compañeros de escuela quién es Jesús, su vida y todo lo demás. A veces se escapan también algún domingo por la tarde para jugar con los niños o para ir con ellos a ver la Captura de Jesús de Caravaggio en la National Gallery de Dublín.

Quien pase por la céntrica Grafton Street en Navidad se tropezará con toda probabilidad con el coro que Raffi dirige hace ya años y que en diciembre da su disponibilidad para la Campaña de Avsi, mientras que el resto del año acompaña la misa del lunes en la parroquia de Rathgar.

Chocolate en el puerto
Owen, su marido, produce bombones. Su fábrica da al río Liffey, en el puerto de Dublín, a dos pasos de la nave donde Bono y U2 graban sus discos. Owen me enseña el establecimiento donde trabajan 200 personas. Es chocolate artesanal el que sale de aquí y se vende en elegantes tiendas pequeñas que llevan el nombre de la empresa. «Con alguno de mis empleados hice durante un tiempo Escuela de comunidad, pero yo era su jefe y se sentían un poco obligados a responder a mi propuesta. No fue una buena idea. Pero desde hace unos meses entre el personal está Caterina». Es italiana, estaba de paso en Irlanda para aprender inglés y se quedó con estos nuevos amigos que le han cambiado la vida. «¿No fue una buena idea proponer a todos la Escuela de comunidad? Vale, organicemos cenas para conocernos, tal vez alguien se interese por la vida del movimiento. Fuera del horario de trabajo seguramente sea menos “comprometido”. Los compañeros estuvieron satisfechos. Alan, por ejemplo es francés y después de unos días me dijo: “Hace una semana que he empezado a rezar”». Caterina no está sola en estas “hazañas”; en la fábrica de chocolate trabaja también Stefano que es de Milán, pero se casó con una chica de Dublín. «Con las iniciativas de Caterina se está moviendo algo aquí en la empresa. Por ejemplo Tano, es musulmán y no comprende cómo podemos ser tan amigos, está intrigado. O nuestro amigo chino Bob, que cocinó todo él la primera vez que nos reunimos con todos los de la empresa. Te aseguro que la gente se queda sorprendida de estas iniciativas. Más de uno me ha dicho que probablemente Caterina hace estas cosas porque está contenta. Dicen poco». Franceses, árabes, chinos, no digamos italianos, hasta hace algunos años no se había visto tal variedad étnica en la verde Irlanda. La culpa es del progreso económico. «Pero esta gente llega - cuenta Stefano - y la primera dificultad es la lengua. Así que he pensado proponer clases de inglés a mis compañeros extranjeros. Conmigo, gratis, después del trabajo, creo que es una buena idea». Seguro, si no se parte de las necesidades concretas...

Naas
Unos treinta kilómetros al oeste por una carretera rural está Naas. Allí viven Karl y Carmen. También ella hace años fue “víctima” de la escuela de Mauro, había llegado a Dublín desde España para aprender inglés, vivía como aupair en casa de Lee. Su marido, Karl, es uno de los más goliardescos del grupo, aunque no por eso el menos serio con la vida. A su larga amistad con Owen debe el estar con estos amigos.

Luego Anna nos cuenta cómo en 1973 don Agostino, sacerdote de la San Carlo que vive en Dublín, había tenido una clase en el aula donde ella enseñaba religión: una especie de resumen de El sentido religioso. Anna se quedó impactada. «Algunas semanas después - dice - Giorgio Vittadini vino a Dublín para un encuentro y don Agostino nos invitó a mis compañeros y a mí. Yo quedé deslumbrada, mis compañeros escandalizados por cómo hablaba del cristianismo: “Este tío no puede decirnos cómo ser cristianos”, me rebatían». Hilda también era compañera de Anna, mejor dicho, su amiga: «Desde aquel encuentro le había sucedido algo - cuenta Hilda, hablando de Anna -, estaba cambiada. Y cuando también yo empecé a frecuentar a esta gente comprendí que hablaban de lo que yo había aprendido de joven, pero con ellos se hacía realidad». Jimmy y Sean son sus respectivos maridos. Vieron a sus mujeres volver a casa “cambiadas” y durante bastante tiempo estuvieron expectantes: «Yo creía que si permanecía como “observador externo” de este nuevo comportamiento de mi mujer - interviene Jimmy -, no me arriesgaría a equivocarme. Pero estos italianos hablaban de la Iglesia que yo había conocido de pequeño y que con el tiempo había dejado de interesarme».

También está Deirdre (¡nombre completamente impronunciable!), esposa de Stefano, al que conocimos en la fábrica de chocolate. Ella es la que nos cuenta su historia: «Trabajé durante más de un año en Milán, en el Hospital San Rafael como enfermera. Conocí a Stefano y a gente del movimiento, pero Stefano me había alertado: “Cuidado, es un movimiento político”. Nos prometimos y volví a Irlanda. Y cuando vino a mi encuentro, le había sucedido algo que no me convencía mucho». En resumen, mientras trabajaba en Regione, Stefano había tenido la posibilidad de conocer mejor ese “movimiento político” que al final lo había convencido porque no era tan político.

Un pueblo de “viajeros”
No creáis que la comunidad de CL irlandesa está toda aquí, porque un buen porcentaje está actualmente dispersa por el mundo. Aunque hace falta poco, un e-mail, dos palabras, para descubrir también su historia. Martin ahora vive en Londres, pero hace catorce años leyó un artículo en el periódico de la parroquia e, impresionado por el juicio sobre la realidad cristiana allí descrito, decidió descubrir a los autores, que eran Mauro y Margaret; desde entonces no ha aflojado los lazos. Tom y Alicia, irlandés de Cork él, española ella. Se conocieron en un hotel rural irlandés donde Alicia trabajaba y donde en el 96 se hicieron las vacaciones de invierno de la comunidad. Ahora están casados y viven en Tortola, en las Islas Vírgenes británicas, donde Tom desarrolla su trabajo de ingeniero.

La próxima cita de la comunidad irlandesa es el 13 de noviembre, cuando la presidenta de la República Irlandesa, Mary McAleese, intervendrá oficialmente en la presentación de The Religious Sense en uno de los hoteles más prestigiosos de Dublín. Ya en el 98 esta mujer nacida en Irlanda del Norte había visitado la etapa dublinesa de la exposición “De la tierra a las gentes” y desde entonces, ha seguido manteniendo estrechos y amistosos contactos con Margaret.

¿Recordáis? Aquí todo tiene una densidad especial, empezando por la Guinness.