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El abrazo de Virgilio
El pasado 12 de octubre, tras una dolorosa enfermedad, murió en Belo Horizonte el sacerdote italiano Virgilio Resi. Llevaba en Brasil veinticinco años y fue padre, amigo y maestro para muchos. Publicamos el recuerdo del P. Bernareggi, que compartió con él el trabajo pastoral en el barrio del 1 de Mayo
Pigi Bernareggi
Conocí a Virgilio a principios de los 80, siendo párroco en un barrio donde desde los años 60 acudían algunos amigos italianos de GS. En 1977, el P. Joao, obispo de Belo Horizonte, me había destinado a levantar una comunidad cristiana en una zona pobre de las afueras, el barrio 1 de Mayo. Durante esos años trabajaban conmigo otros amigos: Rosetta Brambilla, que colaboraba en la pastoral de favelas atendiendo como enfermera a los vagabundos del barrio; María Rita y Emilio Brughera con sus tres niños, que venían de Macapá (Amazonia) y se dedicaban a la formación profesional de mujeres y adolescentes y a la animación social de nuestras comunidades. Probablemente fuera este núcleo lo que propició que el P. Virgilio viniera a nuestro barrio cuando llegó a Brasil. Aquí tendría todas las condiciones favorables para adaptarse al nuevo mundo, soltarse en la lengua y asimilar la realidad humana brasileña.
La llegada
Un buen día, Virgilio apareció en el 1 de Mayo. Recuerdo (es algo que se me grabó para siempre) que yo estaba ajetreado ordenando la sacristía de la ermita de la Gloria, donde había vivido durante algunos años esperando a que quedara libre la casa parroquial que ocuparía después. Había un armario enorme que no conseguía mover, a pesar de todos mis esfuerzos. El sacerdote entró y se presentó; era un hombre alto, fuerte, de mirada aguda y sonrisa abierta, que pronunciaba la erre como los franceses - algo rarísimo en Brasil -, de esas personas que te inspiran confianza y establecen enseguida una amistad sincera. Charlamos un rato y después me preguntó por lo que estaba haciendo. Sonrió, agarró el armario y lo colocó al otro lado de la habitación, ¡como si fuera un paquete de nada! El asombro que me produjo ese gesto tan inesperado como imposible se me quedó grabado en el corazón: era la síntesis de todo lo que con el paso del tiempo descubriría de él. El valor y la fuerza extraordinaria para proyectar y hacer lo imposible de manera sencilla, casi como un juego, gracias a la fuerza del Espíritu. Los siguientes años de convivencia en el 1 de Mayo trajeron una serie de gratos descubrimientos. El P. Resi se introdujo en su nuevo mundo como si siempre hubiera vivido en él: se hacía amigo de la gente con toda naturalidad. En Belo Horizonte funcionaba por aquel entonces la Casa Cultura y Fe, réplica de la matriz de Sao Paulo donde se concentraba el esfuerzo de la pastoral universitaria. Virgilio era el alma que aglutinaba a centenares de universitarios de diversas facultades. Paralelamente, en el barrio fundó la Casa Cachaca y Mé (Casa del aguardiente y de la borrachera) que recogía a jóvenes alcoholizados que eran abandonados por las familias en las aceras. Los cobijaba en la casa parroquial, y les daba una amistad y una ternura sin límites. Puso a su disposición a sor Odette, otra heroína de los pobres, de nuestras monjas Escolapias. Climerio, Marquinho o Balaio son nombres que todavía hoy nadie ha olvidado por aquí, por el milagro de amor del que fueron protagonistas en el abrazo de Virgilio.
Bocanada de oxígeno
En los años 60, la presencia de los amigos de GS en el barrio había generado una pastoral juvenil fresca y robusta, pero desde principios de los 70 este trabajo entre los jóvenes fue decayendo hasta casi desaparecer. La llegada del padre Resi fue como una bocanada de oxígeno para unas brasas a punto de extinguirse. En muy poco tiempo su presencia, fascinante y sencilla al mismo tiempo y en total sintonía con el universo juvenil de aquella nueva generación nada fácil de descifrar, suscitó un pulular de grupos de jóvenes en casi todas las comunidades de la parroquia (más de diez). No eran sólo chicos de familias religiosas, sino que provenían de todas las clases y razas. Rezaban, discutían y cantaban; pero sobre todo entablaban una amistad nueva y profunda, absolutamente inconcebible en su mundo. Eran comunidades abiertas a la realidad circundante que implicaban a las familias y cambiaban el ambiente de sus barrios. Virgilio era para ellos padre y hermano, amigo y confidente, sostén y maestro.
La fama del sacerdote llegó rápidamente a oídos de los obispos y en menos de tres años fue requerido para el servicio aquello de lo que la Diócesis tenía necesidad: el seminario. Desde entonces le veía de vez en cuando en las reuniones del clero, donde intercambiábamos alguna palabra; su mundo era ahora otro, pero su amistad siempre permaneció profundamente enraizada en el corazón de todos nosotros... fuimos los primeros en tener la alegría de convivir con él.
Abandono total
Fragmento de la homilía de monseñor Filippo Santoro en el funeral del padre Virgilio Resi. Sierra de la Piedad, 13 de octubre de 2002
Queridísimo obispo P. Rochi, queridísimos sacerdotes, amigos y amigas, Santuzza, madre de Virgilio, su hermano Fernando, su hermana Isa: El traje de la fiesta del que habla el Evangelio es nuestra fe. Para participar de este momento los únicos vestidos son la fe y la esperanza que Virgilio nos ha enseñado. Por esto podemos celebrar este momento lleno de dolor, pero al mismo tiempo de una esperanza y de un amor más grandes que el mismo dolor.
Como en ningún otro momento, el Misterio de la muerte de Jesús está presente entre nosotros y con él obedecemos en la cruz al designio misterioso del Padre en un abandono total. El pasado lunes visité a Virgilio, que con un hilo de voz me dijo: «Todo esto es muy duro - hablaba de la enfermedad y de su inminente muerte -, es una tarea dura, pero es justo que sea así». Quería decir que era justo que se hiciera la voluntad de Dios. Nuestro amigo se abandonó a esta voluntad como sacerdote, como misionero y como hombre. Un hombre que en la plenitud de su vida, en la plenitud del gusto por las cosas, descubrió a Cristo y se consagró a Él. Un hombre que dijo «sí» a Jesús y todo cambió, hasta su modo de morir. Que el Señor transforme también nuestro grito en una esperanza que no se destruya. Virgilio dejó su casa y decidió ser totalmente de Cristo, siendo totalmente de esta tierra de Santa Cruz. Tú, Virgilio, amigo de todos, de las personas sencillas, los hombres de cultura, los políticos, los jóvenes, los pobres, los marginados, los abandonados, los borrachos y las personas normales; todos encontraron en ti un abrazo. Nuestro dolor, duro y profundo, no es desesperación. Es nostalgia, deseo de estar contigo, esperanza de que hayas puesto tu vida en manos de tu Señor, que te ha llamado por tu nombre y al que has respondido «sí». Te fiaste porque experimentaste vivo y resucitado al Señor, vivo entre nosotros, en el frágil rostro de Su presencia que es nuestra amistad. Querido Virgilio, fuerte y seguro como una roca, como esta Sierra, tu cuerpo ha muerto y nos has recordado que Dios es todo, pero tu presencia es ahora más fuerte entre nosotros por la Gracia del Espíritu.
Gracias por haberte cruzado en nuestro camino, por habernos ofrecido la presencia del Señor a través de tu persona, la poesía, la belleza que admirabas, la música, el canto popular, el arte, la amistad, la devoción del pueblo como testimonia este Santuario. Gracias por tu abrazo fuerte como el de Cristo. Una persona sencilla que trabaja aquí me decía al final de su enfermedad: «El día en que Virgilio suba la Sierra, los ángeles harán una gran fiesta. ¡Y con ellos, todos nosotros!».
¡Gracias Virgilio, amigo para siempre!