CL
Amados, no sólo cuidados
Aprovechando la estructura de un antiguo centro de
terapia hiperbárica,
hoy ofrece servicios médicos de vanguardia, asistencia domiciliaria, servicio
de transporte, hidroterapia, y muy pronto una casa-taller. Es el centro de rehabilitación
gestionado por ANFFAS, una asociación de familias de discapacitados mentales
y relacionales
Piergiorgio Greco
«Mi mujer y yo ahora tenemos unas ganas de vivir desbordantes». Antonio
es un empresario de algo más de cincuenta años, casado desde hace
veinticinco. Dos hijas llenan su vida. Dos hijas discapacitadas. «¡Cuántas
veces habré dado un puñetazo al volante –recuerda– ,
después de que los médicos me aseguraran: ya verá, la segunda
hija será normal. Y sin embargo...». Antonio se detiene, levanta
la mirada y repite con seguridad: «Hoy mi mujer y yo vivimos una plenitud
contagiosa». El sauce llorón bajo el que nos sentamos nos resguarda
del sol templado de octubre, en este jardín del Instituto de rehabilitación
de San Atto, a dos pasos de Téramo y muy cerca del Gran Sasso que, majestuoso,
parece velar paterno sobre esta orilla de Abruzzo. Aquí viven Fiorenza
y Daniela, las dos hijas de Antonio, y aquí son cuidadas, custodiadas
y amadas. Sonríen cuando su padre las acaricia con ternura: «Debo
mi plenitud de vida al encuentro con los amigos de Comunión y Liberación,
a este centro de rehabilitación y a esta gente», explica conmovido.
Asociación de familias
Con nosotros, a la sombra del sauce, también se encuentran Ercole, Pierluigi,
Massimo y Mauro. «Enzo –me dicen– no ha podido venir porque
le acaban de operar, pero también es uno de los nuestros». Los “nuestros”,
o “esta gente” son el grupo de amigos que componen la junta directiva
de la asociación ANFFAS Onlus de Téramo, una asociación
de familias que gestiona esta instalación semi residencial para discapacitados
en el antiguo centro de terapia hiperbárica de San Atto, y que ofrece
servicios de rehabilitación de auténtica vanguardia.
Una verdadera joya, nacida hace dos años de la pasión y de la tenacidad
de este grupo de amigos, tres de los cuales tienen hijos discapacitados. «Cuando
te enfrentas al drama de la discapacidad –cuenta Antonio– te das
cuenta de que estás totalmente solo. Y entonces te pones a buscar gente
que pueda y quiera compartir contigo este dolor». Esta búsqueda,
a menudo desesperanzada, halló una respuesta inesperada. Antonio conoce
a Ercole, que conoce a su vez a Massimo, que es amigo de Enzo, que conoce a Pierluigi,
amigo de Mauro. Se produce una amistad que desde hace diez años no ha
dejado de crecer. Algunos son de CL, todos son cristianos o han vuelto a serlo.
En 1991 esta amistad toma el nombre de ANFFAS Téramo, Asociación
de familias de discapacitados mentales y relacionales. En 1997 el grupo es desalojado
de su sede en el centro de Téramo. «Fue en este momento –cuenta
Massimo– cuando decidimos poner en funcionamiento de nuevo el centro de
terapia hiperbárica, un complejo que hasta hace algunos años había
albergado una auténtica joya a nivel nacional de terapia hiperbárica,
y que se había visto obligado a cerrar en 1992».
Un crecimiento exponencial
El círculo se cierra en 1999: el Area Sanitaria Local pone a su disposición
el edificio, la Fundación Caja de Ahorros de Téramo financia el
proyecto y ANFFAS se declara preparada para gestionar la estructura. Desde el
1 de abril de 2001, día de la inauguración, hasta hoy, el Instituto
de San Atto ha crecido exponencialmente, hasta ofrecer en la actualidad veinte
mil prestaciones de rehabilitación anuales. La estructura, dotada de un
excelente centro de hidroterapia y de un inestimable servicio de transporte,
da trabajo a sesenta y dos persona entre terapeutas, médicos, enfermeras
y personal administrativo (frente a las cuatro iniciales). Un punto doloroso,
aunque es signo de calidad y de una exigencia cada vez mayor, es la larga lista
de espera. En solo dos años ha nacido un verdadero modelo de referencia
para toda la región, destinado a ampliarse en los próximos meses.
Inauguración de La Plazuela
Todo esto en lo que respecta al aspecto sanitario. Pero San Atto no termina aquí.
En las próximas semanas se inaugurará una Casa-taller que lleva
por nombre “La Plazuela”, un edificio a 500 metros del edificio central,
que albergará un centro de reunión juvenil para discapacitados
y algunos locales destinados a actividades productivas. La Casa-taller se ha
instalado en un antiguo colegio puesto a disposición por el obispo de
Téramo, monseñor Vincenzo D’Addario, a propuesta del párroco
Domenico Maraschi, y representa el complemento natural a las actividades sanitarias
y rehabilitadoras efectuadas en el centro. «En estos locales –explica
Antonio– los discapacitados que ya no tengan actividades terapéuticas
podrán pasar la tarde desarrollando actividades lúdico-recreativas,
informáticas y teatrales. Pero, sobre todo, podrán aprender un
trabajo». En diciembre empezarán dos cursos de formación
de 800 horas, destinados a treinta discapacitados. «Quince de ellos –dice
Massimo– aprenderán técnicas de tele trabajo, mientras que
los otros quince aprenderán a realizar neceseres, bolsas de viaje y distintos
artículos en piel, que pensamos poner a la venta a partir de finales del
año próximo».
Convenio para el desarrollo de la hipoterapia
Todavía hay más cosas. Como fruto de un encuentro “fortuito” con
el decano de la Facultad de Veterinaria de Téramo ha nacido un acuerdo
a tres bandas (ASL, Universidad y Anffas) para la puesta en marcha de un centro
de hipoterapia (equitación terapéutica) a dos kilómetros
del Instituto de rehabilitación. Gracias a quince voluntarios del servicio
civil el centro será capaz también de responder a las solicitudes
de asistencia domiciliaria.
En resumen, una atención al discapacitado que va mucho más allá de
la fase rehabilitadora y que comprende también una dimensión social
y formativa. «Para nosotros –explica Ercole– no existe el discapacitado
afectado por ésta o por aquella patología, del mismo modo que tampoco
existe para nosotros el discapacitado que vive en la ciudad o en un pueblo lejano.
Aunque sea muy costoso, vamos todos los días a recoger a un chico que
vive a bastantes kilómetros de San Atto. Como tampoco existe para nosotros
el discapacitado de quince años y el de cuarenta: el Instituto de rehabilitación
es una historia que implica indistintamente a sujetos de todas las edades. Antes
todavía de ser un minusválido –añade–, el discapacitado
es una persona “entera” que quiere ser feliz, que quiere sentirse
amada y no sólo cuidada. Es verdad que somos conscientes de nuestra incapacidad
para dar respuestas adecuadas a la espera del corazón de los chicos y
de sus familias, porque hay ciertos sufrimientos que parecen poder terminar solo
con la muerte. Experimentamos que somos amados de tal forma por el Misterio que
sentimos la necesidad de continuar esta obra». El trabajo semanal de la
junta directiva, en la cual se discuten y se comparten todas las decisiones,
es la “garantía” para que San Atto no se convierta en un proyecto
utópico: «De nuestra unidad –concluye Ercole– nacen
juicios realistas y acciones inteligentes. Cada uno de nosotros es indispensable
en esta historia».
Dos panes y cinco peces
Una amor a la persona tan intenso, una atención a esta “unidad” de
la persona es una provocación para cierto modo de entender hoy en día
la sanidad y la enfermedad, una provocación que nace únicamente
de personas que se sienten amadas, de hombres que, a su vez, se sienten “unidos”.
Este es el secreto de San Atto. «Cada uno de nosotros, indistintamente –vuelve
a hablar Ercole–, tiene la conciencia de haber puesto tan sólo dos
panes y cinco peces. Nada más. La multiplicación la ha hecho Él,
que está presente en nuestra amistad». Un milagro que ha conmovido
a todos. Y todos –se ve por el entusiasmo que muestran a la hora de contar,
por la paternidad con la que aman a los ingresados en el centro y por el tacto
que tienen cuando, por ejemplo, cierran una puerta o mueven un cenicero– tienen
la conciencia de no poder prescindir ya de esta amistad, de este lugar, “el” lugar
al que sienten que pertenecen, en una época en la que la autosuficiencia
representa el máximo ideal de vida. Y es una presencia que se dilata:
un pequeño grupo de personas, formado por empleados y enfermos, se encuentra
semanalmente para tener una Escuela de comunidad. También participan en
ella Giovanna Censoni, directora médica, y Paolo D’Angelo, director
administrativo.
Aquello que une todo
La “unidad” nace precisamente de esta pertenencia, como explica Antonio: «No
existe separación entre mi trabajo y esta obra, porque aquí no
están sólo mis dos hijas: aquí estoy yo con mi deseo y estos
amigos que me recuerdan que Cristo es la Presencia por la que vale la pena trabajar,
reír, gozar. O sufrir por mis dos niñas. Cristo es lo que une todo:
el trabajo, mis hijas, mis amigos, estos discapacitados. Ahora –repite– mi
mujer y yo tenemos unas ganas de vivir desbordantes». «Yo no tengo
hijos –apunta Mauro–, pero después de haber hecho el servicio
civil en ANFFAS me he dado cuenta de que no podía prescindir ya de estos
amigos, de esta historia y de esta tarea. Aunque podía estar viviendo
tranquilamente mi vida, mi trabajo en el banco, he decidido permanecer en la
junta directiva de ANFFAS y llevar adelante esta historia que se ha convertido
en la historia de mi vida».
Una verdadera señora
Mientras Ercole, Antonio, Massimo, Pierluigi y Mauro me presentan al personal
y me enseñan, orgullosos, el centro de rehabilitación, mi mirada
se detiene en Ángela, una mujer con encanto señorial. La esclerosis
múltiple está consumiendo lentamente su sonrisa, pero no por ello
pierde la ocasión de contarme qué es para ella San Atto: «Cuando
llegué aquí –me cuenta con voz delicada– fue para mí como
la realización de un sueño. Los asistentes sociales que venían
a casa me trataban como un mueble al que quitar el polvo. Aquí, en cambio,
todo es distinto: gracias a estos “diablos” –dice señalando
con la mirada a los demás pacientes y a los terapeutas– he descubierto
un afecto y una amistad impensables. He vuelto a descubrir el valor eterno de
cada instante que Dios me concede, incluso estando en esta silla de ruedas».
Surge por mi parte, de forma espontánea, una pregunta: «Usted, que
vive la experiencia del dolor, ¿tiene miedo al futuro?». «El
futuro –me responde– es para mí el presente que vivo. La alegría
del presente que vivo». Un poco más allá está Arturo,
un chico con síndrome de down que hasta hace dos años no abría
la boca. «Enséñale a Piergiorgio lo que sabes hacer»,
le dice Ercole sonriendo. Y él, sin perder un segundo, se concentra y
entona con voz de auténtico tenor: «Volare, oh, oh...».