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La compañía ofrecida
Querido don Gius: Celebrando junto a mi Fraternidad mi segundo aniversario de
matrimonio con Andrés, decía que en realidad parecían veinte,
por la intensidad de las circunstancias que Dios nos ha dado en este corto período.
Una doctora del Instituto del Cáncer nos daba un lamentable diagnóstico:
el cáncer de mi esposo se había ramificado a los pulmones colapsando
uno de ellos por completo y el otro en preocupante avance. Comienza así el
drama de la quimioterapia. El drama se hacía palpable al darse cuenta
de que los médicos intentan alejarte de una realidad concreta y dura,
haciéndote creer que todo se va a solucionar con el tratamiento. Si hubiésemos
estado solos frente de esta realidad, habríamos dejado el destino de mi
esposo, el de mi hijo y el mío en sus manos. Pero la gracia opera a través
de aquellos que tiernamente Dios ha puesto a tu lado. La compañía
de mi fraternidad y de Alex, la persona que hizo posible mi encuentro con CL,
nos llevó a afrontar la realidad con un crudo realismo que permitió reconocer
que la vida es un don y que nada depende de nosotros. De este modo, o te arrodillas
como un niño ante el Padre y te dejas acompañar en circunstancias
tan duras como hasta llegar a buscar un hogar para enfermos terminales, sin dejar
escapar ninguna posibilidad de vida aquí y con la certeza de la resurrección,
o te quedas en la desesperación. No teniendo sentido terminar con el ciclo
de quimioterapia, puesto que los tumores seguían creciendo, a pesar que
los marcadores de cáncer se habían reducido, los médicos
suspenden el tratamiento derivándolo sólo a un tratamiento del
dolor y dándole 6 meses de vida. Ante un consejo médico se decide
que existe una posibilidad mínima de operación, ante lo cual Andrés
es hospitalizado, pero después de 15 días de tratamiento anticoagulante
y exámenes aparece una nueva circunstancia, un trombo en el corazón
hacía imposible la operación. Mirando ahora el recorrido de estos
acontecimientos no puedo dejar de asegurar que Cristo está en medio de
nosotros. Por la compañía ofrecida, Andrés desea realizar
los sacramentos pendientes. La Confesión y la Primera Comunión.
Un gesto en el que toda la Fraternidad se vio involucrada. En cierto momento
de la ceremonia mi esposo estaba en medio de sus amigos y el sacerdote le pide
un paso adelante. El resto queda atrás... el simbolismo de este gesto
se me hacía evidente: desde ahora, Andrés, eres tú y Cristo.
Recibida la Comunión y la Unción de los enfermos salimos contentos,
entre risas y bromas, dejando para lo más íntimo de cada uno el
significado de lo que había sucedido. Estos quince días, a pesar
de haber sido de extrema tensión, la compañía concreta de
personas, tanto los del grupo de fraternidad como nuestro Padre Antonio, nos
permitía acercarnos cada vez más al significado de este drama.
Andrés pensaba que era injusto que esto le hubiese sucedido justo cuando
estaba recién y felizmente casado y con un maravilloso hijo de un año.
A través de mí el Misterio se acercaba cada vez a Andrés,
pero la mentalidad de los médicos se apoderaba de su humanidad intentando
creer que todo se solucionaría. Esto me exigía un gran valor para
tratar de ayudarle a hacer frente a la realidad tal como se nos presentaba. En
un momento llegó a decir: «Yo no quiero morir como un santo, ustedes
quieren que yo muera como un santo, pero yo quiero vivir». Pero, en una
conversación con don Antonio, dijo sentirse “interesado”,
puesto que nunca había pedido nada a Dios ni se acordaba de Él
y ahora que la enfermedad lo consumía se acercaba y rogaba. La respuesta
del P. Antonio fue impresionante: «Cristo siempre ha mendigado tu corazón
y ahora tú le respondes». La petición y el ofrecimiento se
confundían en mis pensamientos. ¿Qué pedir? ¿Cómo
pedir? En esta misma ocasión, siempre acompañada, comprendí que
la actitud más sincera era ponerse como Cristo frente a la cruz y decir: «Si
puedes, aparta de mí este cáliz, pero que se haga tu voluntad y
no la mía». Alex le acompañó algunos días de
su hospitalización. Continuaban los consejos médicos y las posibilidades
de una operación iban y venían manteniéndonos en vilo. Hubo
un momento en que una doctora insistió en la operación, ante la
cual ningún médico quería arriesgarse, excepto uno de una
clínica particular. En la consulta (de $ 50.000) después de ver
los exámenes, nos dice casi burlonamente: «Bueno, yo podría
operarlo, pero por unos $ 25.000.000 más o menos, pero no puedo asegurar
nada. Yo sé que hay doctores que no tienen valor para operarlo, yo sí tengo». ¡Quién
no lo tendría por esa suma! Lo más impresionante fue la actitud
egocéntrica y autosuficiente del médico. En determinado momento
el doctor Rocabado, el mismo que antes había intentado operarlo, nos dice
que está interesado en el caso, pero que el consejo decidió no
proseguir y como solución de “parche” le envían a nuevas
quimios. Estando presentes en la junta médica, mi esposo y yo preguntamos
para qué más quimioterapia si ya el cáncer estaba detenido.
Ante la confusión del mismo médico Rocabado intentó derivarnos
a otros centros hospitalarios donde el equipamiento médico era más
completo. Comienza nuevamente nuestro drama económico y el enfrentar personalidades
médicas a quienes no interesaba el caso. Entre todas las entrevistas con
especialista puedo hablar de unos pocos encuentros con personas que realmente
se interesaron por nuestra humanidad. El mismo doctor Rocabado, cada vez más
dispuesto para atendernos y ante la evidencia de todas las puertas que se nos
cerraban, dice: «Sí, yo lo opero, consultaré con mi profesor. Él
nos ayudará». Ante mi pregunta: «¿Porqué este
cambio de actitud suya?», responde: «Miren, yo veo a Andrés
y pienso en mi familia, los veo y pienso por lo que están pasando. Yo
era ateo, pero a lo largo de mi carrera he descubierto que existe algo más
grande; (apuntando a Andrés) Él es Cristo y yo no puedo darle la
espalda». Esta actitud basta para que el resto de los médicos le
sigan. Nuevamente hospitalizado, tras una serie de exámenes vuelven las
dudas frente al tumor del corazón. Un anestesista no da el pase y, comunicándoselo
a Andrés, le dice: «Yo no di el pase para la operación porque
esto es muy arriesgado y todo el equipo médico está muy comprometido». ¡Cuánto
coraje se necesita para sostener la esperanza de los hombres! Mi esperanza está siendo
sostenida ahora más que nunca, pero, ¿qué sostiene la esperanza
de estos médicos? Zuleta y Walter, dos médicos del equipo de Rocabado,
llevan a Andrés al Hospital del Tórax para que una eminencia en
cardiocirugía lo evalúe. Éste, tras su análisis,
se dirige a Andrés y lo felicita por su coraje. Se abren nuevas posibilidades,
puesto que a pesar de que existe un tumor en el corazón, éste es
muy pequeño. Antes de ser internado nuevamente, Andrés es acompañado
por su fraternidad para recibir nuevamente la Unción de los enfermos.
Fue un momento de oración para todos, un momento de misterio absoluto.
A la fecha, Andrés esta en casa, recuperándose de una operación
milagrosamente exitosa. En espera de poder continuar con más intervenciones. Éste
es uno de tantos milagros que han sucedido y quisiera contarle los que me hacen
pensar que Dios toma en serio nuestra humanidad y que nos permite ver su participación
en las circunstancias más extremas de la vida. Astudillo, un joven médico,
estudiante de medicina, parte del equipo de Rocabado, como un niño sigue
a su maestro, pero a través de algunos encuentros con él, ante
mi pregunta ¿y ustedes los médicos cómo se sostienen, cómo
te sostienes tú? Él responde: «no entiendo a lo que te refieres».
Insistiendo, vuelvo a preguntar cómo viven, cómo mira a sus pacientes.
Yo soy sostenida por mis amigos, pero ¿a ti...? «Bueno, la mayoría
de mis compañeros somos ateos, algunos más viejos se vuelven cristianos.
Nos enseñan a no involucrarnos con los pacientes. Todo está determinado
por las ciencias. Todo tiene una explicación científica. Pero cuando
uno está aquí con los pacientes se da cuenta que hay algo que no
manejas. Como que los pacientes tienen...» ¡Corazón! –interrumpí–.
Y ¿qué pasa si se involucran con los pacientes? «Pasa lo
que ha pasado con Andrés, agregó. La verdad es que estoy un poco
confundido». Seguimos un rato con la conversación e inmediatamente
me surgió la idea de regalarle el texto de Enzo Piccinini: Sólo
Tú, pensándolo, oh Ideal, eres verdadero, que salió como
folleto en Huellas. Se lo dejo a Andrés para que se lo entregue. Durante
una de las visitas médicas, de entre el grupo de médicos uno llamado
Zuleta ve el pequeño libro, lo hojea. Luego pide a Andrés que le
consiga uno porque le parece muy interesante. Andrés se lo entrega y al
día siguiente irrumpe en la sala diciendo ¡LIBERTAD! ... ¡CL! ¿Están
en Chile? Luego de examinar a Andrés le dice: «He leído tres
veces el texto, he buscado en Internet, he preguntado a mis amigos sobre CL y
no lo conocen. Necesito leer más. Tráeme más libros. Tengo
muchas preguntas, hay cosas que me han impresionado, ¿podemos vernos para
leer juntos el libro?». Después de estas insistentes preguntas,
le ofrezco la revista y me dice. No, quiero libros, muchos, todos. Es lo que
nuestro equipo médico anda buscando, es lo que necesitamos. Obviamente él
no comprende que podría leer todos los libros, pero que el acontecimiento
ocurre a través de un encuentro, como usted, don Giussani, siempre ha
dicho y como nos ha acontecido a nosotros. El viernes pasado Alex, Sebastián
(un profesor), Andrés y yo nos reunimos con el doctor Ricardo Zuleta.
Conversamos durante dos horas aproximadamente y podíamos haber seguido
mucho más tiempo. La actitud del doctor Zuleta era la de un niño,
lleno de curiosidad y deseo, tanto que insistía en leer más libros.
A Andrés se le ocurrió regalarle el libro Comunión y Liberación.
Los orígenes. Alex le cuenta acerca del grupo de médicos que, siguiendo
la vida de Enzo Piccinini dan origen al grupo “Medicina y Persona” y
la posibilidad de organizar un encuentro de médicos aquí en Chile.
Nos volveremos a ver la semana siguiente; él pregunta si puede traer a
otros amigos... No sé que podrá pasar, pero tengo la certeza que
Dios posee mi historia y se manifiesta en ella.
Sylvia, Santiago de Chile
El deseo de que mi vida tienda a lo eterno
Leyendo la carta de don Giussani a la Fraternidad este verano intuí que
mi vida está hecha para el Infinito y lo eterno. No me bastaba quedarme
en la lectura, tenía necesidad de que se cumpliera lo que allí se
dice, el deseo de que mi yo sea exaltado y mi vida tienda a lo eterno. La circunstancia
de mi enfermedad (ahora estoy ya casi curada del todo) ha sido una ocasión
privilegiada para sentirme elegida y querida por Cristo, a través del
rostro de mis amigos, de mi marido y mi hijo. Cuando todavía estaba esperando
el diagnóstico llamé a mis amigos y les pedí que rezaran.
Con Tomeu empezamos a rezar juntos el rosario, pocas veces lo habíamos
hecho (ante una circunstancia buena no nos acordamos normalmente). Aunque lo
que me pasaba no era grave sí lo es el tratamiento (quimio) y yo quería
ir al fondo, me preguntaba por qué esa cosa rara me pasaba a mí...
si Otro me pone delante de esa circunstancia es por algo. Luego, un amiga me
dijo que era la oportunidad de reconocer que mi vida es de Otro. Muchos me han
acompañado. Rafel, Xisca, Cachi, Raquel se han acordado de rezar por mí.
Silvia me llamó después de haber pedido a san Ricardo Pampuri por
mi salud. Tomeu aguantaba mi malhumor cuando yo me quedaba afónica y cuidaba
del niño si yo no tenía las fuerzas. Todo ha sido una ocasión
para ver lo grande que es mi vida. Incluso ahora que estoy de baja y sin querer
caigo en el vacío, como si mis días y lo que hago no tuvieran valor,
siempre hay alguien que me rescata y me saca de esa nada. Por ejemplo, para mí siempre
ha sido más importante el estudio, los libros, preparar las clases, mis
alumnos... y en esos tres meses he tenido que quedarme en casa. Raquel me dijo
que ahora se me ofrecía una ocasión para valorar todo lo que tengo
delante y, a partir de ahí, el mundo entero. Estar en casa sin poder ir
a trabajar ha supuesto un dolor. Pero sobre todo ha sido un ofrecimiento de mi
tiempo a un proyecto que sin duda no era mío. De aquí ha nacido
el deseo de dar significado al tiempo, y yo lo pido. Me descubrí un día
adornando la casa, cocinando o quitando el pañal del niño, sabiendo
que así contribuyo a la obra de Cristo. Cada gesto adquiere una dimensión
infinita y soy más feliz. Aunque me empeñe en buscar la novedad
en otras cosas sólo sé que soy feliz cuando reconozco que mi vida
pertenece a Otro.
Leni, Mallorca (España)
Rezar el Angelus
Querido don Gius: Tengo quince años y estoy en segundo de bachillerato.
Estudio en el «F. Maurolico», el famoso “colegio de los pijos”,
gente que, en palabras del poeta Baricco, «no parece que tengan algo que
ver con la felicidad o el dolor». Sin embargo, algo ha sucedido. Como diría
usted, Cristo ha entrado dentro de semejante nada. Y ya no quiere saber nada
de irse. Para mí fue decisiva la experiencia de GS: ha cambiado en conciencia
mi deseo de felicidad, sin renegar o alejarme de la realidad, más aún, ¡valorándola!
Paulatinamente, el deseo de compartirla con mis compañeros del colegio
empezó a ser una urgencia, no porque debiera “cristianizar” a
los demás, sino simplemente para poder ser feliz yo, desde ahora... Así,
un lunes, imprimí el texto del Angelus y lo entregué a todos en
clase. Propuse a cada uno rezarlo juntos. Me temblaban las piernas, pero estaba
segura de que no estaba sola, tenía tu rostro en la mente junto al de
Palma, mi responsable y el de mis amigos, Nati, Checco, Marco, y el pensamiento
fijo en el espectáculo de los siete mil asistentes a los Ejercicios en
Rímini. Desde mayo, todas las mañanas, mi clase y yo rezamos el
Angelus. No han faltado las reacciones, incluso las irracionales, las discusiones,
incluso las inútiles, la indiferencia, incluso cínica. Pero el
Angelus deja una huella. No todo el mundo reza. Pero para esos diez, cinco o
incluso uno que balbucea extrañado, comprendo que vale la pena. Porque
esas palabras le marcan a uno en clase. Una amiga mía, el año pasado,
estaba a mi lado callada, no rezaba. Este año reza. Otro, el play boy
de turno todo músculos y piercing, el otro día me dice: «La
realidad a veces no es como tú la quieres, te incomoda, te hace daño.
Pero existe, y esto me parece un milagro». Están descubriendo que
hay un modo más verdadero de ser considerados. Veo que se percibe un clima
nuevo, lo veo por las relaciones que se crean entre nosotros. Personas por las
que nunca me había interesado, pues las consideraba gente vacía,
empiezan a tener una relación conmigo. Ahora comprendo que la que estaba
vacía era yo, era mi comportamiento lo que los excluía. La disponibilidad
es suficiente para despertar esta conciencia. ¡Qué verdad es lo
que usted nos explica de la Virgen! Basta sólo nuestro “sí” y
luego, Él lo conduce todo, dentro y en torno a mí.
Diletta, Messina (Italia)