Sociedad
La sabiduría de la Iglesia y el no a la guerra
Camille Eid
Quién sabe si en una nueva edición de su famoso “www” (What
Went Wrong?, ¿qué ha fallado?) el general Wesley Clark, excombatiente
de las tropas de la OTAN y actual candidato demócrata a la Casa Blanca,
sustituirá el listado de los errores militares y políticos en Iraq
por uno solo: no había que haber emprendido esa guerra porque los problemas
del planeta no se resuelven con las guerras.
Lo que está sucediendo atestigua el realismo y la actualidad dramática
de la postura de la Santa Sede, que durante mucho tiempo y de distintas maneras
se ha empeñado en evitar el conflicto y en relanzar el papel (cada vez
más opaco) de una autoridad internacionalmente reconocida como la ONU.
Un realismo, el de Juan Pablo II, que la dificultad para reconstruir la paz en
Iraq no hace más que confirmar, y que invita a no transformar la oposición
al terrorismo islámico, legítima y necesaria, en un choque entre
civilizaciones. Justo lo que Bin Laden y sus secuaces, educados en la escuela
del nihilismo, pretenden perseguir.
Lo llaman “posguerra” pero en las ciudades iraquíes continua
gota a gota la matanza: kamikazes contra soldados estadounidenses y aliados,
atentados contra los organismos internacionales, matanzas de agentes de la policía
iraquí, sabotajes de las infraestructuras para frustrar el renacimiento
del país. En un primer momento, la modesta resistencia del ejército
de Saddam Hussein y la limitación de los costes –respecto a las
previsiones– en términos de vidas humanas indujo a algunos de los
que se habían opuesto al uso de la fuerza a creer que habían cometido
un error político. Ahora no les queda ni una sombra de duda, pues la “liberación
a coste 0” de Iraq, lejos de haber finalizado, se está transformando
en un pantano de fango. El difícil control de las fronteras ha empujado
a millares de voluntarios de la Yihad que no pueden llegar a Afganistán
a optar por la tierra iraquí. Iraq ha pasado de ser un país oprimido
por una feroz dictadura a transformarse en una nueva base del terrorismo internacional
islámico donde –y éste es el mayor peligro– ya no se
puede trazar una línea entre acciones terroristas y la variada “resistencia
iraquí”. Dicha resistencia se ve legitimada implícitamente
por la ausencia de apoyo de la ONU a la ofensiva aliada y porque no se han encontrado
las armas de destrucción masiva, uno de los principales motivos que llevaron
al ataque angloamericano. «¿Quién ha sido?» es la primera
pregunta que se plantean los investigadores tras cada atentado. ¿Nostálgicos
del régimen, militantes de Al Qaeda, chiítas filoiraníes,
islámicos kurdos? ¿Quién atacó a la Cruz Roja? ¿Quién
redujo a un cúmulo de escombros la sede la ONU en Bagdad? ¿Quién
abatió con misiles de alta precisión a helicópteros y aviones
americanos? Y más recientemente, ¿quién ha tramado el atentado
contra los italianos en Nassiriya y la masacre de los informadores españoles
en Swaira?
Haber ofrecido al terrorismo internacional de Al Qaeda el pretexto para defender
una causa nacional (muy discutible) no beneficia en absoluto la trabajosa solidaridad
internacional para la lucha contra el terrorismo, madurada tras el 11 de septiembre.
Más aún, el hecho de que Al Qaeda incremente su actividad contra
de la ocupación de Iraq es un motivo de preocupación que se suma
a la ya grave ampliación de los objetivos y amenazas de la organización
de Osama Bin Laden. En efecto, en los avisos del jeque empezaban a aparecer países
que antes eran ajenos al círculo de los amenazados: Japón, Polonia,
España y otros más. Los que ya se encontraban en el ojo del ciclón
temen nuevos ataques: Arabia Saudí, Reino Unido, Kuwait y Egipto, por
citar algunos. El atentado contra el barrio residencial de Riad y contra las
sinagogas y los intereses británicos en Estambul pueden deberse a la contestación
interna contra la monarquía saudí y para Turquía a un arreglo
de cuentas entre islamistas y defensores de un estado laico. Ciertamente no faltan
motivaciones relacionadas con la guerra de Iraq. Arabia Saudí, aun no
habiendo participado directamente en la intervención militar, es acusada
de haber consentido la ocupación de un país musulmán. Turquía
había incluso sorprendido a Washington denegando a las tropas americanas
el permiso para cruzar sus territorios pero los terroristas la golpearon para
hacerle desistir de entrar en el norte de Iraq.