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La súplica para pedir la conciencia
suprema del ser que toca al hombre creyente
Apuntes de la intervención final en la Asamblea de
los responsables de Comunión y Liberación. Milán, 4 de noviembre
de 2003
Luigi Giussani
Disculpadme si aprovecho también esta ocasión para entrar en el
corazón vivo de vuestra disponibilidad y concretamente para percibir la
identidad entre mi historia personal y la historia personal de cada uno de vosotros,
tal y como se ha manifestado hoy en vuestros testimonios.
Porque es grande –puedo decirlo– lo que acaba de hacer don Pino:
tratar de esclarecer cómo la Iglesia se convierte en la gran presencia
mediante la cual la relación con Cristo penetra en nuestra manera de relacionarnos
con la realidad y la plasma, nos hace tomar conciencia y reaccionar frente a
ella y en ella. Nunca el movimiento ha escuchado una intervención tan
clara como la de don Pino hoy. Por tanto, le doy gracias a Dios y os las doy
a vosotros porque esto es sólo fruto de un afecto y una inteligencia que
el Señor ha favorecido sorprendentemente. Es lo que nos ha permitido escuchar
las intervenciones, desde la primera de don Negri a la última de Emilia,
desde la del profesor de Filosofía de Puglia a la de Nápoles; debería
detenerme en todos vuestros subrayados para explicar mi agradecimiento.
Sólo hay una cosa que me permito resaltar con insistencia al final –porque
el hombre no puede abordar al Misterio, lo que es misterio, más que con
una pretensión que acaba en amargura y además es inútil–:
se trata de la oración (que a menudo percibimos como mera devoción,
como un acto devoto, o bien, un simple deber), la súplica a Dios para
que se haga sentir en nuestra vida. Esto tenemos que pedir a la Virgen: que podamos
llenar el fondo de nuestras jornadas. Digo pedir a la Virgen, porque fue el primer
ser en el que el Ser llevó a término su iniciativa, toda entera,
absolutamente entera.
Os doy las gracias por el ejemplo que me habéis dado hoy y que espero
recibir todavía durante mucho tiempo. Gracias.