Sociedad
Una batalla que hay que vivir a partir de la fe
Antes de hacer cualquier comentario hay que callar y conmoverse.
Tanto
quien murió como sus familiares, al igual que los soldados que permanecen
en Iraq, nos enseñan que hay una manera de vivir antigua y profunda que
todavía no ha desaparecido de nuestra tierra. Todavía es posible
dar la vida por un ideal, obedecer de modo inteligente y generoso, ser modernos,
tecnológicamente eficientes y a la vez humanos y tolerantes, amantes de
la experiencia de los demás. Quizás nos habíamos olvidado
de este recurso que hace del pueblo italiano algo realmente único en todo
el mundo. «Italianos buena gente» porque nuestra tradición
nos ha preparado casi naturalmente para servir, para sufrir con otros, para compartir,
para mancharse las manos.
Todo lo que está pasando no logra borrar la naturaleza de nuestra nación.
No es retórica: es verdad que los habitantes de Nassiriya han empezado
a amar a nuestros carabinieri y a nuestros soldados. El italiano, siempre que
sea él mismo, nunca será un colonialista, nunca un arrogante invasor,
nunca estará de parte de los verdaderos poderosos del mundo o de los anti
globalización destructores de positividad y de civilización. Su
memoria está llena de hambre, miserias y guerras debidas a los invasores,
de injusticias sufridas, de caridad recibida y dada, de obras buenas y de duro
trabajo para sobrevivir y para vivir, de gusto por lo bello, lo verdadero, lo
justo, de creatividad, laboriosidad, espíritu de sacrificio, indomabilidad,
amistad, gusto por el comer y el beber juntos, de ganas de vivir a la altura
de sus deseos profundos, de apertura a lo que es distinto, de pecado admitido
y confesado, de capacidad de volver a empezar... Nosotros, cuando somos nosotros
mismos, cuando somos esos carabinieri y soldados que nunca podrán arrancarnos
del corazón, llevamos por doquier todo esto: el germen del amor y de la
paz.
En estos momentos, cuando se registra el fracaso de Bush y de Rumsfeld, al mismo
tiempo se descubre la hipocresía y la mala fe de quienes siguen sin admitir
que hay una guerra en acto: la guerra del fundamentalismo islámico en
contra de Occidente, único lugar en el mundo donde todavía se puede
hablar de libertad personal. Estamos en guerra y es necesario combatir mediante
el testimonio de lo que está en la raíz de nuestro ser italianos:
esa fe tan discreta que se ha expresado en la entrega de los rosarios en la capilla
ardiente de los militares fallecidos y, sobre todo, en las palabras tan profundas
y verdaderas de la viuda de uno de ellos: «¿Sabe usted, general,
por qué me siento serena? Porque Giuseppe ha muerto haciendo lo que siempre
quiso hacer, porque ha muerto llevando ayuda a los niños de Nassiriya,
a la gente de ese país lejano. Y luego no es verdad que él se haya
ido: hoy lo siento todavía conmigo. Y es la fe, ciertamente, lo que me
sostiene porque, incluso en el sufrimiento más duro, Dios es grande».
(Giorgio Vittadini, en Il Giornale del 18 de noviembre de 2003)