PRIMER
PLANO
Un encuentro que abre a una plenitud mayor
Después de dos años
viviendo la experiencia de GS, una ruptura con todo. Días llenos de aburrimiento,
de desorden, de holgazanería. El deseo de volver a empezar. Al escuchar
a Angélica, una judía que habla de su vida, se presenta de forma
inesperada la posibilidad de comenzar de nuevo
Querido don Gius: El que te escribe
es un pobre chaval
como muchos otros. Quiero contarte de qué forma la Gracia divina ha intervenido
en mi vida de forma tal carnal e imprevista que resulta increíble. Todo
comenzó hace dos años: había empezado a ir a GS, pero al
final de curso, después de volver de las vacaciones, pasé un periodo
muy difícil. Todo me parecía inútil, carente de sentido,
falso. Me parecía que todo aquello en lo que había creído
durante un año era la mayor burla de mi vida. Pasé ese verano con
los amigos del pueblo, que sólo podían ofrecerme el desorden que
me permitía olvidar sin demasiados problemas. La cosa iba bien. La holgazanería,
la desilusión, la falta de deseo y el aburrimiento ocupaban mis días.
Mi padre se enteró de todo esto. Un día, yendo hacia Roma de viaje,
me habló y, la verdad, fue convincente: decidí volver a empezar
con GS, con los estudios, con los amigos. Pero aunque mis intenciones eran las
mejores de este mundo, no conseguí encontrar ese deseo, ese motivo, ese
algo que pudiera hacer de mi vida algo mejor. A mi alrededor veía gente
cada vez más feliz, y tenía cada vez más la impresión
de que el movimiento, mi familia y mi vida no tenían nada que ver conmigo.
Me faltaba algo, sentía envidia de los que a mi alrededor eran felices,
y no conseguía encontrar nada que me hiciera sentirme a gusto, algo, como
dice un muy querido amigo, «que me diera la certeza de ser querido verdaderamente
y para siempre». Ese algo llegó de forma extraordinaria, imprevista
y sorprendente. En Bérgamo se celebraban los llamados “domingo por
la tarde”: eran una serie de encuentros, a iniciativa de los jóvenes,
en los que se hablaba de los temas más variados: Dante, la filosofía,
... A veces también se proyectaba una película. Hasta que llegó el
domingo 20 de abril de 2003: esa tarde no tenía ningunas ganas de ir,
pues no encontraba qué interés podía tener para mí Angélica,
una judía que iba a hablar en el encuentro. No sabría definir cómo
transcurrió aquella tarde. Sólo puedo estar seguro de que ese imprevisto,
esa gracia inesperada, esa correspondencia con la vida se había puesto
ante mí aquella tarde con una gozosa prepotencia a la que no pude sustraerme. ¡Una
judía que me permite encontrar la presencia de Cristo! Es algo increíble.
Nunca dejaré de sorprenderme por este milagro: una mujer judía,
casada y con cuatro hijos, que me ayuda a mí, un chico de dieciséis
años con mil problemas, y encima católico. No puedo decir que sea
una casualidad, no puede haber sido una simple combinación de coincidencias:
estoy convencido de que si aquella tarde estaba allí, alguien en el cielo
tenía que haber hecho algo. Después de aquel encuentro me pareció que
comenzaba una vida nueva. Todo empezó a adquirir un valor nuevo: la familia,
los amigos, la oración. En ese momento tuve la certeza de que Alguien
me quería tal como soy, con mi historia, con todos mis defectos y mis
pecados. Recuerdo que un día que estábamos comiendo en casa, mi
padre me dijo: «Las personas que te conocen saben perfectamente cuándo
estás bien y cuándo no, pues te cambia la cara. Ahora creo que
por fin tengo un hijo feliz». Hay una cosa que está clara: la vida
no se volvió fácil de repente, tampoco ahora lo es y no creo que
lo sea nunca. Es más, el trabajo será aun mayor, porque cuando
el hombre ve algo bello, verdadero, no puede quedarse atrás, no puede
renegar de la Verdad de lo que ha visto. Y ahora vienes tú, don Gius,
ese nombre que he oído tantas veces y que sólo ahora comprendo
que corresponde a una persona verdadera, como yo, no a un teorema o a un concepto.
Eres una persona real a la que debo gran parte de toda esta historia, como la
debo a algunos amigos. No te oculto que me gustaría conocerte, aunque
puedo decir que ya te conozco. He aprendido una cosa, don Gius: la oración
es lo que permite entrar en relación con cualquiera. Rezando por ti soy
verdaderamente tu amigo, y lo mismo pasa con Angélica. Y esto es posible
porque le rezo a Jesús, ese Hombre con el que puedo, después de
dos mil años, entrar en una relación concreta y presente, al mismo
tiempo que milagrosa. Para mí esto ha sucedido a través de ti,
a través de Angélica, a través de mis padres, de mis amigos.
Para mí el movimiento sois vosotros, sois esos pocos amigos que me permiten
vivir una vida feliz, una vida en la que Él está presente. Gracias.
Marco, Bérgamo