PRIMER
PLANO
¿Realidad
real o Gran Software?
Todo un número de la revista científica Focus
dedicado al tema. Aunque la pregunta sobre la consistencia de la realidad siempre
subsiste, en el fondo prevalece un estado de ánimo que sólo ve
dudas y engaños. Pero hay un hecho que vence.
Maurizio Crippa
«Mientras leéis este artículo, estáis firmemente convencidos
de que tenéis entre las manos un periódico hecho de papel y tinta.
No ponéis en duda ni la existencia del periódico, ni del sofá en
el que estáis sentados, ni de vuestro cuerpo. Pero ¿estáis
realmente seguros de que es así?». Pongamos entre paréntesis
la comodidad del sofá y el suave perfume del güisqui, cosas buenas
que transmiten un sentido de realidad buena, a la que es difícil oponerse.
Pero al menos de una cosa estamos realmente seguros. La primera respuesta que
nos viene a la cabeza es la del viejo y buen Aristóteles: «Es de
locos preguntarse por las razones de lo que la evidencia muestra como un hecho» (cfr.
Aristóteles, Tópicos, I, 11, 105a3-7). En el año de gracia
de 2004, ¿quién siembra la duda sobre la “realidad” de
la realidad? La pregunta que hemos citado más arriba es de la revista
científica mensual Focus, que ha dedicado un artículo a un tema
sugerente y “de moda”: según algunas teorías científicas
y filosóficas recientes, la realidad tal como la percibimos y conocemos
podría no existir en absoluto, sino ser solamente un producto de nuestra
mente. O peor aún, podría ser un gran simulacro producido por un
ordenador de otra civilización con una capacidad inimaginable. En ese
caso, nosotros seríamos sólo una parte de ese Gran Software. Figuritas
dentro de un videojuego, libres para representar el papel que nos ha asignado “alguien” que
nos espía desde quién sabe dónde.
Como es una revista divulgativa, Focus se limita a dejar constancia y reproducir
algunos puntos de las teorías contemporáneas, adornándolos
con un poco de ciencia ficción. Sobre la plausibilidad de las hipótesis
dejamos gustosos que opinen los especialistas. Pero lo cierto es que cuanto más
se acerca la ciencia a los “secretos” del cosmos o de la vida, más
decisivas se vuelven las preguntas. Basta pensar en las expectativas que ha vuelto
a encender la llegada a Marte del robot Spirit. Las primeras imágenes
del planeta rojo han despertado las eternas preguntas: y si allá arriba
encontrasen señales de vida, ¿cómo cambiaría nuestra
percepción de la realidad? El problema está en la calidad de las
respuestas. El filósofo Gianni Vattimo ha abordado este tema en La Stampa.
Y más o menos su conclusión es ésta: si descubriéramos
que nosotros no somos el centro del universo, todo lo que somos y lo que sabemos
se volvería relativo e inútil. Respuesta fofa a una pregunta interesante.
En el terreno de lo infinitamente pequeño, la genética plantea
preguntas análogas sobre la “consistencia” de la realidad:
si hasta el origen de la vida puede reproducirse artificialmente, ¿cuál
es el verdadero origen de la vida? También en este caso las respuestas
son del mismo tenor que la de Vattimo: si se puede manipular el origen de la
vida, entonces es que no tiene origen.
El estado de ánimo
de Shakesperare
Las preguntas sobre la “consistencia” de la realidad no son exclusivas
de nuestra época. Calderón se preguntaba si “la vida es sueño”,
Shakespeare se temía que fuera “una fábula contada por un
idiota en un momento de embriaguez”. La diferencia es que lo que antes
era un grito de poetas hoy se ha convertido en un estado de ánimo y en
el clima general de la sociedad, como si fuera el argumento de una película
que estuvieran proyectando inexorablemente a nuestro alrededor. De modo que flota
en el aire la duda, banal y escéptica, de que la realidad sea un fraude,
que no sea más que un engaño. Un estado de ánimo que conlleva,
sobre todo, la incertidumbre existencial, la mutabilidad (al menos presunta)
de las opciones morales. Y, en el trasfondo, un insidioso “no vale la pena” en
versión global, que se ofrece a precios de centro comercial. Porque, ¿qué otra
percepción de nosotros mismos podría resultar de teorías
como la del filósofo de Cambridge, Nick Bostrom, para quien «es
más probable que nuestro mundo sea fruto de un programa, que esté hecho
de átomos como creemos»?
Breve paréntesis
sobre la inutilidad
¿
Y si todo fuese inútil? No, no me refiero a vivir, como parece sugerir
Bostrom, sino a construir este tipo de teorías: los científicos
acaban planteando hipótesis como que exista una civilización tan
superior que haya podido crear un ordenador tan perfecto que sea capaz de simular
cada uno de los detalles del universo. Pensad un poco: si existiera un ordenador
capaz de contar hasta el último cabello, de prever hasta el último
recoveco de la libertad humana, ¿cómo lo podríamos llamar?
Quizás... Dios. Sería semejante a Dios. Pero malvado. Entonces, ¿para
qué tanto afán?
El defecto y el anillo
Pero, en el fondo, esto son cuestiones académicas. Lo humanamente más
interesante es otra cosa. Los mismos científicos admiten que si la realidad
fuese sólo una gran farsa, se tendría que descubrir en algún
lado el bug, el defecto del software, o “el anillo que no aguanta”,
como lo llamaba Montale. En resumen, una imperfección que, por cómo
son las cosas, las desenmascare. El problema es que hasta el momento no se han
encontrado bugs en el universo. Así que hasta la ciencia y la filosofía
se encuentran ante una respuesta simple y grandiosa, capaz de desmentir cualquier
hipótesis “de complot” sobre la realidad: admitir nuestra
propia libertad. Tanto es así que el problema de la libertad humana, según
Focus, es precisamente uno de los obstáculos para estas teorías:
si viviéramos dentro de una simulación de ordenador, admiten los
científicos, seríamos «libres, pero sólo dentro de
las reglas que impondría el programa». Y la experiencia nos indica
que no es así.
La caverna y la Navidad
La sospecha acerca de la realidad es un rasgo típico de nuestro tiempo.
Pero todavía más típico es el papel de la ciencia como “religión
de nuestro tiempo”. Tanto que desata el sarcasmo de un científico
laicista como Piergiorgio Odifreddi: «La teología natural ha dejado
de ser prerrogativa de los curas y los filósofos para convertirse en el
banco de pruebas de los científicos». Es la famosa frase de Einstein,
para quien «la ciencia sin religión está coja, la religión
sin ciencia está ciega». En realidad la ciencia de hoy arrastra
el error de la mala religión: la convicción de que podemos alcanzar
el sentido de la realidad prescindiendo de la realidad, pariente cercana de la
convicción de que la realidad no tiene sentido y punto. Que sea creación
de un ordenador o engaño de un demiurgo (“el engaño habitual” de
Montale), eso importa poco. Es una actitud que va más allá de la
ciencia tipo Matrix. De hecho, Platón ya lo dijo de forma completa en
el mito de la Caverna, según el cual los hombres serían como esclavos
encadenados obligados a ver solamente las sombras de una ficción. No es
casualidad que Focus le cite puntualmente como la primera autoridad que lanza
la hipótesis de que la realidad está en otro lado.
Matrix o Platón, la sensación es de encontrarnos en un callejón
gnóstico del que nos salva Péguy: «Negar la tierra es tentador...
se llega así a esos vagos espiritualismos, idealismos, inmaterialismos,
religiosismos, panteísmos». Matrix o Platón, en cambio en
Navidad hemos aprendido que «con Él todo existe, hasta la hoja más
pequeña de cada álamo, efímera y, sin embargo, existente».
Realmente «el anuncio de que Dios se ha hecho hombre» es el hecho
que «vence a todas las increencias y las dudas de los hombres». Y
es también un principio que simplifica la vida.