Luna nueva
Un empresario de Brianza crea un negocio muy rentable con un salón de baile, pero no le basta. Durante tres días a la semana lo transforma en un lugar repleto de propuestas culturales y de diversión, con la ayuda del Bounthy Club
ANNA LEONARDI
Puede extrañar, pero en un centro tranquilo de la zona norte de Milán, Concorezzo, un miércoles cualquiera por la tarde pueden verse señoras envueltas en trajes de fiesta cruzar con paso ligero la plaza del pueblo. Al otro lado les espera un centro de nueva construcción. Podría parecer un bar, de no ser por la música de salón que resuena por doquier. Algunas damas se demoran en la entrada bajo el cartel luminoso Luna rossa. Esperan a los caballeros. El miércoles por la tarde hay clases de baile de salón. Detrás de la barra se abre una gran pista con orquesta.
Un año de vida
El local abrió sus puertas hace un año, ocupando un área anteriormente utilizada para un centro de bricolaje. Málio Gaviraghi, empresario de la zona, después de un estudio de mercado, vio claro que del único local del pueblo utilizado como discoteca podía salir un negocio rentable. Y así fue. Cuatro días a la semana acuden por la noche grupos de jóvenes para aprender bailes sudamericanos y señoras de mediana edad que ensayan mazurcas y valses vieneses. ¿Y los otros tres días? Aquí empieza una historia nueva. A Málio Gaviraghi, además de la propuesta de una sana diversión, le apremiaba ocupar este espacio con algo distinto. Algo que no estuviera sometido a la lógica del provecho y que respondiera al interés cultural y el amor a la vida que le caracteriza. Pero, ¿a quién confiar la gestión de todo esto? En Concorezzo, desde hace años, funciona un Centro de Solidaridad asociado a la Compañía de las Obras, que entre otras actividades se ocupa de gestionar una bolsa de trabajo. A Málio esta le parece una realidad muy viva en el pueblo y, ni corto ni perezoso, les propone animar las veladas. «A menudo quien quiere emprender una actividad busca financiación. A nosotros nos pasó justo lo contrario: nos ofrecieron un local y todo lo necesario para plasmar nuestras propuestas. ¡Nos lo han puesto en bandeja!», comenta Ángelo, un chico que vive en la casa de los Memores Domini del pueblo.
Una pizca de entusiasmo
Algunos chicos que frecuentan GS y unos cuantos universitarios no pierden baza a la hora de decidir lo que hay que hacer. ¡Está claro!: un certamen entre grupos musicales. Saben cuántos de sus compañeros se reúnen en los bajos o alquilan un local para tocar juntos. Acto seguido, se empieza a organizar la movida y el lance publicitario al estilo Blues Brothers hasta con furgoneta y altavoces por las calles del pueblo. En la convocatoria algo familiar para el imaginario juvenil, The commitments. Puede valer. Es el título de una película que cuenta las peripecias de una band irlandesa a la caza de público. «Estábamos un poco preocupados - cuenta Páolo, estudiante de Economía - porque no sabíamos qué acogida iba a tener. La respuesta fue literalmente abrumadora y tuvimos que seleccionar las ofertas y ampliar la propuesta». El trabajo se presentaba más duro de lo previsto, pero los chicos decidieron asumir una forma estable, empezando por darse un nombre, Bounthy Club (con subtítulo: examínalo todo y retén lo que vale). Deciden también que entre una noche y otra podrían leer juntos Respuestas cristianas a los problemas de los jóvenes, de Luigi Giussani. «Nuestro entusiasmo no podía reducirse a un certamen, a un paréntesis», alega Páolo.
Se corre la voz
En septiembre The commitments despega. «La noticia corrió rápidamente de boca en boca - cuentan los del Bounthy Club - y reunimos a unas 400 personas». «Al ver tantos jóvenes juntos - sigue Ángelo - vimos el alcance que podíamos llegar a tener: poner en marcha una obra para los jóvenes a partir de sus intereses y necesidades, inclusive la de divertirse de verdad. Sería triste dejarles solos, después de haberles convocado».
La noche del domingo 17 de diciembre se celebra la final del certamen. Hay que arriesgarlo todo. Contactamos con MTV, la televisión temática que transmite música y eventos musicales 24 horas al día. A lo mejor se consigue -naturalmente, gratis- la participación de algún famoso. ¡Nanai de la China! Sólo para valorar la propuesta piden 700.000 liras. «Nos fuimos tristes, con el rabo entre las piernas - cuentan Páolo y Tommaso -, creíamos ingenuamente que sería fácil convencerles apostando por el argumento de que fuera una iniciativa para los jóvenes, que son sus público más fiel».
Pero el Bounthy Club no se detiene más que un instante, para emprender una nueva estrategia: «Damos por sentado que ya todo el mundo conoce la Luna rossa - añade Páolo -, y los chicos tienen necesidad de un lugar, de amistad, de ver juntos un partido o aprender a tocar la guitarra. Algunos profesores también se han ofrecido a estudiar con ellos».
Las noches en Luna rossa cobran vida, la misma que anima a estudiantes y universitarios, y también a unos cuantos adultos que a veces consiguen transformar la pista de baile en un auditorium o sala de conferencias. Alguien por arte de magia lo consigue explicando a Leopardi, Giotto o las canciones de Mina. No cuesta imaginar a la señora que valseaba anoche en la pista o bailaba a ritmo de salsa volver junto con su marido al día siguiente para escuchar a Giovanni Fornasieri que introduce a la audición de Chopin tocando el pianoforte.