Cl en el mundo
Engendrar hijos para Dios
El 1 de enero murió Lella Ugolini. Conoció el movimiento después de la trágica muerte de dos de sus hijas. Su casa fue un lugar abierto siempre a todos y asumió la tarea educativa hasta el final. A continuación publicamos fragmentos de la homilía de su funeral
STEFANO VENDEMINI
Lella descansa en el Señor.
La otra noche estuvimos allí, todos los que pudimos, en la habitación del hospital, acompañándola en el encuentro definitivo con su Señor. Acompañándola hasta la puerta del Paraíso, que se abrió con sencillez desarmante, con naturaleza, como cuando el aliento humano se entrega al aliento eterno que el Señor es. ¡Qué muerte, qué dolor y qué grandeza!
Sí, ella estaba verdaderamente preparada. Estuvo preparada toda su vida. La Presencia que la hizo instante tras instante, que la condujo todos los días, la preparó, la hizo más Suya paso a paso, en un torbellino de amor que la traspasaba continuamente, hasta la purificación del último calvario, la hiriente prueba del sufrimiento.
Había nacido y vivido en una familia cristiana. Pero el día en que en un segundo le fueron arrebatadas sus dos niñas, se hundió; ya no tenía fuerzas para vivir. Fue como si el soplo de lo eterno, el significado, se hubiera ocultado.
Después conoció el carisma de Giussani y el movimiento, que su hermano, el padre Giancarlo, discretamente le ofreció y que la rescató del dolor y le devolvió la vida. Había pasado demasiado tiempo sentada en el sofá de su salón, pero desde ese momento empleó todo su ser para la construcción del Reino de Dios en la tierra: la gloria de Cristo, la gloria terrena y humana de Cristo.
Los días de msu existencia se convirtieron cada vez más en la experiencia de una familiaridad (batalladora, entusiasta, complaciente y fascinante) con la irreductible presencia de Cristo, en el encuentro amoroso entre dos libertades que se incrementaba cada día y se convertía en espectáculo de humanidad, de límite y de valor gozoso. Conservo celosamente junto a la foto de mis amigos lo que escribió el 21 de octubre de 1984: «¿Quieres vivir junto a nosotros una compañía y una amistad que construimos ininterrumpidamente con alegría? Ven y verás».
«Quiero pertenecer a esta historia precisamente porque soy incapaz. Lo necesito, reza por mí» e iba siendo más ella misma, crecía su abrazo.
Sí, participando en el movimiento se multiplicó su humanidad, su certeza del destino bueno de todo y su abrazo que sabía valorar a cada persona.
Es impresionante ver en qué se convirtieron su familia y su casa, su hospitalidad. La puerta siempre abierta; uno se sentía como en su propia casa, más que en su propia casa, porque volvía a la suya tranquilo y confortado.
Lella se concebía perteneciente a un pueblo. Durante los últimos tiempos le costaba una barbaridad recibir a la gente, decía: «Hoy no puedo», pero si a pesar de todo alguien legaba a ella, se rehacía y le acogía. Para ella la gloria de Cristo pasaba a través de esos rostros.
La hospitalidad de su casa iba del brazo de su graciosa y fecunda genialidad educativa (graciosa como fruto de la gracia).
«Después de jubilarme, volví a dar clase», decía; y desde hacía 30 años colaboraba en las escuelas de la Fundación Karis.
¿Por qué se puso otra vez a trabajar? Porque de forma dramática descubrió que «los hijos son nuestros pero no nos pertenecen: se nos dan para que los custodiemos, para que los veneremos y los contemplemos; pero tienen un destino de felicidad que no es nuestro».
«A esta exigencia de comprender qué era la eternidad, una necesidad física, como el oxígeno, sentía que Giussani respondía; respondía de forma puntual y precisa: Recordad que hay Uno que ama a todos vuestros hijos más de lo que jamás podáis imaginar».
Educó a generaciones de niños que ahora son adultos (muchos ya se están casado) y a numerosos profesores. ¡Cuántos encuentros en su casa, cuántos compañeros de docencia! Se convertían en compañeros hablando de un niño o de lo que iba ocurriendo. Al afrontar, valorar y relanzar una propuesta ella irradiaba una posición humana que enriquecía a cualquier profesor y contagiaba a la escuela.
Empezamos a preguntarnos: «Pero, ¿cómo puede ser así? ¿Cómo puede conocer tan bien a ese niño, si hace años que no lo ve? ¿Cómo puede decir estas cosas?». Conocía y amaba a todos, uno por uno, y nos quedábamos con la boca abierta, ensimismados con ella y animados a comprometernos personalmente con los chicos.
Pero Lella era una persona normal. Esposa normal de una marido normal. Madre normal de cuatro hijos normales.
Lella creció en el abrazo de su familia; amaba su libertad, la de sus familiares y la de todos los demás porque amaba la libertad de Cristo, y estaba abierta al abrazo de Cristo tal y como le salía al encuentro.
Ansiaba la experiencia del carisma de Giussani.
Era una mujer que rezaba mucho, especialmente a la Virgen. Hace años, mientras pedíamos ante la Virgen de Caravaggio, junto a los niños que se preparaban para la Primera Comunión, susurró: «Rezar hasta cansarse de rezar es bueno».
En otra ocasión, también en un retiro para la Primera Comunión, viajando en autobús al volver del Santuario de la Virgen de Montenero, dijo: «Hoy he comprendido algo grande: que a la Virgen podemos pedirle todo».
Hoy en este templo hay un pueblo: Su Excelencia, muchos sacerdotes y una marea de personas conmovidas y llenas de dignidad, dolor y una nota de alegría.
¡Cuánto hemos crecido con ella! Después, durante estos últimos años, ¡qué afecto! ¡Cuántos cientos de rosarios! ¡Cuántas peregrinaciones! ¡Cuánta gente, cuánto pueblo, cuánto afecto y cuánta gracia!
La Iglesia crece por personas como ella. El carisma de Giussani nos educa así en la Iglesia. Don Giussani siempre nos ha educado en el amor filial a la Iglesia y en servirla humildemente en la gran tarea educativa que le es propia: la de acompañar a sus hijos desde la más tierna infancia hasta la madurez de hombres verdaderos.
Por ello, Lella fue una personalidad generadora de un pueblo como éste.
¡Virgen santa, fuente viva de esperanza, reza por nosotros!
(Rímini, Iglesia de Jesús Nuestra Reconciliación, 4 de enero de 2003)