Sociedad
La política del Papa
A un mes de la histórica visita del Papa al Parlamento italiano, un grupo de diputados se pregunta acerca del mensaje de Juan Pablo II,que les invita a renovar las razones de su responsabilidad en favor de la paz y del bien del hombre. Una llamada apremiante para los católicos implicados en política
MARIO PRIGNANO
La ocasión era demasiado importante. Lo que sucedió el 14 de noviembre de 2002 con la visita de Juan Pablo II al Parlamento italiano no podía relegarse a las crónicas de los periódicos. Era preciso tomar los apuntes, mirarlos con atención y concluir: «Bueno, ahora nos toca a nosotros». El Papa visitó a los representantes del pueblo para explicarles por qué todavía merece la pena esperar, y cómo descubrir que su oficio, que implica trasladarse a Roma y pasar allí cinco años de su vida, no es más que una vocación. Imposible pasar por lo alto semejante ocasión. Exactamente un mes después del evento, el 14 de diciembre, en la sala de reuniones de la Biblioteca de la Cámara, ante el capellán de Montecitorio mons. Rino Fisichella, Rector de la Universidad Pontificia Lateranense, y el senador vitalicio Giulio Andreotti, se dieron cita todos los que se sintieron interpelados por el discurso del Papa; precisamente porque era todo menos un mero discurso.
La iniciativa partió de Maurizio Lupi y de un grupo de parlamentarios (diputados y senadores, un subsecretario y algunos jefes de gabinete), que desde hace un tiempo se reúnen en el Palazzo Marini, los martes por la tarde, poniendo sobre la mesa su trabajo y el significado del escaño que ocupan en el Parlamento y el Senado.
De esta forma, en aquella sala se encontraban unas cuarenta personas (un dato a tener en cuenta, puesto que aquel día la Cámara cerraba), entre los que había algunos no católicos, o declaradamente ateos, como Fabrizio Cicchitto y Francesco Colucci. Estaban Grazia Sestini, segunda de a bordo del ministro Maroni, y Guido Crosetto, con un jersey de sport, como si estuviese en casa de unos amigos; estaban Angelo Sanza, el turinés Roberto Rosso y Antonio Palmieri, el hombre-internet de Forza Italia. También el presidente de la comisión de exteriores Gustavo Selva, y Angiolino Alfano, ponente de la Ley financiera del 2003, Alberto Michelini, Stefano Saglia, Adriano Paroli, María Burani Procaccini, Antonio Verro y Laura Bianconi. En un asiento escuchaba y tomaba notas Giuseppe Tripoli, secretario general de la Unión de Cámaras de comercio. Para introducir el acto, Lupi leyó dos puntos del mensaje de Juan Pablo II: la política como servicio a las necesidades de la persona y la urgencia de no caer en el relativismo, «que priva a la convivencia civil de cualquier punto firme de referencia moral, despojándola más radicalmente aún de la capacidad de reconocer la verdad». Lo cual se hizo patente en las palabras de Giulio Andreotti. Su intervención fue un verdadero testimonio, y le correspondió a mons. Fisichella explicar cómo recoger y relanzar, de la forma más verdadera y humana, la provocación del Papa. El capellán de la Cámara entró en harina, como se dice popularmente. Porque es verdad: el riesgo de rebajar todo al rango de una intención piadosa es enorme, y sólo la conciencia de que la actividad política es una vocación puede rescatar del peligro de la abstracción. De allí surgen proyectos que no son casuales, y que por ello deben tener en cuenta la «identidad social y cultural de Italia», como afirma el Papa, que «difícilmente se podría comprender sin la savia vital que constituye el cristianismo». Un mensaje de enorme actualidad, si se piensa en el impacto que puede tener en uno de los grandes problemas de Italia, que es la reforma institucional, de la que se habla desde hace más de veinte años. No serviría una reforma que arrasase todo para partir de cero sin reglas ni puntos firmes. El verdadero reto es partir de la tradición y, como a menudo afirma el Papa a propósito de la Constitución europea, tener presente el contexto histórico que ha generado nuestra reflexión. Fue la Iglesia, con su Doctrina Social, la que acuñó el concepto de laicidad del Estado, atendiendo a las necesidades de los demás, poniendo la dignidad de la persona en el centro de la acción y reconociendo a la persona como motor de la acción política y punto clave en la relación con la realidad. Según las palabras utilizadas por monseñor Fisichella, ¿cómo negar, entonces, que «cada uno de vosotros, implicado en la política, está llamado a la santidad?». Si hubiese sido un informe taquigráfico de los que se hacen durante los debates parlamentarios, en este punto habríamos tenido que escribir: murmullos en distintos sectores de la sala. Pero el capellán proseguía en su intervención. Señaló que el Papa no dijo las cosas que dijo, por ejemplo sobre la educación o la familia, porque fuera el Papa, sino porque vive hasta el fondo su humanidad; porque experimenta que Cristo es la respuesta a todas las necesidades del hombre. Esta es la razón de que el pasado 14 de noviembre muchos no católicos reconocieran que el Papa había hablado para todos. Lo dice mejor monseñor Fisichella, y es otro latigazo positivo ante esta platea cansada de tantos artificios retóricos: «Nuestro testimonio sería pobre si no fuésemos los primeros contempladores del Rostro de Cristo». Pero no una contemplación estática, inmóvil, que se remite eternamente a sí misma, sino una capacidad de actuar con un porqué.
Si, pero, ¿qué podemos hacer para que esto no pase de largo, para que se transforme en experiencia cotidiana a partir de mañana? Ya casi no queda tiempo, pues esperan a monseñor Fisichella en una parroquia de la Nomentana para celebrar la misa, pero no renuncia a responder a las preguntas: «Hace falta un lugar. Para que lo que nos hemos dicho esta tarde no quede como una fórmula abstracta, hace falta un lugar, que coincide naturalmente con las comunidades locales en donde habéis sido elegidos y en donde se reflejan los frutos de vuestra acción política. Pero desde esta tarde hay algo también en Roma: un lugar preciso, hecho de amigos que trabajan juntos y que han decidido ayudarse para dar testimonio de Cristo en las salas del Parlamento. Creo que no es poco». Podemos decir que la visita del Papa, que vino aquí a hablar de política el pasado mes de noviembre, no ha sido en vano.