Cl en el mundo
Trescientas veces el inicio
300 personas procedentes de todos los rincones de Norteamérica se reunieron en la gélida capital de Illinois para la Diaconía; un fin de semana de mediados de enero jalonado de encuentros, testimonios, música de blues y excursiones. Todo ello auspiciado por la mayor bomba informativa de la historia, que se ha ido propagando hasta el corazón de Estados Unidos desde Tierra Santa. Una presencia que afecta a la vida entera con la energía de un acontecimiento
Marco BArdazzi
Una sonrisa cruza América. Está dibujada en el rostro de Joshua, encarcelado en una prisión de Carolina del Sur. Tras haber conocido a dos amigos que le hablaron por primera vez de don Giussani, tomó papel y pluma en la celda para contar los efectos colaterales de este encuentro: «No puedo dejar de sonreír; mis compañeros de prisión me miran y me preguntan si estoy drogado». Es la misma sonrisa que asomaba a los labios de Lucía mientras testimoniaba ante los amigos en Chicago lo curioso que le resultaba haber entendido el valor de su tradición católica justo después de haber dejado su México natal para trasladarse a vivir a St. Joseph, Missouri, donde conoció el movimiento gracias a un capitán del ejército de EEUU, David Jones (que en menos de un año ha difundido en el Midwest la noticia de lo que le ha sucedido con la rapidez y eficacia de un bombardeo de la Delta Force...).
Hasta el personal del enorme hotel Sheraton de la periferia que ha albergado la reunión de la Diaconía debe haberse preguntado qué motivo tendrían para sonreír personas llegadas desde California, Puerto Rico o Florida para encerrarse cuatro días mediado enero en un hotel en medio del hielo de Illinois. Para entenderlo hubieran debido escuchar las decenas de historias que se contaron a lo largo del fin de semana, los pequeños y grandes sucesos que han caracterizado un año de vida de las comunidades de CL en ochenta localidades de EEUU, Canadá y el Caribe. Hubieran debido ver las miradas de quienes llegaron a Chicago arrastrados por la curiosidad por algo que acababan de encontrar - en 2003 han nacido al menos 25 pequeñas comunidades de CL en ciudades americanas que a comienzos de 2002 desconocían el movimiento - y a lo que enseguida estaban dispuestos a confiar su presente y su futuro.
Conversiones personales
«No habéis venido aquí para hablar de problemas o de cuestiones de organización, sino de vosotros mismos, de vuestra conversión personal», señalaba Giorgio Vittadini al término de la Diaconía. «Todos nosotros hemos redescubierto la originalidad del encuentro con un carisma que tiene que ver con todo». En una América agobiada, que aún busca un camino para salir de la pesadilla en la que le sumió el ataque a las Torres Gemelas, es como si en las comunidades del movimiento hubiera aparecido con claridad el camino. «Se ha dejado de lado la sensación de opresión, decía Giorgio, y se vuelve nítida la experiencia de salvación y de novedad».
Así es imposible no esperar. Porque, incluso ante los problemas que siguen planteados, los testimonios a veces dolorosos que se acumulan, la dificultad personal que no desaparece por arte de magia, las dificultades de la Iglesia americana, herida por los escándalos, ante los temores de atentados y de una guerra anunciada, en Chicago se mostró con luminosidad la sencillez de reconocer una Presencia que existe y la conciencia de que una identidad nueva se va abriendo camino. «No se trata de hacer o no algo por Jesús - recordaba María Teresa de Washington D. C - sino de reconocer que la relación con Cristo me constituye, que sin Él no sería yo misma». Y monseñor Albacete añadía que el encuentro «nos solicita a abandonar nuestra medida para llegar a ser un nuevo yo; implica descubrir qué significa ser uno mismo. Sólo si vives para Él descubres tu verdadero yo, que ha sido creado para ser».
Tam-tam y de boca en boca
Como señalaba Fabio Baroncini, «es fácil ser cristianos, no es una meta al término de una ascensión hacia Dios, para la cual deberíamos estar siempre preguntándonos dónde está la escalera: la escalera es Él, que está presente».
Todo parece aún más fácil cuando se ven casos como los que este año han llegado de toda Norteamérica. «Si tuviera que definir estos días, - comentaba Vittadini al final - debería simplemente hacer el elenco de un montón de nombres, como en los Hechos de los Apóstoles». A los que asistimos al encuentro nos pareció una comparación perfecta. La Diaconía americana es desde hace algunos años un tam-tam de testimonios, un mensaje que va de boca en boca, como el que debió circular por las callejas de la Roma imperial a medida que el anuncio de Cristo, la más asombrosa bomba informativa de la historia, se propagó desde Palestina hasta la capital del mundo, conquistándola palmo a palmo.
Tendríamos que tener delante un mapa de EEUU para seguir el singular itinerario de los encuentros con el carisma aquí y allá por toda Norteamérica. Es como revivir la expedición de Lewis y Clark, los exploradores que en 1804 fueron a descubrir las zonas del país todavía inexploradas (las celebraciones del bicentenario de su empresa están al caer).
Nuevas floraciones
En Minnesota, desde Rochester hasta Duluth, cerca de Canadá, han brotado varias comunidades. En Dakota del Sur, el movimiento ha llegado hasta las pistas de esquí, donde el padre Jim descubrió a don Giussani gracias a unas vacaciones con el padre Jerry. Más al sur, nuevos amigos han llegado de diversas ciudades de Kansas, tras la estela de las presentaciones y los textos del movimiento realizadas por Albacete y organizadas por el capitán Jones. Igual que en Missouri, donde hallamos historias como la de Lucía, venida desde México, para la cual Cristo y la religión católica eran como un caparazón vacío de contenido hasta que conoció a algunos amigos a miles de kilómetros de casa. Toda una abadía benedictina ha abierto sus puertas a David Jones y sus amigos para organizar encuentros sobre los libros de CL, que los monjes ya estudiaban antes de que nadie supiera de la existencia del movimiento. «Lo que ha nacido este año es increíble», contaba David. «Soy capitán del ejército y estoy acostumbrado a planificar, pero algo así jamás lo habría pensado, hubiera sido imposible de planear».
Gracias también a la devoción mariana de David, el movimiento se ha enriquecido con una más profunda conciencia de los motivos que fundan la insistencia de don Giussani en la figura de María. «Aquí, con vosotros, he entendido plenamente que sin María Jesús se convierte en una figura abstracta», decía Vittadini. «No podemos reconocer a Cristo si no es como don de María: no sólo nos lo dio al principio, sino que sigue haciéndolo ahora. Si no rezo a María, no puedo reconocer a Jesús. Si suprimo a María, también Él se vuelve una abstracción, una operación informática». Un ejemplo espléndido de lo que pensaba don Giussani cuando confió a Giorgio un mensaje para la comunidad de Norteamérica: «No somos nosotros los que debemos enseñaros el movimiento; debemos aprenderlo de vosotros».
En Indiana la realidad de Evansville no deja de asombrar. Entre los nuevos amigos que ha conocido el incontenible Mike Eppler - que llegó a Chicago con una patrulla de fans, todos con camiseta verde creada para la ocasión - ha dejado huella el joven Rob (cfr. Huellas de enero 2003), quien decidió estar con los de CL a pesar de ser protestante y de ir por ahí con una camiseta con una calavera. ¿La razón? «Porque cuando les conocí no tuve que esperar: el movimiento me habló enseguida».
Costa Este
En la costa oriental, donde la historia de las comunidades es más antigua, se mantiene la frescura del comienzo, lo que Jonathan definía como «explosión de deseo» que acompaña la vida de todos los días. Eso es lo que impresionó a Anujeet Sareen en Boston, quien, por ir al fondo del encuentro con CL, no ha dudado en dejar la religión Sij, desafiando el odio de sus padres, para hacerse católico justo en la ciudad donde el catolicismo está más denostado por las acusaciones de escándalo en la Iglesia. Es el mismo deseo que llevó a abrir en Brooklyn el primer apartamento del CLU en aquellas tierras y lo que empujó a Chris a abrazar la realidad de GS que desde aquí se está difundiendo por varias partes del país (los grupos nacidos en torno a Therese, en Chicago, y a Rebecca, en Oregón, son dos de los ejemplos más bonitos). Para los jóvenes bachilleres americanos es como un amanecer abanderado por nuestro carisma», decía Chris.
Hasta en medio de la neurosis de Manhattan, ha nacido inesperadamente una nueva Escuela de comunidad entre un grupo de madres. En la preparación de la Primera Comunión de sus hijos, se despertó en ellas gran cantidad de preguntas sobre sus vidas, que les llevaron a reunirse para abordarlas juntas. Leticia contaba que para sus amigas «la amistad conmigo se ha convertido en amistad con don Giussani y en un interés por la mirada que él tiene hacia las cosas».
La Escuela de comunidad sigue siendo el centro de la experiencia. En Texas, para Eduardo, de Austin, la Escuela «es como la nota en la célebre sonata de Chopin que tanto le gusta a don Giuss: suceden muchas cosas, hay muchas dificultades, pero la nota está siempre ahí». En Wisconsin, el trabajo sobre los textos del movimiento se ha convertido en la savia indispensable para la vida del grupo de Milwaukee: aquí, tras la llegada de la familia de Rick desde Virginia, en poco tiempo han ido viniendo, una tras otra y por diversos motivos, tres familias del movimiento procedentes de distintos lugares de EEUU.
Nunca más solo
Desde Canadá nos ha llegado el testimonio extraordinario de Paolo, que había dejado el movimiento en Italia en los años 70 y lo ha vuelto a encontrar en Toronto, «tras haber pasado quince años probando un poco de todo». Convertido en un empresario de éxito tras experiencias de todo tipo, Paolo se sentía insoportablemente solo y decidió que la única persona con la que podía hablar en serio sobre su vida era una antigua profesora que vivía en Italia y a la que no veía desde hacía 20 años. Fue a verla y a través de ella reanudó la relación con el movimiento, reforzada el pasado verano por el encuentro con centenares de jóvenes de GS y del CLU que fueron a Toronto para la Jornada Mundial de la Juventud con el Papa. En estos meses han sucedido muchas cosas en la vida de Paolo, desde una enfermedad devastadora a la peregrinación a Trivolzio (al altar de san Ricardo Pampuri). En Chicago, la misma sonrisa de Joshua y Lucía se dibujaba en la cara de Paolo, acompañada de las palabras de una vida nueva: «Me ha sucedido el milagro de no estar sólo nunca más».
Pero la riqueza de los testimonios no será el único motivo por el que se recuerde este encuentro en Norteamérica en 2003. Si hace dos años la comunidad de Washington D.C. dio el golpe llevando a la Diaconía a uno de los últimos poetas supervivientes de la Generación Beat, los de Chicago no se quedaron atrás, y pusieron a disposición de los 300 prisioneros del Sheraton a un músico de leyenda del blues, Willie King, junto con su banda (ver artículo aparte).
Chicago 2003 hubiera debido venir acompañada en estas páginas de espléndidas fotografías sacadas desde una barca fletada para una excursión vespertina por el lago Michigan. A Angelo, temerario promotor de la aventura, hay que reconocerle que ni Lewis y Clark hubieran tenido la valentía de intentar una empresa de ese género en enero, con el termómetro a 15 grados. Desgraciadamente, no siempre la fortuna ayuda a los audaces y los lastrones de hielo que invadían el lago no se derritieron a pesar del entusiasmo de los 300, así que la excursión hubo de ser cancelada. Como premio de consolación, llegaron las palabras del arzobispo de la ciudad, el cardenal Francis George, que vino a visitar la Diaconía (ver recuadro): «Escoger Chicago en enero para vuestra asamblea nacional me dice mucho acerca de vuestra buena voluntad».