David y Goliat
El papel de los misioneros en el encuentro de Asís y en el mundo. Hemos hablado de ello con el padre Piero Gheddo, misionero del PIME. «Los misioneros llevan el Evangelio de Jesús y lo aplican en una situación concreta dando testimonio de la caridad, que es el rasgo distintivo del cristianismo
A cargo de STEFANO MARÍA PACI
Padre Piero Gheddo, usted es un poco el portavoz de los misioneros italianos. Antiguo director de Mundo y Misión, ha escrito innumerables libros sobre las misiones y sobre los hombres que allí trabajan, y ha visitado más de cien países en todo el mundo. ¿Cree usted que ha sido importante el papel de los misioneros a la hora de favorecer el encuentro de Asís?
Ha sido fundamental. El diálogo entre las religiones ha nacido casi siempre de iniciativas de los misioneros locales. En la India, por ejemplo, han sido misioneros católicos los que han iniciado el diálogo y poco a poco han arrastrado incluso a la Iglesia india, que al comienzo era reacia al encuentro con las demás religiones. Lo mismo ha sucedido en Vietnam.
En David y Goliat, su reciente libro sobre la globalización, usted se pregunta por qué, cuando se habla de desarrollo y subdesarrollo, no se citan nunca a los misioneros. ¿Por qué? ¿Qué respuesta se ha dado usted?
Le confieso que no he conseguido encontrar una respuesta todavía. Es un hecho extraño también para mí. ¿Por qué sucede esto? La primera que ha llevado a cabo la globalización ha sido la Iglesia católica, que ha mandado a sus misioneros no a conquistar con la fuerza, sino a dialogar y ayudar, estudiando las lenguas, promoviendo la cultura local. ¿Por qué nadie habla de esto? Esta globalización religiosa es silenciada no sólo por los periódicos laicos - lo que sería comprensible -, sino también por la prensa católica. Y esto es sorprendente. El problema es que hoy en Occidente vivimos en una sociedad materialista: da igual que sea comunista, socialista o liberal capitalista. De esta forma, cuando se habla del desarrollo de un pueblo, se habla siempre y sólo de dinero, finanzas, ayudas, mercancías, deudas, producto interior bruto y precios de las materias primas.
Esta mentalidad, ¿ha entrado también en el mundo católico?
Sin ninguna duda. Los católicos nunca dicen, en sus periódicos y en sus radios o televisiones, que el desarrollo del hombre y de los pueblos viene de raíces espirituales y religiosas, que nace de un momento educativo antes que de la economía y de la técnica. Por desgracia, demasiado a menudo la Iglesia italiana se apunta a los slogan del momento, y también lo hacen los misioneros.
En Génova, con ocasión del G8, se produjeron manifestaciones en contra de la globalización. En esa ocasión el mundo católico se dividió. ¿Era usted favorable o contrario a la participación de los católicos en aquellas manifestaciones?
Contrario, muy contrario. Y no hablo de oídas. Yo me encontraba en Génova en aquellos días, y seguí todo muy de cerca. Participé en las conferencias, vi las manifestaciones. Era contrario porque las manifestaciones de los No Global tenían raíces absolutamente no cristianas. Basta pensar que los católicos eran más de la mitad de los participantes: se habían movilizado asociaciones, centros misioneros, Acción Católica, ACLI (Acción Católica de los trabajadores italianos), institutos religiosos. Pero la identidad cristiana no salió a la luz. Otros tomaron las riendas de las manifestaciones y los católicos fueron detrás como bobos. Los discursos, la táctica, los métodos de protesta, incluso la violencia que se manifestó: no hubo nada de cristiano en aquellos días. Fue un gran error participar e invitar a participar.
De los jóvenes que se manifestaban ¿qué piensa usted?
Entre los jóvenes contestatarios me temo que no hay casi ninguno que haya visitado el Tercer mundo, y probablemente ninguno tiene ni siquiera el deseo de ir. Seguramente sus intenciones eran admirables, pero alguien debería decirles que es necesario convertirse en hermanos de los pobres de forma auténtica. No basta con manifestarse contra la injusticia, la propuesta más seria es la de compartir la vida con los pobres. ¿Por qué no vienen con nuestros misioneros a África, en vez de enfrentarse con la policía? En 1985 había en África 1.700 voluntarios laicos de distintas asociaciones y organismos. Hoy este número no alcanza los 400. El gobierno italiano ha reducido las contribuciones a estos organismos, pero nadie ha protestado por estas decisiones. Ya casi no hay jóvenes que decidan dar tres o cuatro años de su vida para estar con los pobres. Al desaparecer el dinero, han desaparecido también los voluntarios. No se puede protestar ante el G8 y después gozar de la abundancia del Norte del mundo.
¿Cuál es la contribución que ofrecen los misioneros para la promoción del hombre?
Anuncian a Jesucristo. Porque la solución de los problemas del hombre viene de Dios. Desgraciadamente, la Iglesia cada vez tiene menos el coraje de decir esto. La solución no puede venir de la inteligencia del hombre, aunque sea imprescindible usar la razón, sino que viene de Dios. La Populorum Progressio - citada a menudo sin ton ni son - habla del progreso del hombre de esta forma: «El paso de una condición menos humana a una más humana». El desarrollo implica ciertos factores materiales, pero también factores culturales y religiosos, y lleva a Dios. La primera contribución que la Iglesia ofrece es el anuncio de Cristo. Debemos estar convencidos de lo que decía la Madre Teresa de los indios, un pueblo paupérrimo: «La mayor desgracia es no conocer a Jesucristo». La desgracia no tiene que ver sólo con la vida eterna y la salvación espiritual, sino con esta vida. ¡Esta vida! Allí donde entra el anuncio de Jesucristo, la vida cambia a mejor. Los parias de la India, por ejemplo, hace cien años eran esclavos de las demás castas. Gracias a los misioneros católicos y protestantes, con la influencia del Evangelio y de la educación, estos parias son hoy importantes para la sociedad.
¿Cómo sería el mundo sin misioneros? Concretamente, ¿qué cambiaría?
Con toda seguridad sería mucho peor de lo que es. Cambiaría la vida de personas y de estados. Cambiaría el modo de mirar el mundo. Le pongo un ejemplo: en 1980, por encargo de Cáritas italiana, fui a Tailandia a visitar los campos de refugiados que procedían de Vietnam, de Laos y de Camboya. Estando yo allí, el rey de Tailandia, que es el gran padre de la nación, su guía reconocido, pronunció un discurso que fue transmitido por todas las televisiones. Dijo: «Nuestros hermanos vienen aquí desde Laos, Vietnam y Camboya. Hay que ayudarles. El ejemplo nos lo dan los cristianos tailandeses. Los pequeños, escasos y pobres cristianos tailandeses, que han sido los primeros en crear campos de refugiados». El discurso del rey provocó un gran alboroto, y las primeras páginas de los periódicos se llenaron con esta pregunta: ¿Por qué hacen esto los cristianos?. Una nueva mentalidad, a través de ellos, había penetrado en la nación. Y la cambiaba. Le pongo otro ejemplo. Fui en distintas ocasiones a Japón, y dos misioneros que estaban allí desde hacía 50 años me decían: «Cuando llegamos aquí, este era un pueblo en el que cada uno, literalmente, se ocupaba de sus asuntos. No existía en toda la nación un sentido de gratuidad, la idea de interesarse por los demás y crear obras de solidaridad». Hoy, en cambio, en Japón pululan asociaciones de voluntariado, que ayudan no sólo a los pobres de la nación, sino también a los de otros países. En Camboya, en nuestras misiones del PIME, hay voluntarios japoneses que no son católicos.
¿Está diciendo que los misioneros y la Iglesia católica han cambiado la mentalidad de una nación?
Sí, ciertamente. Se ha producido un cambio radical de la cultura japonesa y esto deriva únicamente del Evangelio. Y podría ponerle otros ejemplos. En Kamakura, al sur de Tokio, se encuentra el templo de la diosa Quan In, que es la diosa de la misericordia. Lo llaman el Templo de los niños no nacidos. Las parejas que se han sometido a un aborto, y están arrepentidas, llevan allí estatuas de Buda vestidas con ropa de niño, rezan y queman incienso. Pero muchos, muchísimos, después de las ceremonias, en vez de volver a su casa van a una iglesia católica que está allí cerca, en donde hay un misionero sardo, el padre Luigi Suoletta. Cuando le pregunté al padre Suoletta el motivo de esto, me respondió que la gente le dice: «Padre, háblenos de su Dios. Nosotros hacemos nuestras ofrendas en el templo, pero no conocemos a Dios. No sabemos qué piensa de nosotros. Sabemos en cambio que el Dios cristiano es un Dios que perdona. Y nosotros necesitamos saber que existe alguien que puede perdonarnos».
La posibilidad del perdón, que es exigencia del corazón del hombre, entra en la conciencia de un pueblo. Y lo hace a través de los cristianos japoneses, que son porcentualmente una minucia: el 0,5% de la población.
Sin embargo, padre Gheddo, seamos sinceros: a menudo los misioneros se consideran como agentes de desarrollo...
¡Qué error! Pero es verdad: cuando los católicos hacen campañas únicamente sobre temas económicos y técnicos y no recuerdan que la primera contribución de la Iglesia es el anuncio de Jesucristo, único Salvador del hombre, el misionero se transforma en un simple asistente social, o un revolucionario político, o un sindicalista.
La Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer al subdesarrollo en cuanto tal - dice Juan Pablo II en la Sollicitudo rei socialis -, pero ofrece la primera contribución a la solución del urgente problema del desarrollo cuando proclama la verdad sobre Cristo, sobre sí misma y sobre el hombre, aplicándola a una situación concreta». ¿Qué función desempeñan los misioneros en el mundo? ¿Son agitadores sociales? ¿Dirigentes políticos? ¿Técnicos de desarrollo? ¡De ninguna manera! Llevan el Evangelio de Jesús y lo aplican en «una situación concreta», y dan testimonio de la caridad, que es el rasgo distintivo del cristianismo. ¡Esto convierte los corazones y las culturas y produce también desarrollo social y económico! Si no damos esta imagen del misionero (es decir, si perdemos nuestra identidad), no nos lamentemos más de no tener vocaciones.
Pero casi siempre el misionero es un hombre de Dios y sorprende por las cosas que la fe logra hacer. Dice de nuevo Juan Pablo II en la Redemptoris Missio: «Hoy en día los misioneros, más que en el pasado, son reconocidos también como promotores de desarrollo por gobiernos y expertos internacionales, los cuales se quedan admirados del hecho de que se obtengan notables resultados con medios escasos». Esto es verdad, y se corresponde con la experiencia concreta que muchos periodistas y políticos tienen cuando van a África. Examinan los proyectos realizados por el gobierno italiano y descubren que han fracasado casi todos: industrias construidas en el desierto y que no funcionan, pozos de agua inutilizables porque las bombas están paradas, pues nadie las repara. Y después descubren los proyectos de la Iglesia católica, realizados por misioneros que permanecen allí toda la vida, que aprenden las lenguas locales, que se hacen amigos de los jefes de las aldeas y de la gente. Proyectos que producen frutos, dado que educan a la gente, y el desarrollo viene por la educación de un pueblo. Los misioneros educan, llevando el Evangelio y cambiando las ideas de fondo de un pueblo acerca del hombre, de la naturaleza, de las relaciones entre las personas y entre hombre y mujer. Dando testimonio del amor desinteresado hacia los más débiles y los más pobres, testimonian la divinidad de Jesucristo. ¡Y el anuncio es siempre más importante que la denuncia!