De la nada. Historias desde EEUU
Las historias de los encuentros con el movimiento que desde hace algunos años suceden en América del norte, como dijo Giorgio Vittadini en Washington, «son demasiado llamativas para ser el resultado de un proyecto religioso». Detrás de lo que sucede en las cuatro esquinas del país hay otro factor que está obrando. He aquí tres nuevos ejemplos, llamados Missouri, Texas y Oregón
M. B.
La larga marcha del capitán Jones
El capitán del U.S. Army (ejército de Estados Unidos) David Jones tiene 30 años, dos hijos, un corte de pelo rigurosamente militar y todavía una buena parte de sangre Sioux en las venas, heredada de sus antepasados de las praderas. Su ciudad, St. Joseph, en Missouri, es, como él, un punto de encuentro entre el Este y el viejo Oeste. Es el lugar de donde partía el mítico Pony Express, donde en un tiempo tuvo sus correrías Búfalo Bill Cody y donde el bandido gentil Jesse James fue asesinado por uno de los hombres de su banda deseoso de echar mano a la recompensa de 20.000 dólares.
La aventura de David en el Ejército comenzó a los dieciocho años, la búsqueda de una respuesta convincente a su deseo de Dios, más o menos en el mismo período. En busca de algo que satisfaga un deseo al principio confuso, pero sincero, David se acerca a la Iglesia Baptista, pero se queda poco tiempo. Durante los años de la facultad, empeñado en profundizar estudios orientales, se convierte al Islam y empieza a frecuentar la mezquita de Kansas City. Pero para un soldado que ama a su país, una religión que pretende constituir un Estado islámico se convierte en un motivo de conflicto interior. Después de abandonar el Islam - estamos en 1993 -, David se interesa por la new age, discusiones interminables con los compañeros de cuartel y una fascinante posibilidad de recuperar muchos aspectos del credo y de los rituales de su tradición de native american. Mientras tanto, acaba la facultad y después del adiestramiento en Indianapolis, le destinan a Corea del Sur. Aquí entra en el círculo de las logias masónicas, «muy frecuentes entre los militares». En febrero de 1994 le envían a Fort Bragg donde se adiestran los Rambo de las fuerzas especiales, los mismos destinados a combatir en Afganistán. La new age le está defraudando, los contenidos son débiles y su razón exige más. Entra en contacto con la Iglesia unitaria, pero mientras tanto se casa con Becky, que proviene de una familia sólidamente católica y tiene con su marido una paciencia infinita. «No quería saber nada de los católicos, pensaba de ellos lo peor», explica David. Pero el amor por Becky exigía al menos un intento de compromiso. Se unen por la Iglesia Episcopal, pensando que puede ser una solución que les acerque. David se enamora de la liturgia y de la historia de la Iglesia, pero Becky resiste poco, después vuelve a sus raíces católicas. Su marido no se rinde. Enseguida los episcopalianos le defraudan y decide seguir a un compañero militar que acaba de entrar en la Iglesia Ortodoxa. Es un baño en la liturgia rusa, en la simbología de la Europa del Este, en la iconografía. Pero David cuenta que conocer la figura de san Pedro supuso un cambio muy grande: «Una vez que aceptas el primado de Pedro, todo lo demás cae como un dominó». El capellán militar con el que ha estrechado una sincera amistad pasa de la Iglesia Ortodoxa a la Católica y David decide que es el momento del salto también para él. Miro a David Jones sentado en una mesa enfrente de mí durante un descanso de la Diaconía en Washington. Me ha hecho llenar páginas y páginas del cuaderno de apuntes intentando seguir su historia, digna de la trama de una película de la que ha trazado sólo una síntesis. Me ha dejado agotado... «David, ahora me tienes que decir por qué estás aquí». «Por él», responde haciéndome un gesto con la cabeza. A dos pasos de nosotros pasa, sin enterarse de nada, monseñor Albacete. «Un día vi una entrevista suya en una cadena de TV católica, EWTN. Hablaba del movimiento y de su encuentro con don Giussani y era como si estuviese hablándome a mí. Era lo que buscaba desde hacía años».
Después de esa entrevista, David se zambulle en Internet en busca de información sobre CL. «Me interesaba muchísimo, pero atravesaba un período complicado. Iban a nacer mis hijos y me tenía que trasladar desde Dallas a St. Joseph, desde donde ahora voy todos los días a trabajar a la oficina de reclutamiento de Kansas City». No sucedió nada, pero se sembró una semilla. Un año después, mientras seguía un curso de su Master en estudios teológicos, David conoce a Peter, de Oklahoma que tiene en la mano un ejemplar de la revista Huellas. Le basta una ojeada para comprender que habla de ese movimiento que tanto le había llamado la atención. Nació una amistad y en Washington, en enero, el capitán Jones conoce por primera vez a otros del movimiento gracias a un sí dicho a Jonathan, que le llamó a las 7:30 de la mañana del mismo día en el que empezaba la Diaconia para preguntarle si quería subir a un avión y unirse durante cuatro días al grupo.
«Lo que dice Giussani - cuenta David - no se puede comparar con nada de lo que he leído en mi vida. Aquí me siento como en casa. Aquí, a diferencia de los otros lugares donde he estado, está Cristo. Me impresiona la racionalidad de la fe. He oído a don Fabio que explicaba que si no se parte de la Encarnación de Cristo se acaba entre el nihilismo y el panteísmo. Me considero bastante duro, pero cuando oí esas palabras estaba a punto de llorar, porque es exactamente la historia de mi vida hasta hoy».
Jay y la secta de Houston
La primera impresión que tuvieron Jay y su mujer cuando conocieron a la gente de CL en Houston, es que se trataba de una secta desconocida. «¿Qué otra cosa podíamos pensar? Usaban palabras extrañas que nadie decía en la parroquia: Yo, Misterio, movimiento, sólo podía ser un culto extraño...». Jay Roussel sonríe mientras mira a Paolo Zaffaroni y recuerda los primeros careos, a los que siguió el nacimiento de una gran amistad.
Jay Roussel proviene de Louisiana, creció en La Place a dos pasos de Nueva Orleans, en el delta del Mississippi, para aterrizar después en Houston, Texas, debido a un trabajo de desarrollo de software. En el verano de 2000 empieza a organizar, con su mujer Stacy, encuentros en la parroquia, y allí conoce por primera vez a personas del movimiento. El acercamiento es cauto pero las palabras y, sobre todo, la forma de decirlas y vivirlas le impresionan.
Los nuevos amigos invitan a Jay a una barbacoa y Stacy le pone en guardia: «Ten cuidado, no sabemos quiénes son». «Quise ir - cuenta Jay - en primer lugar, porque quería comprender mejor y después, porque mi párroco me había hablado con gran respeto de don Giussani. De todas formas estaba un poco perplejo, porque me contaban que eran muchos amigos que vivían unos cerca de otros y cosas de este tipo. ¡Empezaba a temer que para unirme al grupo tendría que dejar mi casa y la perspectiva me preocupaba...!».
En la barbacoa las cosas son diferentes a como Jay se esperaba. Estaba preparado para oír los dos o tres puntos clave por los que tenía que adherirse, para oír la presentación del producto religioso, como sucede siempre en Estados Unidos. «Y en cambio, cantaban bonitas canciones y había buena comida. Yo estaba un poco confuso, era gente normal que vivía una vida normal sólo que de manera diferente. Volví a casa y le dije a mi mujer: éstos son ok». En la primera Escuela de comunidad, después de un arduo interrogatorio sobre el tema de la libertad, también las dudas de Stacy se evaporaron.
El momento del cambio fue para Jay una cena con monseñor Albacete. «Sentí casi un cambio físico, nunca había oído hablar así de la gracia y la misericordia. Comprendí que El sentido religioso no es para filósofos o teólogos, sino que se puede proponer a todos».
Un rosario en Oregón
Cuando Sergio Pierino Villotta decidió en el año 2000 dejar Italia para irse solo a vivir y a trabajar a Portland, en Oregón, en la costa occidental, algunos se quedaron un poco perplejos. No parecía una empresa sencilla y, en efecto, no fue fácil. Pero con el tiempo, gracias a su presencia, las semillas del movimiento empezaron a germinar también aquí, en un estado tan grande como Italia, pero con sólo 3,5 millones de habitantes. Son gente complicada, grandes bebedores, extremadamente liberales, a veces algo anárquicos y en cualquier caso con un único credo: que les dejen libres para hacer lo que quieran. Un 8% de católicos y un 8% de protestantes son las únicas cuotas del mundo de las grandes religiones en un mar de iglesias de todo tipo y de comunidades new age.
Sergio, product manager que trabaja en importantes proyectos para un coloso de la informática, empieza a frecuentar una parroquia local mientras organiza su nueva vida americana. El verano pasado, recibe una inesperada llamada de teléfono de una familia que vive a una hora de Portland. Su hijo, John, es seminarista con don Camisasca y los padres quieren saber a través de Sergio algo más sobre el movimiento. Quedan unas cuantas veces en su casa para leer juntos los textos de don Giussani. Con el tiempo, el trabajo se hace más asiduo y regular.
Mientras tanto, en octubre, un grupo de la parroquia devoto del padre Pío invita a Sergio a rezar el Rosario. Es entonces cuando empieza a proponer la Escuela de comunidad. La primera en apuntarse es la chica que le ha invitado al Rosario. Después se une otra a la que conoció en una iglesia donde se celebra la misa en latín. «Ahora somos siete - cuenta Sergio - y una persona a la que le acabo de regalar un libro de Giussani me dijo: descuidamos demasiado nuestra relación con Cristo, que es lo más importante».
También comenzó una amistad con el arzobispo de Portland, John Vlazny, que conoció la experiencia del movimiento en Rochester a través del padre Jerry. El arzobispo le escribió a Sergio lo siguiente: «Agradezco que estés en Portland. Necesitamos el espíritu evangelizador del movimiento aquí, y para mí eres un signo y un profeta de esperanza. Cuenta con mi oración».