«Nunca más!»
En Asís se han reunido doscientos representantes de doce religiones y una tropa de cardenales, patriarcas y metropolitas. El objetivo: eliminar cualquier fundamento teológico del uso de la religión para justificar la violencia y la guerra. El Papa: «Cristo es nuestra paz»
ANDREA TORNIELLI
24 de enero de 2002. En el día del gran encuentro de las religiones parecen espesarse sobre Asís las nubes oscuras que Juan Pablo II ve en el horizonte en este paso crucial para la historia de la humanidad. Después de los atentados del 11 de septiembre y la guerra en Afganistán, el Papa no ha dejado de repetir su preocupación, con acentos que distan años luz de las certezas optimistas de los que confían sólo en las armas. Los nubarrones oscuros, la lluvia intensa, el fuerte viento terriblemente amplificado por el enorme toldo levantado sobre una selva de tubos en la espléndida plaza de la Basílica Inferior de Asís, parecen dar cuerpo a las angustias del Papa. Al anunciar la Jornada de oración en el Ángelus del 18 de noviembre de 2001, había dicho: «Es mi intención invitar a los representantes de las religiones del mundo a venir a Asís el 24 de enero para rezar por la superación de los enfrentamientos y por la promoción de la auténtica paz. Queremos encontrarnos, en particular cristianos y musulmanes, para proclamar ante el mundo que la religión no debe jamás convertirse en motivo de conflicto, de odio ni de violencia».
El objetivo que el Papa declaró desde el principio, es el de eliminar cualquier fundamento teológico del uso de la religión para justificar la violencia, la guerra y el terrorismo. Incluso a costa de correr algún riesgo. Incluso a costa de exponerse a las inevitables críticas de cuantos juzgan inútiles, si no dañinos, estos encuentros interreligiosos. Incluso a costa de desafiar a cuantos consideran que reuniones semejantes contienen en sí el equívoco del sincretismo, del supermercado religioso. A costa de verse catequizado por algún editorialista católico que no ha perdido la ocasión para remarcar, justo el día en el que todos los medios hablaban de la paz de Asís, la «violencia sanguinaria» del islam.
En tren con el Papa
Es la primera vez que Juan Pablo II utiliza la estación ferroviaria vaticana para un verdadero viaje. Es la primera vez que elige el tren para realizar una de sus peregrinaciones. Antes que él sólo Juan XXIII, el 4 de octubre de 1962, había efectuado el mismo recorrido para implorar la protección de la Virgen de Loreto y del Pobrecillo de Asís sobre el Concilio que estaba a punto de inaugurarse. Entonces, esperando al Papa Bueno en la estación de llegada, se encontraba el ferroviario Mario Giglio. Hoy, junto a distintas autoridades y al Presidente del Consejo, está esperando al Papa el hijo de aquel ferroviario. Junto a Juan Pablo II viajan doscientos representantes de doce religiones (cristianismo, islam, hinduismo, budismo, judaísmo, confucianismo, animismo, jainismo, sintoismo, sijismo, tenrykyo, zoroastrismo) y una tropa de cardenales, patriarcas y metropolitas. Entre ellos se encuentra el metropolita Pitirim, el representante del patriarca Alexis II de Moscú, que hasta dos días antes parecía haber delegado en un eclesiástico de menor importancia. El convoy de la paz no tiene compartimentos particulares o asientos especiales para el Papa, que ocupa el asiento número 71.
Testimoniar la paz
Cuando llegan a la gran plaza, abarrotada de jóvenes (2.300), las delegaciones de las religiones son acogidas con un aplauso fragoroso y el sonido de las campanas. Durante horas, desde muy temprano, se habían movido comedidamente, mezclándose, bonzos vestidos de naranja, hermanos de toda orden y grado, peregrinos llegados desde muy lejos, obispos de Oriente y de Occidente. Juan Pablo II está más en forma de lo habitual. Se ve que considera un pequeño milagro haber podido convocar y presidir la reunión. La visión de conjunto del espacio bajo el toldo, 1.200 metros cuadrados calentados por potentes ventiladores, con un gran palco rojo y un gran olivo como decorado, podría parecer la de un congreso de partido. Pero las palabras que se pronuncian desde el púlpito de madera oscura son mucho más importantes.
Asís 2002 comienza con los «testimonios por la paz» de varios representantes religiosos. El más autorizado es ciertamente el de Mohammed Tantawi, jeque de Al-Ahzar, la gran universidad de El Cairo, que representa la máxima autoridad teológica y jurídica del islam sunnita. Tantawi no ha venido en persona, pero ha enviado un mensaje que es leído por su enviado. Habla del valor de la «cooperación entre todos los pueblos a favor de la benevolencia y de la piedad y no de la ofensa y la agresión», cita la sura del Corán que dice: «¡Ninguna imposición en la religión!» y agradece al Vaticano sus llamamientos a favor del pueblo palestino. Los ojos de todos están puestos en los representantes musulmanes. El hecho de que algunos de ellos se comprometan a condenar el terrorismo y el uso ilícito de la religión para justificar la violencia y las matanzas, es un pequeño paso adelante.
Después toma la palabra el rabino Israel Singer, del Congreso mundial judío. En primer lugar se dirige al Papa, improvisando: «Sólo tú, Juan Pablo II, podías hacer posible una reunión así». Después, tras haber leído en parte un discurso aparentemente poco pacifista, lleno de citas de los mandamientos bíblicos de «combatir a los enemigos», Singer improvisa de nuevo y hace referencia a la crisis de Tierra Santa: «Debemos preguntarnos si tierras y lugares son más importantes que las vidas humanas. Hasta que no nos hagamos esta pregunta no tendremos paz. La paz es demasiado importante para dejarla en manos de los generales y de los hombres de estado». Es cierto que Singer no representa a todos los judíos y sus palabras no son compartidas por los «halcones». Pero si esa pregunta se hiciese sitio en los corazones de los que se enfrentan, la paz estaría quizá más cerca.
Las palabras de Wojtyla
El discurso del Papa es el último de la mañana, y precede a la oración que las distintas delegaciones realizan cada una por su cuenta en espacios separados. «Queremos dar nuestra contribución para alejar los nubarrones del terrorismo, del odio y de los conflictos armados... Por esto queremos escucharnos los unos a los otros... Las tinieblas no se disipan con las armas; las tinieblas se alejan encendiendo faros de luz». Juan Pablo II repite que los dos pilares de la paz son la justicia y el perdón: «Justicia, en primer lugar, porque sólo puede haber verdadera paz si se respeta la dignidad de las personas y de los pueblos, los derechos y los deberes de cada uno, y si se da una distribución equitativa de beneficios y obligaciones entre personas y colectividades. No se puede olvidar que situaciones de opresión y marginación están a menudo en la raíz de las manifestaciones de violencia y terrorismo. Y también perdón, porque la justicia humana está expuesta a la fragilidad y a los límites de los egoísmos individuales y de grupo. Sólo el perdón sana las heridas del corazón y restablece íntegramente las relaciones humanas alteradas».
El momento clave de la intervención papal es éste: «Reunidos aquí una vez más, afirmamos que quien utiliza la religión para fomentar la violencia contradice su inspiración más auténtica y profunda. Por tanto, es necesario que las personas y las comunidades religiosas manifiesten el más neto y radical rechazo de la violencia; de toda violencia, también de la que pretende disfrazarse de religiosidad, recurriendo incluso al nombre sacrosanto de Dios para ofender al hombre. No existe ninguna finalidad religiosa que pueda justificar la práctica de la violencia del hombre contra el hombre».
Tampoco esta vez ha dejado Wojtyla de testimoniar su fe en Cristo: «Con la muerte en el Gólgota imprimió en su carne los estigmas del amor de Dios por la humanidad. Testigo del designio de amor del Padre celestial, se convirtió en nuestra paz (...). Con Francisco (...) fijamos nuestra mirada en el misterio de la cruz, árbol de salvación regado por la sangre redentora de Cristo. El misterio de la cruz marcó la existencia del Pobrecillo, de santa Clara y de muchos otros santos y mártires cristianos. Su secreto fue precisamente este signo victorioso del amor sobre el odio, del perdón sobre la venganza, del bien sobre el mal».
Finalmente, una parte del discurso estuvo dedicada al riesgo del sincretismo: «queremos mostrar al mundo que el impulso sincero de la oración no lleva a la contraposición y menos aún al desprecio del otro, sino más bien a un diálogo constructivo, en el que cada uno, sin condescender de ningún modo con el relativismo ni con el sincretismo, toma mayor conciencia del deber del testimonio y del anuncio».
El compromiso contra la violencia y el fanatismo
Después de las oraciones por separado - el Papa presidió la de todos los cristianos en la Basílica Inferior - y después de un ágape fraterno con menú sobrio y rigurosamente vegetariano, los representantes de las religiones se reúnen nuevamente en la plaza cubierta para el último acto de Asís 2002. En el escenario se encuentra también el presidente de la República, Carlo Azeglio Ciampi. Este acto consiste en la lectura del compromiso común contra la violencia y el gesto de encender una luz, que cada delegado pone sobre un amplio trípode junto a la de los demás. El párrafo clave del texto es el primero, leído por el reverendo Konrad Raiser, del Consejo ecuménico de las Iglesias: «Nos comprometemos a proclamar nuestra firme convicción de que la violencia y el terrorismo se oponen al auténtico espíritu religioso y, al condenar cualquier recurso a la violencia y a la guerra en nombre de Dios o de la religión, nos comprometemos a hacer todo lo posible por erradicar las causas del terrorismo». Dos pasajes del compromiso común son leídos por delegados musulmanes: «Nos comprometemos a dialogar con sinceridad y paciencia - dice el jeque Abdel Salam Abushukhaidem - reconociendo que la relación con las demás diversidades puede convertirse en ocasión de mejor comprensión recíproca»; «nos comprometemos a hacer nuestro - sigue el ayatollah iraní Ghomi - el grito de aquellos que no se resignan a la violencia y al mal». La conclusión es un triple «¡nunca más!» pronunciado por el Papa: «!Nunca más la violencia! ¡Nunca más la guerra! ¡Nunca más el terrorismo! En nombre de Dios, ¡que cada religión traiga a la tierra justicia, paz, perdón, vida y amor!».