JUICIO
Un bien para todos
El Discurso pronunciado recientemente por el Papa ante los miembros del Tribunal de la Rota de Roma, con motivo de la apertura del año judicial, ha puesto de manifiesto el mal que para nuestra sociedad supone la ruptura familiar como consecuencia de la separación, divorcio o nulidad del vínculo conyugal.
Ante las reacciones que ha suscitado, conviene recordar algunos datos elementales.
El Papa no ha hecho más que reiterar un punto bien conocido de la doctrina de la Iglesia para sus fieles, la indisolubilidad del matrimonio: el hombre no debe separar lo que Dios ha unido.
No ha reclamado que los jueces y abogados que trabajan en el ámbito civil se opongan a la aplicación de las leyes positivas que regulan el divorcio y la separación matrimoniales - aun cuando dichas leyes puedan con frecuencia ser consideradas injustas -, sino que tanto unos como otros, en la medida de sus posibilidades, trabajen y colaboren activamente para limitar y disminuir las rupturas matrimoniales, conforme a un bien objetivo para todos.
En su discurso, ha abordado la necesidad de preservar la unidad familiar como fundamento de la sociedad, criticando las legislaciones que facilitan las separaciones conyugales y que acaban extendiendo la idea de que el matrimonio es un contrato temporal sometido a la voluntad individual por encima de cualquier otra consideración, erosionando indefectiblemente la institución familiar.
En este marco, defender la indisolubilidad del matrimonio no significa imponer un modelo o una ideología religiosa al resto de la sociedad, sino afirmar que el ideal cristiano del matrimonio es lo más correspondiente a la naturaleza del hombre, en la medida en que garantiza un ámbito familiar estable, en el que los hijos pueden gozar de una educación y un crecimiento adecuados, y en el que la entrega a la persona con la que se convive es plena.
El alud de críticas, en general burdas e interesadamente sesgadas, que ha seguido al discurso del Papa pone de manifiesto la ausencia de un diálogo verdadero sobre las cuestiones fundamentales de nuestra sociedad.
Se prefiere acallar cualquier voz disidente con la mentalidad común que revele la frágil concepción que se tiene en la actualidad de la persona y de sus capacidades.
También se pone de manifiesto una intolerancia creciente contra la Iglesia a la que sistemáticamente se tergiversa, demostrando prejuicio, cuando no violencia.
CdO - Grupo de abogados