En un libro de 1889 una página de gran actualidad. El gran pensador ruso pone en guardia frente al peligro representado por dos herejías de los primeros siglos, que negaban la carnalidad del Misterio y la libertad del hombre, y de cuya síntesis nació la religión musulmana
A CARGO DE ALBERTO SAVORANA
Las páginas que proponemos están sacadas del libro del Vladimir Soloviev Rusia y la Iglesia universal, escrito en 1889 y publicado en Italia cien años después por La Casa di Matriona, la editorial del Centro Rusia Cristiana dirigido por el padre Romano Scalfi.
Se trata de una contribución para quien quiera darse cuenta de la gravedad del desafío que espera a los cristianos después del 11 de septiembre y que los atentados de Nueva York y Washington han hecho más dramáticamente urgente: volver a encontrar las razones de la fe en el hombre Jesús de Nazaret, que desde hace dos mil años es la compañía de Dios para el hombre.
1. Soloviev parte de la conciencia de que el dogma central del cristianismo es la unión de lo divino y lo humano, sosteniendo la consecuente necesidad de una regeneración de la vida social y política.
El verdadero dogma central del cristianismo es la unión íntima y completa de lo divino y de lo humano sin confusión y sin división. La consecuencia necesaria de esta verdad (para limitarnos a la esfera práctica de la existencia humana), es la regeneración de la vida social y política a través del espíritu del Evangelio, y por tanto del Estado y la sociedad cristiana.
2. Identifica en dos grandes herejías de los primeros siglos los principales factores de la crisis que afectó a la Iglesia de Oriente: a) el nestorianismo, que, al negar la naturaleza humana de Cristo, negaba la libertad humana (monotelismo: Jesús no habría tenido una voluntad humana, sólo la divina); b) la iconoclastia que, al negar el culto a las imágenes, suprimía la imagen viviente de la encarnación divina y su manifestación histórica. Dios y el hombre están así separados irreductiblemente.
En vez de esta unión sintética y orgánica de lo divino y de lo humano, se produjo sucesivamente la confusión de los dos elementos, después la división y por último la absorción y la supresión de uno o del otro. Primeramente se confundieron lo divino y lo humano en la majestad sacralizada del Emperador. Como en la idea confusa de los arrianos Cristo era un ser híbrido, más que un hombre y menos que Dios, de esta forma el cesaropapismo - arrianismo político - confundía sin unirlas la potencia temporal y la potencia espiritual y hacía del autócrata algo más que un jefe de Estado, sin poder hacer de él el verdadero jefe de la Iglesia.
Se separó después la sociedad religiosa de la sociedad profana, confinando a la primera los monasterios y abandonando el forum a las leyes y a las pasiones paganas. El dualismo nestoriano, aunque condenado en Teología, se convirtió en la base misma de la vida bizantina. Por otro lado, se redujo el ideal religioso a la contemplación pura, es decir, a la absorción del espíritu humano en la divinidad, ideal evidentemente monofisita. En cuanto a la vida moral, le fue arrebatada su fuerza activa, imponiéndole como ideal supremo la sumisión ciega al poder, la obediencia pasiva, el quietismo, es decir, la negación de la voluntad y de las energías humanas: herejía monotelita. Finalmente, en el cuadro de un ascetismo exasperado, se trató de suprimir la naturaleza corpórea, rompiendo la imagen viviente de la encarnación divina, aplicación inconsciente pero lógica de la herejía iconoclasta.
3. La esencia religiosa del Islam se funda en las dos herejías citadas (monotelismo e iconoclastia), viendo en el hombre una forma finita sin libertad alguna y en Dios una realidad infinita sin forma alguna.
Esta contradicción profunda entre la ortodoxia profesada y la herejía practicada era para el Imperio bizantino el principio del fin. Y esta es la verdadera causa de su caída. Era justo que cayese, y era justo que lo hiciese a manos del Islam. El Islam es el bizantinismo coherente y sincero, liberado de cualquier contradicción interior. Es una reacción plena y completa del espíritu oriental contra el cristianismo, es un sistema en el que el dogma está íntimamente ligado a las leyes de la vida, en el que la creencia individual está en perfecto acuerdo con el estado social y político.
Sabemos que el movimiento anticristiano, que se había manifestado en las herejías imperiales, había culminado en los siglos VII y VIII en dos doctrinas, una de las cuales (la de los monotelitas) negaba indirectamente la libertad humana, mientras que la otra (la de los iconoclastas) rechazaba implícitamente la manifestación sensible de Dios. La afirmación directa de estos dos errores constituyó la esencia religiosa del Islam, que ve en el hombre una forma finita sin libertad alguna y en Dios una libertad infinita sin ninguna forma. Una vez que Dios y el hombre han sido fijados de esta forma en los dos polos opuestos de la existencia, no existe ya ningún nexo entre ellos, y cualquier realización descendente de lo divino al igual que cualquier espiritualización ascendente de lo humano quedan totalmente excluidas.
4. La religión es reducida de esta forma a una relación puramente exterior, ritual, entre el creador omnipotente y la criatura privada de libertad, que por esto no debe al creador sino un acto de devoción ciega (sin razones): este es, en efecto, el significado de la palabra Islam, es decir, sumisión.
Y la religión se reduce a una relación puramente exterior entre el creador omnipotente y la criatura, que está privada de cualquier tipo de libertad y no debe a su señor más que un simple acto de devoción ciega (éste es el sentido del término árabe Islam). Este acto de devoción, expresado en una breve fórmula de oración que se debe repetir inmutablemente cada día a horas fijas, es toda la esencia religiosa del espíritu oriental que ha dicho su última palabra por boca de Mahoma.
5. En este contexto no hay necesidad alguna de cambiar al hombre y la sociedad, ya que todo baja al nivel puramente natural de la vida; el ideal es reducido a una medida que permita de alguna forma una realización inmediata.
A esta simplicidad de la idea religiosa corresponde una concepción no menos simple del problema social y político. El hombre y la humanidad no son llamados a realizar ningún progreso esencial; no se da regeneración moral para el individuo y con mayor razón para la sociedad; todo es bajado al nivel de la existencia puramente natural; el ideal es reducido a una medida que le garantice una realización inmediata. La sociedad musulmana no podía tener otra finalidad que la expansión de su fuerza material y el disfrute de los bienes de la tierra. Toda la tarea del estado musulmán, tarea que sería muy difícil no cumplir con éxito, consiste en difundir el Islam con las armas y gobernar a los fieles con un poder absoluto y según las reglas de una justicia elemental fijadas en el Corán. A pesar de la inclinación a la mentira verbal, típica de todos los orientales como individuos, el perfecto acuerdo entre las creencias y las instituciones otorga a toda la vida musulmana un carácter de verdad y de honestidad que el mundo cristiano no ha logrado alcanzar jamás. La cristiandad en su conjunto es sin duda una vía de progreso y de trasformación, y la altura misma de su ideal no nos consiente juzgarla definitivamente sobre la base de sus distintos estados pasados y actuales.
6. La Iglesia de Oriente no supo oponerse al anticristianismo abierto y honesto del Islam. Soloviev identifica esta debilidad con el término bizantinismo (un anticristianismo escondido bajo una máscara ortodoxa), a causa de la cual en Egipto y en Asia bastaron cinco años para reducir a arqueología a la Iglesia oriental.
Pero el bizantinismo, que fue hostil por principio al progreso cristiano, que quiso reducir toda la religión a un hecho cumplido, a una fórmula dogmática y a una ceremonia litúrgica - este anticristianismo escondido bajo una máscara ortodoxa -, tuvo que sucumbir en su impotencia moral frente al anticristianismo abierto y honesto del Islam. Es curioso constatar que la nueva religión, con su dogma fatalista, aparecía precisamente en el momento en que el emperador Heraclio inventaba la herejía monotelita, dentro de la cual se escondía la negación de la libertad y de la energía humanas. Con este artificio se quería consolidar la religión oficial, y reconducir a la unidad a Egipto y a Asia. Pero Egipto y Asia prefirieron la afirmación árabe al remedio bizantino. Si no se tuviese en cuenta el largo trabajo anticristiano del Bajo Imperio, no habría nada más sorprendente que la facilidad y la rapidez que caracterizaron la conquista musulmana. Cinco años fueron suficientes para reducir a una existencia arqueológica a tres grandes patriarcados de la Iglesia oriental. El hecho es que no había que realizar conversiones, bastaba con arrancar un viejo velo.
La historia ha juzgado y condenado al Bajo Imperio. Éste no sólo no supo cumplir su propia misión - fundar el Estado cristiano - sino que se afanó activamente para hacer fracasar la obra histórica de Jesucristo. No habiendo logrado falsear el dogma ortodoxo, lo redujo a letra muerta; quiso minar en su base el edificio de la paz cristiana atacando el gobierno central de la Iglesia universal; y en la vida pública sustituyó la ley del Evangelio por las tradiciones del estado pagano.
7. El error de la Iglesia de Oriente fue pensar que era suficiente conservar abstractamente los dogmas y los ritos, relegando el cristianismo al templo, sin preocuparse de la vida social y política para continuar existiendo.
Los bizantinos creyeron que, para ser verdaderamente cristianos, era suficiente conservar los dogmas y los ritos sagrados de la ortodoxia sin preocuparse de cristianizar la vida social y política. Creyeron que era lícito y digno de alabanza confinar el cristianismo al templo y abandonar el campo público a los principios paganos. No pudieron quejarse de su destino. Tuvieron lo que querían: conservaron el dogma y el rito, mientras que la potencia social y política cayó en manos de los musulmanes, herederos legítimos del paganismo.
Estamos tan de acuerdo con Soloviev que no queremos ser bizantinistas, pues somos conscientes de que el riesgo corrido por la Iglesia de Oriente de la antigüedad es actual también para nosotros, cristianos de Occidente, llamados por la pretensión cristiana a vivir un desafío análogo al de los inicios.
Vladimir Soloviev, Rusia y la Iglesia universal.
Madrid, Ediciones y Publicaciones Españolas, 1946.