La caridad del Papa
El presidente del Consejo Pontificio Cor Unum, monseñor Paul Josef Cordes, relata a Huellas su viaje a Pakistán a finales de octubre. El valor de los misioneros y la paternidad de Juan Pablo II, siempre presente en los momentos de necesidad
A CARGO DE ALBERTO SAVORANA
Vive días cargados de inquietud y de espera por el destino del mundo. Desde su oficina en el Vaticano, Su Excelencia monseñor Paul Josef Cordes guía el Consejo Pontificio Cor Unum, la mano del Papa que llega a todas las poblaciones necesitadas de la tierra. Y lleva la caridad de la Iglesia que no es simple limosna, sino la posibilidad concreta de una renovación y por tanto de una esperanza segura. Y así, precisamente durante los días en los que comenzaba en Afganistán la misión libertad duradera, monseñor Cordes voló a Pakistán, enviado por Juan Pablo II entre los católicos paquistaníes y los refugiados afganos. He aquí el relato de esa experiencia que hemos recogido del presidente de Cor Unum.
Excelencia, durante los últimos días de octubre usted fue a Pakistán enviado por el Santo Padre. ¿Qué es lo que más le ha impresionado de la visita a Pakistán?
El 27 de octubre, cuando volvimos de Shamshatoo, el domingo por la mañana, nos detuvimos en una parroquia guiada por un misionero irlandés y las religiosas del lugar. Allí nos llegó una llamada de teléfono comunicándonos el atentado a los cristianos en la iglesia de Bahawalpur. Se hablaba de numerosos muertos. El escolta que nos acompañaba quedó aterrorizado. Según el programa teníamos que ir a Rawalpindi a unos 100 kilómetros del lugar del atentado, para celebrar la Santa Misa en la catedral. Algunos pensaban que debíamos posponer la misa porque era peligroso. Yo también estaba un poco indeciso. Pero después consideramos que era mejor confirmar la celebración para no agravar el clima de desconfianza. Vinieron cuatrocientos cristianos. Me impresionó el valor de la fe, teniendo en cuenta también que aquí a veces la gente tiene miedo de ir a misa porque hace frío...
¿Cuál era la finalidad del viaje y con quién se ha entrevistado?
Juan Pablo II siempre da señales de vida en todos los lugares donde la gente sufre. Los recuerda en el Ángelus dominical, durante las audiencias y también durante sus viajes si se encuentra en países vecinos. El Papa no es un político y no puede ir a todas partes y por eso manda a su representante personal. La finalidad es hacer ver a la gente que el Papa está cercano. Muchas veces se me ha confiado esta tarea. A veces los periodistas me preguntan: «¿Cuánto dinero lleva?». Yo siempre respondo, de forma un poco provocadora: «Hoy en día el dinero se puede enviar con más facilidad a través del banco. El motivo de mi visita no es el dinero. El Papa me manda porque quien tiene necesidad desea más una presencia personal que la ayuda material». En el mensaje autógrafo que me ha confiado para los obispos, para los católicos y para todos los paquistaníes, el Santo Padre les ha garantizado en primer lugar su oración por todos los que sufren. Ha pedido a todos los hombres y en especial a los políticos que contribuyan en este momento para que se restablezca la paz. Me ha encargado también reflexione con los obispos y los representantes de las asociaciones católicas de cooperación sobre las formas concretas de organizar la ayuda.
Estos han sido los puntos principales de mi visita. Me he reunido con todos los obispos de Pakistán y con los sacerdotes y los religiosos que sirven al Evangelio allí. He visitado el campo de refugiados de Shamshatoo; he presidido una celebración eucarística con los católicos de Rawalpindi. He mantenido una entrevista con el Ministro para las minorías religiosas. Después he tenido una larga audiencia con el Presidente de la República, el general Musharraf, un musulmán que estima a la Iglesia Católica y que pretende salvaguardarla también en este momento de especial gravedad.
¿Cuál es la situación de la comunidad católica y cómo está afrontando el desafío en estos momentos de prueba?
Parece paradójico, pero la situación de los católicos no es especialmente peligrosa. El obispo de Multan, monseñor Andrew Francis, responsable de la relación con el Islam en la Conferencia Episcopal, ha afirmado que la relación con los musulmanes es pacífica, incluso amistosa. En su ciudad se reza con frecuencia con ellos. Por lo demás el número de cristianos en Pakistán es tan reducido - no llegan al 1% de la población - que no tienen un verdadero peso social, político y económico. Sus problemas provienen más bien del hecho de que viven dispersos, muy distantes los unos de los otros. Las escuelas coránicas dirigidas por los talibán pueden ser ciertamente un peligro. Estas escuelas, cuyos miembros también representan una minoría dentro de la población, han acumulado un gran potencial agresivo contra los demás musulmanes y contra los cristianos. En efecto, los talibán ven en los cristianos a los representantes de Occidente. Sin embargo en mi entrevista con los religiosos y los misioneros occidentales que trabajan en el país he podido constatar una gran disponibilidad para permanecer en la misión, aunque estén amenazados. Les he animado a que se queden ¡Sólo el mercenario huye si ve venir a los lobos!
¿Qué contribución ofrece la Santa Sede a la población de aquella región y por tanto, a la posibilidad de «una paz justa y duradera», por usar una expresión de Juan Pablo II?
Las llamadas del Papa han sido claras. Su insistente invitación a rezar el rosario durante el mes de octubre, la jornada de ayuno del 14 de diciembre y de oración por la paz el 24 de enero de 2002 traerán con seguridad sus frutos. A los ojos del mundo pueden parecer inútiles, pero para Dios son importantes porque esto cambia el corazón del hombre. Me parece importante que el Papa recuerde en primer lugar las armas espirituales que la Iglesia posee. Sabemos en cambio que fue un enemigo de la fe el que preguntó cuántas divisiones tenía el Papa. Hoy todos saben que las armas no son la mejor solución para vencer, pero muchos, también entre los cristianos, querrían hacer del Papa el Secretario general de Naciones Unidas. Y esto significaría una grave equivocación. Por otro lado es evidente que la Iglesia ha usado siempre sus relaciones con los gobiernos para promover soluciones que respeten la dignidad de la persona. Todo esto no sucede de forma espectacular, sino sobre todo con la paciencia que busca siempre lo positivo incluso cuando esté pendiente de un hilo. Además no hay que olvidar la notable autoridad moral de la Santa Sede, ni tampoco el gran crédito del que goza el actual Pontífice ante los grandes del mundo.