PRIMer PlANO
África ¿olvidada?
Viaje al centro del continente africano: inquietantes análisis macroeconómicos, crisis del desarrollo y falta de globalización. La realidad de la Iglesia y los testimonios de una presencia que comparte y construye, desde Nigeria a Kenia y Uganda, son un factor de esperanza para todos en vista de una reactivación
RODOLFO CASADEI
Los expertos de la OCSE (Organización de los 29 países más industrializados del mundo) y de la BAD (Banca Africana para el Desarrollo) lanzaron hace un año el enésimo llamamiento a través de las páginas del informe African Economic Outlook: África es cada vez más marginal en el ámbito de la economía mundial y ha perdido el tren de la globalización. «El peso de África en la economía mundial - podía leerse en el informe - ha disminuido de manera inquietante a lo largo de los últimos cincuenta años, tanto desde el punto de vista del PIB como de las exportaciones e inversiones extranjeras. Las únicas cifras del continente africano que continúan aumentando son las de su población». El despiadado diagnóstico se corroboraba con cifras indiscutibles: entre 1950 y 2000, la población africana creció del 8 al 13% del total mundial, pero el PIB disminuyó del 35 a poco más del 2%, las exportaciones del 7 al 2% y las inversiones extranjeras del 6 al 1%.
Recesión del PIB y de las exportaciones
Casi un año después, uno de los principales informes de la Banca Mundial, Global Economic Prospects 2003, actualiza el parte clínico del África subsahariana, agravando todavía más la situación: mientras las inversiones extranjeras crecen alcanzando los 6,6 millardos de dólares, cifra que equivale a casi el 4% de todas las inversiones extranjeras en el Tercer mundo, el PIB y la exportación siguen descendiendo. El primero representa ahora, con sus 306 millardos de dólares (una cifra inferior al PIB de Holanda, que es de 364 millardos de dólares), apenas el 11% del total mundial; el segundo descendió en el 2000 (últimos datos disponibles), hasta alcanzar el irrisorio valor del 14% del total mundial. Para comprenderlo mejor, comparemos los datos de otras regiones: el África subsahariana, con sus 659 millones de habitantes, produce un PIB inferior al de los holandeses, que son un total de 16 millones; exporta poco más que Malasia, país de 23 millones de habitantes (92 millardos de dólares de exportación frente a 88); y recibe inversiones extranjeras que son apenas dos tercios de lo que recibe Corea del Sur, que con 47 millones de habitantes, atrajo 92 millardos de dólares de inversión en el 2000.
Situación socio-sanitaria
Las estadísticas socio-sanitarias son todavía más desalentadoras, si cabe, que las económicas. La mortalidad infantil antes de los 5 años es la más alta del mundo: 172 contra una media de 90 en el ámbito de países en vías de desarrollo (6 en los países industrializados). Esto significa en la práctica que de cada dos niños menores de 5 años que mueren en el mundo, uno es africano; cuando hace cuarenta años sólo uno de cada diez niños fallecidos era africano. Durante la pasada década, la mortalidad infantil se redujo sensiblemente en todos los países pobres, pero en África sólo descendió marginalmente: del 180 al 172. La esperanza de vida al nacer, que en el Tercer mundo es una media de 64 años, en África es apenas de 47. Es la más baja del mundo, a causa de la elevada mortalidad producida por el SIDA (de los 40 millones de enfermos y seropositivos que hay en el mundo, 24,5 son africanos) y la malnutrición (en 17 países africanos, más del 35% de la población está desnutrida). Además, África es el continente más afectado por las guerras: 1 de cada 5 africanos vive en zonas de conflicto bélico, y el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas dedica una media del 70% de su tiempo a las crisis africanas.
Las ayudas de los países industrializados
¿Dónde se pueden encontrar las causas de esta marginalidad? ¿Es el mundo el que ha abandonado a África o es África la que ha abandonado al mundo? Ambas afirmaciones son ciertas. Es verdad que el mundo ha abandonado a África, porque desde mediados de los noventa, a pesar de las intervenciones a favor de los países fuertemente debilitados, el flujo de ayudas financieras a África disminuye cada vez más, y porque los subsidios a los productores agrícolas en Europa y en EEUU siguen dejando fuera de mercado los productos africanos. Las ayudas de los países industrializados a los países del África negra descendieron, entre 1994 y 2000, de 18,1 a 12,5 millardos de dólares. Esta disminución sólo se compensa parcialmente con las intervenciones de la Iniciativa para la reducción de la deuda externa: 20 países africanos se benefician actualmente, o lo harán en un futuro, del compromiso de sus acreedores de la cancelación de 27 millardos de dólares del capital principal de la deuda, aunque en la práctica esto solo significa un ahorro anual de 800 millones de dólares por parte de África. Incluso países dignos, en cuanto a política macroeconómica se refiere, como Ghana, Mozambique, Uganda y Tanzania, vieron disminuir las ayudas entre el 99 y el 2000. Si los subsidios a los agricultores europeos y norteamericanos fueran completamente eliminados, el beneficio para los africanos se traduciría en millardos de dólares; la simple eliminación de los subsidios americanos a sus productores de algodón permitiría a los productores africanos aumentar sus entradas en 250 millones de dólares.
Incapacidad de los gobiernos
Pero la responsabilidad de África en su deriva no es menos grave que la internacional. Roberto Longo, uno de los autores de African Economic Outlook, explica que «los beneficios de la globalización todavía no se han dejado sentir en el continente africano, ya sea porque su economía está cada vez más aislada de la del resto del mundo, ya sea por una incapacidad institucional y administrativa de muchos gobiernos, o por la falta de capital humano». Jean-Paul Ngoupandé, intelectual brillante y experto político, ex ministro de África Central, confirma este análisis: «Cuando nuestros hombres de negocios van a Asia comprenden que lo que posibilita el desarrollo es el trabajo duro en cuanto a tiempo y calidad se refiere; de ahí es de donde deriva la competitividad de la economía. Allí el Estado intenta facilitar las cosas a los empresarios en vez de crear dificultades. Éstos perciben todas las diferencias que hay con respecto a África, donde el Estado es corrupto y nada transparente». Y añade que «África no tiene elección. Tiene que volver a entrar en la discusión e intentar subirse al tren de la globalización. De otro modo, quedaremos marginados. En una de mis conferencias me preguntaron que por qué hacía estas afirmaciones, y uno de mis críticos me dijo: Usted sostiene que sólo contamos en 11% del comercio mundial, ¿será esto lo que nos impide vivir? Le respondí: No, nadie nos impide volver a la vida primitiva. Pero no podemos decir que queremos vivir como nos apetece, igual que cuando vivíamos en la sabana, pero queremos tener también escuelas y hospitales. Éstos son producto de la sociedad industrial: o aceptamos este tipo de sociedad o volvemos a la sabana: no podemos tener ambas cosas»