Cine
Cuando la historia no importa
Ninguna consulta histórica, sólo la lectura de algunos libros parciales. Este ha sido, según él mismo admite, el material del que se ha servido el director Costa Gavras para su película contra Pío XII. ¿Resultado? Una serie de acusaciones infamantes contra la Iglesia y falsedades históricas que no merece la pena ir a ver
ANDREA TORNIELLI
Cuarenta años después de El vicario de Rolf Hocchhut - la pieza teatral que marca el inicio de la campaña de acusaciones infamantes e infundadas contra Pío XII y su comportamiento durante la tragedia del Holocausto - se estrena en las salas cinematográficas de todo el mundo Amén, película directamente inspirada en aquella obra. Como él mismo admite, el director Costa Gavras no ha querido tener a su lado ningún asesor histórico, si bien ha pretendido, como demuestra el libreto que acompaña a la película, hacer una película histórica. Costa Gavras ha dicho en el curso de una entrevista que ha leído una quincena de libros sobre el tema, de los cuales catorce se alineaban contra Pío XII y acusaban a la Iglesia de no haber hecho nada para detener el exterminio de los judíos.
La base de Amén es la misma que la del Vicario: el denominado Informe Gerstein, escrito por un general de las SS que en la ficción es degradado a teniente. El oficial participó en las investigaciones para la producción del Zyklon B, el gas utilizado para exterminar a los prisioneros de los lager nazis. Gerstein fue luego arrestado por los aliados al término de la guerra y se suicidó ahorcándose en su celda.
Realpolitik
Para demostrar que Pío XII y la Santa Sede fueron culpables de haber callado por realpolitik todo cuanto sucedía con los judíos, Costa Gavras lleva a cabo una serie de manipulaciones, falsificaciones y omisiones. Amén es una película de tesis, una obra de pura fantasía, a la que contradicen los documentos de los archivos. El espectador cree ver la historia, pero los hechos históricos narrados por el director están todos manipulados con mala fe en un único sentido para demostrar la tesis de la culpabilidad de la Iglesia y, en concreto, del Papa.
Por ejemplo, en una de las primeras escenas se bosqueja la figura de Clemens August von Galen, el obispo de Münster (gran amigo del Papa Pacelli, que será nombrado cardenal en el primer consistorio de la posguerra), fiero opositor del programa de eutanasia nazi. Hitler había hecho eliminar a unos setenta mil enfermos mentales y minusválidos alemanes internados en los institutos. Von Galen fue el obispo que más duramente protestó contra el gobierno, que oficialmente puso fin a las matanzas. La película recoge el episodio para inducir al espectador a creer que, así como los nazis habían detenido la eutanasia como consecuencia de las protestas de la Iglesia, habrían hecho lo mismo con el Holocausto judío, si Pío XII hubiera intervenido con una condena a bombo y platillo. Pero la realidad de los hechos es muy distinta. El programa de eutanasia fue suspendido sólo de cara a la galería. Continuó inexorablemente hasta el último día de guerra, con el asesinato de los enfermos mentales y de los minusválidos. Además, lo que indujo a Hitler a declarar que había sido suspendido no fueron las protestas vigorosas del león de Münster, sino más bien el temor de hundir la moral ya bastante baja de las tropas alemanas que combatían en Rusia. Saber que el régimen mataba a los minusválidos no sólo mentales, sino también físicos, habría puesto en serias dificultades a los soldados, que cada día veían a muchos de sus compañeros sobrevivir a la batalla mutilados.
El peligro nazi
Otra mistificación que se introduce en la primera parte de la película es el pasaje en el que Kurt Gerstein irrumpe en la sede de la nunciatura apostólica de Berlín y sostiene una dramática discusión con el nuncio, el arzobispo Cesare Orsenigo. La realidad histórica fue que Gerstein trató de ver al Nuncio, quien rechazó siempre recibirle en cuanto militar de las SS. Pero la auténtica y flagrante falsedad es otra y está en las palabras pronunciadas por Orsenigo, el cual dice que Pío XII está rezando por el éxito de la guerra en Rusia porque «Hitler debe aplastar a Stalin», queriendo dar así a entender que el Papa había aprobado y apoyado la campaña del Eje contra la Unión Soviética. Los documentos históricos y los testimonios prueban en cambio que el Papa Pacelli, aun teniendo en cuenta los graves peligros derivados tanto del nazismo como del comunismo («era como elegir entre la peste y el cólera», decía Giulio Andreotti, interviniendo sobre este asunto en el Meeting del año pasado), sostenía que era más urgente combatir el primero. «Sí, el peligro comunista existe - había dicho el Papa Pacelli -, pero en este momento es más grave el peligro nazi». Por esto, al contrario de lo que el espectador ve en Amén, Pío XII rechazó bendecir o aprobar de ninguna manera la guerra contra Rusia. Y fue precisamente el Papa, aun contra el parecer de algunos de sus más estrechos colaboradores, quien dio una especie de vía libre a la ayuda de los norteamericanos a los soviéticos.
Navidad de 1942
Grave e hipócrita es otra violación voluntaria de los hechos que aparece en la cinta de Costa Gavras. Se censura una palabra decisiva contenida en el famoso mensaje radiofónico de la Navidad de 1942, cuando, a pocos meses del inicio de la horrible «solución final», Pío XII hablaba de los «centenares de miles de personas, las cuales, sin ninguna culpa propia, a veces sólo por razones de nacionalidad o de estirpe, son destinadas a la muerte y a un progresivo deterioro». La voz del Papa en la película no pronuncia esta frase que recoge, en cambio, el jesuita Riccardo Fontana ante Gerstein. Pero, ¡qué casualidad!, en la expresión desaparece justo la palabra estirpe, que remitía directamente al pueblo judío, dado que stirps judaeorum era una expresión frecuente en la liturgia católica. En un mensaje radiofónico anterior, de 1940, Pacelli había hablado de «estirpe semítica». En aquel momento todos comprendieron. Para poder revalidar su facciosa tesis acusadora, Costa Gavras olvida a propósito la palabra estirpe.
Y de grotesca se podría calificar la versión del coloquio sucedido en la mañana del 16 de octubre de 1943 entre el cardenal Luigi Maglione, secretario de Estado vaticano, y el embajador alemán Ernst von Weiszäcker, pocas horas después del trágico rastreo de los judíos del ghetto de Roma. Pío XII, informado a primera hora de la mañana, ordenó a Maglione que convocara con urgencia al diplomático del Reich para protestar y hacer cesar enseguida el registro. En la película se suministra una reconstrucción del diálogo que es justo lo opuesto a lo que sucedió en realidad: el cardenal aparece reticente, mientras que el embajador invita varias veces a la Santa Sede a protestar públicamente. En realidad, frente a la indignación de la Santa Sede, von Weiszäcker respondió que había intentado detener el registro, pero que tendría muchas más posibilidades de lograrlo si el Vaticano le permitía no hacer alusión a la conminación y a la protesta. El embajador, como se demostraría después de la guerra jugaba a un doble juego: a la Santa Sede decía que había actuado, en cambio escribía a Berlín que había conseguido convencer al Papa de que guardara silencio. Pío XII no pensaba en hacer un buen papel ante la posteridad sino en salvar vidas humanas.
El rastreo en el ghetto
Es escandaloso que Costa Gavras ni siquiera mencione otras dos iniciativas que el Papa Pacelli puso en marcha para detener la batida del ghetto. Una de ellas, la misión secreta del padre Pancrazio Pfeiffer ante el general Rainer Sthel, comandante de las tropas alemanas en Roma, tuvo éxito y obtuvo el resultado de bloquear las deportaciones. A propósito de este episodio, en la película falta cualquier alusión al hecho de que los aliados anglo-americanos habían interceptado y descifrado diez días antes de su ejecución la orden que Berlín envió al mando de Roma para que llevara a cabo el rastreo de la capital. El historiador estadounidense Richard Breitman, que ha tenido acceso a los archivos del Departamento de Estado, ha demostrado que americanos e ingleses lo sabían y no hicieron nada para avisar a los judíos en peligro. En cambio, el Papa eliminó la clausura en los conventos y acogió en las estructuras eclesiásticas a más de cuatro mil judíos. Director y autor, además, ni siquiera han tratado de comprender las razones del comportamiento de la Iglesia. Razones que ha expresado mejor que nadie el judío Robert Kempner, de origen alemán pero emigrado a América, que será el ayudante del ministerio público en el proceso de Nüremberg. Lo subrayamos: un magistrado judío que formaba parte de la acusación pública contra los jerarcas nazis.
Suicidio premeditado
Nada más salir El Vicario en 1964, Kempner escribió quizás la más bella defensa de Pío XII: «Cualquier toma de posición propagandista de la Iglesia contra el gobierno de Hitler no sólo habría sido un suicidio premeditado, sino que habría acelerado el asesinato de un número aún mayor de judíos y sacerdotes».
Por si no fuera suficiente con la vergonzosa falsificación de la historia contenida en la película, también el libreto que lleva en su portada la innoble cartelera firmada por Oliviero Toscani - esa con la cruz cristiana que se transforma en la esvástica - está plagado de errores, omisiones y violaciones. Baste un ejemplo para dar una idea: Costa Gavras provee una larga sinopsis histórica para hacer comprender el contexto en que maduran las circunstancias narradas en Amén. En el año 1937 cita el discurso pronunciado por el culpable cardenal Pacelli en Lisieux, Francia, escribiendo que el futuro Papa había invitado a aquel país a redescubrir su vocación cristiana. Pero, ¡qué casualidad!, olvida escribir que justo durante ese viaje Pacelli pronunció en Notre Dame de París un durísimo discurso antinazi, definiendo a Alemania como «esa poderosa y noble nación que malvados pastores quisieran extraviar en una idolatría de la raza».
En suma, Amén es una película para no ir a ver. «La tesis de la película - ha dicho el cardenal Karl Lehmann, arzobispo de Maguncia y presidente de la Conferencia episcopal alemana - representa una tosca calumnia y una deformación de la historia».