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En manos de los guerrilleros

El pasado 11 de noviembre fue secuestrado, junto al padre Desiderio, por los combatientes de las FARC. Después de pocos días era liberado. Desde todo el mundo se había alzado un coro de voces indignadas, pero sobre todo de oraciones. En primer lugar la del Papa y la de los colombianos. Entrevista a monseñor Enrique Jiménez, presidente del CELAM y obispo de Zipaquirá

A cargo de ALVER METALLI

Monseñor Jiménez volvió a sus deberes de presidente de la Conferencia episcopal latinoamericana hace poco, pero todavía antes lo había hecho a sus deberes de obispo en su amada Zipaquirá, una pequeña ciudad a cuarenta kilómetros de Bogotá, entre sus fieles que no han dejado un solo momento de manifestar su indignación por el secuestro y de dirigir a Dios sus oraciones en los días de su separación. Esta mañana ha estado en la prisión en la que se halla encarcelado uno de sus secuestradores, que ha querido confesarse con él. Fue liberado por los soldados después de seguirle la pista durante cuatro días; una verdadera caza, siguiendo un rastro, a veces sutil pero siempre distinguible, que los campesinos, precisamente ellos, señalaban enseguida a los militares que realizaban la batida. Los guerrilleros del frente 22 de las FARC, los de la columna “Policarpo Salvarrieta”, no encontraron complicidad en su camino, ni siquiera neutralidad. Los campesinos, los mismos por los que dicen luchar, los denunciaron permitiendo a los militares la liberación del obispo.

¿Tenía indicios de hallarse en el punto de mira de la guerrilla?
No más que otros. No olvide que vivimos en un país complicado, en una encrucijada de violencia. La delincuencia común está muy difundida, la guerrilla, la de las FARC sobre todo, está enraizada en muchas partes del territorio, y lo mismo puede decirse de los paramilitares. No existen colombianos que no corran peligro y nosotros, obispos y sacerdotes, que estamos cercanos a nuestra gente, corremos los mismos riesgos.

¿Cómo sucedió el secuestro?
Nos hallábamos muy cerca de San Antonio de Aguilera, en una localidad llamada El Roblón, a donde me dirigía para confirmar a unos jóvenes. De repente dos personas vestidas de calle, armadas con fusiles y pistolas, cortaron el camino y nos ordenaron que nos detuviésemos. Por la forma en que mandaron que bajásemos del coche ambos, el padre Desiderio Orijuela y yo comprendimos que se trataba de un secuestro.

¿Qué pensó en aquel momento?
Pensé que estábamos en las manos de Dios. Nos confiamos totalmente a Él. Después empecé a rezar el rosario. Es más, puedo decir que lo gritaba, y esto confundió un poco a nuestros secuestradores. Su intención era llevarnos en nuestro mismo coche, pero no arrancó. Por eso nos empujaron hacia un camino.

¿Hubo algún momento en el que creían que podían morir?
Si, es una idea que me pasaba por la mente, y el padre Desiderio y yo hacíamos referencia a ella en nuestras conversaciones, pero mezclada con el sentimiento de que estábamos en manos de Dios, que Él nos acompañaba también en aquella circunstancia, y este sentimiento era más poderoso que el primero. Hoy atribuyo la fuerza de aquellas horas a la multitud de personas que desde el primer momento rezó por nosotros.

¿Trató de entablar relación con sus secuestradores?
La relación fue constante. Cuando llegamos a una zona cubierta por una gran vegetación, se produjo una primera conversación, un poco tensa, con el jefe, y después varias con los chicos. Con el paso del tiempo la relación se hizo más intensa. Casi siempre, salvo excepciones, por iniciativa mía. Les preguntaba acerca de todo, sobre sus intenciones, sobre su modo de vida, sobre aquello en lo que creían, sobre su fe. En ciertos momentos les gritaba, sobre todo cuando los percibía más amenazantes, o cuando nos maltrataban. Una vez les dije: «Vosotros me decís con insistencia que el ejército colombiano tortura. Yo no sé si es verdad, pero veo lo que estáis haciendo con nosotros, y es una tortura física y psicológica gravísima».

¿Hay algo que le haya llamado especialmente la atención de los guerrilleros?
Sí, sobre todo en los jóvenes, en aquellos – llamémoslos así – de la base. Les preguntaba: «Y vosotros, ¿qué queréis obtener con todo esto?». Y ellos me respondían: «Mire, monseñor, la injusticia en Colombia es inmensa. Usted la ve, la constata en sus visitas a los campesinos….». Yo respondía que sí, que es verdad que la injusticia social en Colombia era dura. Pude observar en ellos un anhelo de justicia. Una vez les dije que me gustaría que todos los colombianos tuviesen ese mismo sentimiento, que ese sentimiento era respetable, y que Dios lo había puesto en el corazón de los hombres. Al mismo tiempo les decía cuánto se equivocaban al buscar la justicia de ese modo, y cuánta mayor injusticia terminaban por provocar.

¿Cómo reaccionaron ellos?
Guardaron silencio. Les planteé a todos preguntas sobre su fe. Al principio, sintiéndose interrogados acerca de esto, permanecían en silencio, pero poco a poco empezaron a hablar. Una noche, antes de empezar una de las interminables marchas, mientras estábamos todavía sentados en el suelo, se habló de oración. Nos escuchaban rezar continuamente, nos miraban de reojo. Yo les pregunté si se sabían esas oraciones. Me respondieron que sí, pero que no eran capaces de recitarlas hasta el final. Entonces les dije que empezáramos. Sentía curiosidad por saber hasta dónde se las sabían. Rezaron bien el Padre nuestro, el Ave María y, con gran sorpresa por mi parte, incluso el Credo hasta un cierto punto. Uno de los chicos se sabía el Ángel de la guarda, que es una oración que los colombianos rezamos a menudo desde pequeños.
Creo que es una responsabilidad enorme por parte de nuestra Iglesia, por no haberles ayudado a madurar su fe, por haberla dejado en un estadio infantil que no llega a impregnar la totalidad de la vida y que coexiste con otras formas tan tremendamente contradictorias.

En torno a usted, después del secuestro, se produjo un movimiento de solidaridad extraordinario, que abarcó toda América Latina, y también Europa y Estados Unidos. El Papa mismo intervino dos veces. Todo esto lo supo usted después de su liberación…

No, lo supe durante el secuestro, me lo contaron los guerrilleros. El segundo día me dijeron: «Hay una solidaridad inmensa con usted». El jefe del comando guerrillero me sorprendió con esta expresión: «Monseñor, ¡cuánto le quieren!» Después me hablaron del Santo Padre, que estaba pidiendo que me dejasen en libertad. Su premura y su amor me dejan sin palabras.
Quiero dar las gracias a todos, porque vuestra oración me sostuvo en la prisión. Los testimonios que me han llegado después de mi liberación me conmueven. Monseñor Giussani me envió un bellísimo telegrama, y se lo agradezco con toda el alma. Aprecio mucho todo el esfuerzo que el movimiento de Comunión y Liberación realiza para que podamos llegar a una verdadera justicia en el mundo.

No terminaríamos nunca el elenco de los sacerdotes asesinados en Colombia, de los actos de intimidación a la Iglesia. Pero la realidad y la lógica muestran que se trata de una acción impopular, políticamente inconveniente. Uno de los motivos que ha permitido su liberación es precisamente el hecho de que la gente no haya querido colaborar de forma alguna con los guerrilleros. ¿Por qué se producen entonces, en su opinión, estos ataques a la Iglesia?
Son muchas las cosas impopulares que han llevado a cabo en este país, y sin embargo las emprenden, las defienden, las promueven. Cuando todavía existía la llamada “área de distensión”, y cuando el presidente de la Conferencia episcopal colombiana estaba implicado en facilitar el encuentro entre las partes, la Iglesia gozaba de una grandísimo respeto por parte de la guerrilla. La situación ya no es la misma. En algunos momentos del secuestro escuché la palabra “canje”. Creo que con nuestro secuestro – y el de otros religiosos – querían aumentar el número de personas en sus manos para incrementar la presión sobre el gobierno.

Algunos observadores se remontan al momento de la caída del comunismo para hablar de la involución terrorista de la guerrilla colombiana y su ataque a la Iglesia. ¿Le parece sensato este vínculo?
Lo cierto es que con la caída del muro de Berlín las guerrillas de América Latina entraron en una situación muy difícil. Sobre todo en lo que respecta al factor económico, que es decisivo para una lucha armada: sin dinero sería imposible para la guerrilla continuar su lucha. Pero precisamente en este punto se produce la anomalía colombiana. La guerrilla, en nuestro país, se ha implicado con el narcotráfico, y esto les asegura mucho dinero, al que se añade el de los secuestros, las extorsiones, la “vacuna” (una especie de impuesto revolucionario). Por esto es difícil derrotar a la guerrilla colombiana: tiene con qué sobrevivir.

Las negociaciones con las FARC - las Fuerzas armadas revolucionarias colombianas - han fracasado y han sido retomadas en distintas ocasiones. A pesar de los precedentes desalentadores, ¿cree usted que es ésta la dirección en la que hace falta insistir?
El proceso de paz es una necesidad absoluta, y el diálogo es un instrumento irrenunciable. El enfrentamiento deja una estela interminable de muertos, de heridos, de odios, de venganzas. Sé que no es fácil dialogar, pero miro con esperanza al gobierno actual. Ha dado pruebas de sensatez en la forma de conducir las cosas. Es un gobierno que tiene autoridad, que es respetuoso con la libertad de los colombianos. Es necesario encontrar un camino para disminuir la intensidad de la violencia, y después fórmulas que integren la nación, y en donde los grupos rebeldes puedan realizar la aportación de una mayor justicia en un mundo pacífico.

¿Considera usted que se trata de un buen momento para retomar las negociaciones?
La autoridad suprema de las FARC, la Secretaría central, ha permanecido silenciosa durante todo este tiempo. También el presidente Álvaro Uribe es amante de la confidencialidad a la hora de conducir el diálogo. Ambas cosas no son necesariamente negativas. Está claro, ahora más que nunca, que la inmensa mayoría del pueblo colombiano desea salir de este túnel de violencia que dura más de cuarenta años.

Justamente en estos días, las Autodefensas - los paramilitares, como se les conoce normalmente - han proclamado una tregua. Se sabe que están en curso negociaciones secretas que podrían llevar a una desmovilización. ¿Cree que este paso puede favorecer algo parecido con la guerrilla?
Estoy convencido de ello. Ha sido la mejor noticia de estos días. Esperamos que con los paramilitares haya comenzado un proceso sin vuelta atrás.

¿Qué se puede hacer por los centenares, miles, de secuestrados que están todavía en manos de la guerrilla?
Todos los días pienso en aquellos que están prisioneros de la guerrilla. Pensaba en ellos mientras estaba yo también secuestrado. Hoy comprendo mejor su sufrimiento. En cuanto tengo oportunidad aquí, en mi diócesis, pido a la gente que rece por los secuestrados. Lo más duro sin duda para un secuestrado es que el paso del tiempo apague la esperanza. Es tremendo. Las familias de los secuestrados sufren muchísimo. Estamos preparando una oración justamente para ellos, para que no transcurra ni un solo día sin una súplica a Dios por su liberación.

¿Qué puede hacer Europa por Colombia?
Hay muchas cosas que Europa puede hacer por nosotros. Creo que los gobiernos europeos deben apoyar a nuestro gobierno de forma explícita. Nos entristece a veces escuchar frases ambiguas, palabras reticentes que no se corresponden con la realidad que vivimos. La Corte penal internacional es otro factor importante: es decisivo que exista una autoridad en donde los crímenes de lesa humanidad reciban un castigo. Europa, que nos ha traído la fe católica, debe ser solidaria con nosotros en la oración. La oración es poderosa, eficaz. Dios mueve los corazones, es capaz de cualquier cosa.

¿Qué desea para este nuevo año?
Que sea el último de enfrentamiento armado, que guerrilla y paramilitares depongan las armas, que el gobierno cree un espacio en el que sus mejores reivindicaciones sean escuchadas, que la reconciliación venza sobre el odio.
Quiero agradecer a todos los que desde Italia y el resto de Europa nos han hecho llegar, al padre Desiderio y a mí, su solidaridad. ¡Qué Dios se lo pague!

Telegrama al Celam por el secuestro de monseñor Jiménez
Nos sentimos cercanos a toda la Iglesia en América Latina tan afectada por el secuestro de S. E. Monseñor Jiménez, presidente del CELAM.
Suplicamos a la Virgen, Madre de misericordia, que ilumine los corazones de los secuestradores para que sepan secundar la llamada del Santo Padre Juan Pablo II: ¡Liberadlo!, restituyendo a monseñor Jiménez al pueblo cristiano del que es pastor estimado.
Renovamos nuestro compromiso por la paz, tan lejana aparentemente pero absolutamente necesaria.
De parte de Comunión y Liberación
Luigi Giussani