Dulce y gran Valentino
Valentino muere a los dieciséis años, el 25 de abril de 2001 a las seis de la madrugada después de dos años y cuatro meses de enfermedad. En la mesilla de noche tiene el libro de don Massimo sobre los orígenes de CL. En medio del sufrimiento físico, una certeza: «Es Dios quien construye»
CRISTINA ROSSI
Muchos percibimos esta muerte como algo único y singular: no como la interrupción prematura del curso natural de la vida, sino como el cumplimiento misterioso de una obra, la obra de Dios.
Un día fui a verle a su casa y lo encontré en un estado de mucha inquietud. Con el oxígeno puesto, la respiración fatigosa e irregular, el rostro rígido por el sufrimiento y por la rebelión contenida. No sabiendo cómo acompañarle, saqué de mi bolsa el libro Comunión y Liberación. Los orígenes, que llevaba conmigo y le pregunté si quería que se lo leyera. Me dijo que sí.
Empecé a leérselo y, de vez en cuando, me detenía pensando que tal vez se cansaba (o no entendía), pero él me invitaba a seguir, mostrando un gran interés. «Me gusta, lee».
Cuando me iba a marchar le pregunté si quería quedarse con el libro, contestó que no podía leer, pero precisamente en ese momento entró su padre y oyendo lo que hablábamos se ofreció para seguir leyéndoselo en los días sucesivos.
Desde ese día el libro acompaña las jornadas de Valentino. Todos le leen un poco.
Se lo lee su madre que, sorprendida por esa especial afición al libro, le propone otras lecturas tal vez un poco más sencillas e inmediatas, pero es inútil.
Cuando se despierta y recobra el conocimiento, Valentino quiere que le lean ese libro.
Se lo lee su tía que no es cristiana y que también ha quedado cautivada por el texto y está sorprendida de que una vida así pueda mantener con el paso del tiempo un vínculo tan fuerte con el corazón y con el origen de la experiencia (un día que fui al hospital me la encontré en la cabecera de la cama e inmediatamente me interpeló sobre este punto).
Se lo leen sus amigos y, sobre todo, su padre durante las velas nocturnas, y precisamente él tiene como una corazonada, intuye el misterioso vínculo entre su hijo y ese texto. Tanto es así que los últimos días trata de ralentizar lo más posible su lectura: una página y nada más, para retrasar el final como temiendo que, después de leer la última palabra, Valentino se fuera. Y en efecto, el 25 de abril a las seis de la madrugada, después de haber leído esa noche la última página del libro, Valentino muere.
«Ante Dios hay que inclinar la cabeza» (su padre).
Gratuidad del instante
Valentino no es un chico al que le gusten los discursos y las palabras bonitas, más bien no soporta las abstracciones, pero en ese libro encuentra una historia de cosas, de hechos y de detalles dentro de los cuales se mueve un Misterio, una presencia misteriosa. Y es precisamente ésta de la que él está deseoso.
Un día me estaba contando que había ido a dar su paseo diario con su padre por los alrededores de su casa, y de repente se paró y exclamó: «Me he olvidado de dar gracias por eso».
De una manera discreta Valentino nos ha reclamado y, a veces, con fuerza, a la gratuidad absoluta de cada instante que vivimos.
Igual que su madre, que delante de su hijo que acababa de morir en la cama del hospital dijo: «Ahora puedo verdaderamente dar gracias».
A don Giorgio, que fue a verle antes del Triduo Pascual de los bachilleres, le confió estas palabras para sus amigos: «Ir al Triduo es un don y no se puede dar por descontado. Es una fortuna porque todo se nos da. Diles que lo vivan intensamente porque durante el Triduo nos adherimos más al Misterio que cada día nos hace». Los seis mil participantes recibieron el impacto de la invitación tan clara de un coetáneo suyo, alguien al que le gustaba la música metal, los juegos de rol, Warhammer, los tebeos, la televisión y pasar las tardes con los amigos; uno que como ellos podía haber estado allí y, sin embargo, estaba en su casa en la cama.
El Via Crucis adquirió una intensidad y una concreción nuevas al pensar en Valentino sufriendo.
Dar significado
Una chica que iba por primera vez al Triduo ha sabido expresar mejor que nosotros lo sucedido, en una carta dirigida a Valentino, al que no conocía: «14 de abril de 2001. Valentino, no te conozco (el año pasado no vine al Triduo), pero Pontiggia no deja de hablar de ti. ¡Es increíble que sencillamente por tus palabras consigamos percibir el vínculo que Jesucristo ha construido para vosotros! Sí, Jesucristo, porque si no, no sería tan fuerte como para que yo, que no os conozco personalmente, y las seis mil personas que están aquí conmigo consiguiéramos percibirlo. Quiero darte las gracias porque aunque no estás, es como si estuvieses y, de esta manera, has despertado en mí el deseo de tener también yo una relación de verdadera amistad con mi autoridad. En vosotros he percibido lo que al principio debieron percibir los judíos en los apóstoles el día de Pentecostés. Siempre he sido desconfiada, pero ahora quiero decir sí, un sí concreto y por eso os doy las gracias a ti y a Pontiggia, porque me habéis reclamado a la amistad en Dios. Sé que estás mal, pero estoy segura de que Jesús en este momento te tiene en sus brazos; esto no elimina tu dolor, pero le da un significado y hace que tu vida no sea vana. En este momento Jesús se identifica más que nunca con tu propio rostro. ¡El Misterio está en ti más que nunca! ¡Tu dolor sirve para los que no conocen todavía a Jesucristo, para los que están solos, para los que están desesperados! ¡Tu dolor es grande! Este año es mi último Triduo y me marcho no sólo con emoción sino con certezas». Y a los muchos que le agradecieron las palabras que había enviado les respondía rápidamente: «Por favor, por favor. También yo daba por descontado que estaría allí!». Por eso damos las gracias a Valentino, por haber dicho un sí completo. Así lo ha entendido su hermano: «A través de él se veía que lo que Dios le ha pedido es grande y él dijo un sí no sintético, no de plástico, sino un sí humano. En medio de todas sus limitaciones (a veces enfadado, desesperado) ha conseguido llevar a término su obra. Yo no tengo ya miedo del destino último que tenemos, tengo más miedo de no realizar mi trabajo, es decir, de los días amorfos en los que no doy testimonio de Cristo. Esos en los que al final digo: ¿Cuál es su sentido? ¿Qué he hecho?. Todos somos de carne y hueso y esto parece que define todo. Antes me parecía que esto era toda la realidad; en cambio ahora comprendo el concepto del después, del destino. Lo peor es permanecer en silencio, no adoptar una postura. Es más hombre quien no admite esto que uno que no decide».
La mancha aparente
Un día me hizo cerrar la puerta de su habitación y se puso a llorar, se secaba las lágrimas con una toalla que tenía sobre la cama y decía: «No quiero angustiar a nadie con mi dolor».
Con frecuencia vivió en silencio su propio tormento interior, la confusión, pero también con la sencillez y la sorpresa de un niño, acogiendo las palabras y los gestos de don Mario, que con una enorme fidelidad le ha acompañado hasta el final.
Otro día me dijo: «¿Ves?, el mal es como una mancha que ves en la manga de la camisa. Crees que con un simple gesto la puedes eliminar y en cambio no se quita. Y, sin embargo, esto es sólo la apariencia. No lo es todo».
Un día su hermano Cristiano se sentó cerca de él, estaba enfadado por cómo iban las cosas en el estudio y en casa y le preguntó: «¿Qué hago?» y él respondió: «Mírame a mí. Parezco un viejo de ochenta años y tengo dieciséis. Es Dios el que construye».
El día de su muerte llegué al hospital a las ocho e inmediatamente a Jonny, a Myriam, a Cristiano, a don Mario, a don Giorgio y a mí se nos impuso una evidencia: en medio del dolor había como una extraña alegría.
Cristiano y yo pasamos la mañana buscando la foto y tratando de localizar a algunos amigos. Fuimos a comer con los amigos de Valentino y Cristiano, sin dudar, recogió inmediatamente el testimonio de su hermano: «Hasta ahora nos hemos juntado para divertirnos; ahora se impone una decisión, un motivo más grande del que Valentino nos ha dado testimonio. ¿Estamos dispuestos?».
Y surgió la idea de construir una sala de estudio dedicada a él.
Dios sabrá sacar de estos jóvenes corazones la sangre y la carne de su obra definitiva. Nos lo ha demostrado.
«Valentino, has desaparecido ante nuestros ojos, pero no has desaparecido. Vives en la plenitud de Dios y actúas; es más, ahora tienes más experiencia que nosotros de la verdadera naturaleza de la vida y por eso te pedimos que nos acompañes en este camino que para nosotros está todavía por andar y que tú ya has realizado. Quería decirte, Valentino, que ahora te toca a ti leer el libro de Dios en nuestra vida, para que el camino nos lleve un día a encontrarnos totalmente y para siempre» (don Giorgio en el funeral de Valentino).