cartas
a cargo de MARÍA PÉREZ
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CHINA
Revolución
Mientras mis compañeras de colegio elegían la vida universitaria, yo decidí casarme con un hombre que pertenece a una familia muy tradicional. Su familia consta de 40 miembros, cuyo estilo de vida y cultura son profundamente diferentes de los míos. Sentía un gran vacío, una extrañeza ante los que vivían a mi alrededor. Había aprendido en mi familia a compartir todo; aquí aprendí a callar. A menudo me sentía desesperada e infeliz. Lo único que me había aportado el matrimonio era un sentimiento de opresión y de pesar. Hace un año, a través de Marco, que trabajó en Taiwán durante seis meses, conocí a dos amigos italianos recién casados: Andrea y Cecilia. Me sentí enseguida libre en la relación con ellos. Era la primera vez que veía a una persona tener confianza en otra, una comprensión hecha de pocas palabras, una familia. Pocas veces los escuché nombrar a Dios delante de mí, pero podía percibirlo en sus vidas. Son felices, están llenos de energía, aman la vida y se aman, aman a los demás. Lo que viven es el reflejo de Dios. Por ello empecé a interesarme por el catolicismo. Busqué en Internet algo que hablara del catolicismo y una iglesia que estuviese cerca de mi casa (porque no vivo en Taipei, donde están Andrea y Cecilia, sino en una ciudad a una hora de distancia). Conociendo a la familia de mi marido estaba segura de que él no aprobaría mi interés por el catolicismo, y por eso empecé a ir a misa todos los domingos por la mañana, cuando él se imaginaba que estaría haciendo la compra. Empecé a acudir a la catequesis. Cinco meses más tarde, por Pascua, comprendí que había llegado el momento de decirle algo y me quedé sorprendida, porque él no se opuso. Este fue para mí el mayor milagro, y quizá la señal de que Dios me pedía una responsabilidad: ser el signo de Cristo y de su amor hacia mi marido y mi familia. Ahora querría que también mi familia encontrase y viviese lo que a mí se me ha dado por gracia. No podré acompañarla durante toda la vida, pero Jesús puede. Durante un año, todos los lunes, la hermana Alicia me dio catequesis. No es sólo una buena maestra, es también una gran amiga. Está consagrada a Dios desde hace más de cincuenta años, pero su corazón es más joven que el mío. La noche de Pascua de este año recibí el Bautismo y me acompañaron todos mis amigos. Nunca he sido tan feliz.
Julie, Taipei
ITALIA
21 años de secretaría
Querido don Giussani: También este año he participado en los Ejercicios trabajando en la secretaría. Si no me equivoco, vengo haciendo esto desde hace 21 años, y han cambiado mucho las cosas en cuanto a la modalidad de preparación y organización, porque el evento ha asumido dimensiones increíbles. También la secretaría ha ido poco a poco aumentando: este año estábamos allí 56 personas. Muchos amigos se han ido sumando, también jóvenes que han terminado hace poco la universidad. Para todos nosotros es la gran ocasión para estar en el corazón del movimiento, para aprender el corazón del movimiento. Así se ha incrementado entre nosotros la amistad, la estima, la dependencia dentro de un camino de fraternidad. ¿Qué me llevo a casa de estos Ejercicios? En primer lugar su rostro y su voz. Le vi y le escuché desde el estrado (estaba sentado junto a don Pino), cuando nos ha recordado quién es nuestro Dios. Cuando nos repetía «¡mujer, no llores!», comprendía que ningún límite mío puede impedir a Dios quererme. Gracias, don Gius, por haberme vuelto a hablar de la misericordia de Dios, por habérmela hecho ver con su rostro y sus palabras. En segundo lugar, volver a decidir fiarme hasta el fondo del movimiento, dejarme llevar por esta experiencia humana del Misterio. Ciertamente debo continuar haciendo bien las cosas que se me encomiendan en la vida, con responsabilidad; pero no puedo permanecer solo: debo mantener alta la mirada, debo encontrar tiempo y espacio para dejarme acompañar por el movimiento. Tengo necesidad del abrazo del movimiento como del de mi mujer y mis hijos. Queridísimo don Gius, le saludo con todo mi corazón dando gracias a Dios por haberle conocido y esperando poder ser eco de su corazón, de su fe, de su humanidad... empezando por aquellos que me son más queridos.
Terenzio, Muggiò
PORTUGAL
Mi padre
Estos últimos días han estado llenos de dolor y alegría, de sufrimiento y gracia. El viernes, día 24 de mayo decidí irme de viaje porque tenía que empezar el traslado de Madrid a Lisboa. A la hora de comer, me senté a los pies de la cama de mi padre y le dije que tenía que irme de viaje ese fin de semana, pero que no se preocupase porque el lunes estaría de nuevo en Milán. Puso una cara triste y me dijo que prefería que me quedase con él. Salí del dormitorio sin saber muy bien qué hacer. Hablé con mi madre, que me animó para que me fuese porque mi padre no iba a mejorar y más tarde sería peor. Así que me fui. Cuando regresé a Milán, lo primero que hice al llegar a casa, fue ir a ver a mi padre para darle un beso. Cuando entré, estaba durmiendo y me senté en una silla al lado de su cama. Esperé un rato. Cuando se despertó, me miró con una sonrisa de oreja a oreja y me dijo «Qué alegría verte, porque mañana será mi día». Eran las 11 de la mañana de día 27 de mayo. Empecé a bromear y le dije que el día 28 era muy mal día para morir, porque era el aniversario de la revolución en Portugal e incluso eclesiásticamente era solamente el día de San Emilio, que es un día sin gran importancia. Mejor si esperaba hasta el 31 (hoy) que era un día mucho más digno. Esa noche, por primera vez desde que le detectaron un cáncer hace seis meces, mi madre no durmió con él. Estaba completamente exhausta y se fue a dormir a mi cuarto. Yo me acosté al lado de mi padre. Como era habitual en los últimos meses, se despertó varias veces durante la noche y yo también. La última vez fue a las cuatro de la mañana cuando le llevé al servicio. Le acosté en la cama, lo cubrí con las sabanas y volví a acostarme. A las cinco me desvelé súbitamente con la sensación de que algo pasaba. Me levanté corriendo, encendí la luz y abracé a mi padre. Tenía los ojos abiertos y vi que miraba algo que yo no conseguía ver. Tenía en el rostro una expresión de alegría y de paz total. Pocos instantes después, murió entre mis brazos. Ya no estaba en mis brazos, estrechaba solamente su cuerpo. Nuestro Señor no pudo haberme concedido mayor regalo que elegirme para que Le entregara mi padre. Había esperado que volviese de viaje para que mi madre no estuviese sola y, perfectamente consciente, me dijo el día antes que el día siguiente sería su día. El 29 celebramos la misa de cuerpo presente en Milán. Salimos por la tarde hacia Portugal para el funeral que se celebraría al día siguiente en Lisboa. Quería dejarte una copia de lo que leí en portugués al final del funeral, porque expresa lo que ha sido nuestro padre. «De la misma forma que un camino empieza por un solo paso, así también un testimonio empieza con una sola palabra. ¡Gracias! Gracias Dios mío, por haberme concedido un santo como padre. No ha habido día en estos últimos meses en que no haya rezado por la curación milagrosa de mi padre. La curación nunca llegó, pero el milagro sí. Nunca hubiésemos imaginado que fuese posible vivir tan plenamente el tramo final de una vocación. Todo ha sido una novedad, todo una provocación, mi padre era y es verdaderamente la presencia de Cristo en medio de nosotros. Sin la palabra GRACIA, no sería posible describir cómo vivió toda su vida como un santo y no pudo dejar de morir de otra forma, en la santidad. Para mí no fue solo padre sino también mi mejor amigo. Pido a Dios que me conceda la misma gracia de fecundidad en la vida que le concedió a él, para que pueda seguir su ejemplo de santidad. Una frase de santa Teresita del Niño Jesús nos ha acompañado de forma especial en estos últimos meses: «La mayor honra que Dios puede hacer a una alma no es darle mucho, es pedirle todo». A él le dio mucho y le ha pedido todo. Refiriéndose a lo que Jesús dijo a la viuda de Nain, don Giussani dijo: «¡Mujer no llores!, porque yo no te hice para la muerte, sino para la vida. Por ello te traje al mundo y te rodeé con una compañía de personas». Es lo mismo que nos dice Jesús hoy aquí. Para algunos fue padre y abuelo, hijo y marido, para otros fue un hermano, tío o cuñado; era también un buen padrino y para todos un gran amigo. Pero si en la vida fue todas estas cosas, en la muerte es una sola cosa. ¡Es nuestro santo! En los cuatro días que han pasado desde que nos dejó me he dado cuenta de que no he rezado por su alma, sino que he rezado constantemente al alma de mi padre. El 28 de mayo será siempre la memoria de Diogo».
Carlos, Lisboa
En la guerra de la vida
El porqué de la enfermedad de mi mujer es un misterio que sólo cuando me encuentre cara a cara con el Señor podré descifrar. Pero en el fondo, no estoy muy interesado en el porqué, o mejor dicho, en la recriminación por una injusticia, lo cual a menudo se esconde detrás de esta pregunta. En estos dos años mi mujer, mis amigos y yo hemos cambiado mucho. Nuestro modo de afrontar, conducir, combatir, resistir y pensar la vida es distinto, es nuevo. Somos todos tan jóvenes que a veces me intimidan un poco por cierta sabiduría que emerge en nuestros gestos y en nuestros discursos. Llamo sabiduría a ese sentido de verdad profunda que se corresponde con lo que más fuerte e íntimamente buscamos y esperamos. Así en estos días, ya numerosos, siempre tan duros y áridos, ha ido naciendo algo nuevo, vivo y bello sin que nos diésemos cuenta. Nuestro corazón y nuestra mente se han renovado: ahora somos capaces de amar, capaces de afecto, de ensimismarnos, de combatir, de saber y de mirar como no lo hacíamos antes. El hecho nuevo es la experiencia de Cristo carne, contenido, sustancia, forma de lo que vivimos, de lo que nos rodea, de lo que amamos o, es inútil negarlo, de lo que odiamos, a veces sin motivo, a veces casi con motivo (sí, porque ciertas acciones de los hombres son verdaderas injusticias). ¡Cristo, carne viva! Partiendo de esto ha sido posible empezar a compartir con nuestros amigos, empezar a ensimismarnos unos con los otros. Hay algunos que, aun en situaciones difíciles, tratan de ayudar como pueden a un buen amigo. Al principio fue un modo educado de ofrecer disponibilidad, pero después ha crecido un afecto tan magnífico que el amor de Cristo se ha revelado en nuestra amistad. Ésta, a veces, se manifiesta en llamadas de teléfono, o en una triunfal evidencia de actividad (hay quien cada sábado nos hace la compra, quien un día a la semana viene a hacernos compañía, y al mismo tiempo nos lava los platos.... incluso los hombres). Es lo que a mí, a mi mujer y a nuestros amigos, nos permite mantener las posiciones en la guerra de la vida. Si no, el mundo, tan envenenado por el diablo, nos arrastraría sin ningún esfuerzo. Mantener las posiciones, es decir, tener bien claro que la Verdad de la vida es Cristo, mientras todo el mundo - con una intensidad de la que sólo algunos se dan cuenta - nos quiere enseñar que la verdad de la vida es el bienestar. ¡Qué mentira! La vida es ante todo una tarea. Nuestra vocación (para esto se nos dan los amigos, para vivirla fielmente incluso en la dificultad) es una responsabilidad bien precisa en el designio de Dios: debemos cooperar para esto, debemos estar dispuestos a luchar por la gloria de Cristo en la tierra, es decir, a construir la Iglesia, salvación del mundo. ¿Para qué vivimos sino para servir al que nos hace en cada instante? El estrecho afecto que cada día crece hacia mi mujer es el fruto, la demostración de que vivir sirviendo a Cristo permite la posesión de todo, y en primer lugar de aquello que más querríamos poseer; una posesión potente pero delicada, que - más allá de cualquier capacidad humana - no destruye aquello que ama. Mi mujer y yo vamos a la Virgen de Lourdes a pedir una sola cosa: la curación, es decir, el mayor bien que sabemos imaginar para nosotros.
Carta firmada
Una historia peculiar
El 17 de abril Roberto de la Cruz, estudiante de periodismo, y yo, profesora en la Facultad de CC de la Información, caminábamos junto al profesor Losada Goya, reconocido especialista de la obra de Víctor Hugo, por los jardines de la ciudad universitaria de Madrid. Nos dirigíamos a la Escuela de Ingenieros Agrónomos para un encuentro a propósito de Los miserables de Victor Hugo en el XII Happening universitario, organizado por la Asociación Cultural Atlántida. En esas estábamos cuando nos topamos con un gran cartel: ¿Quién nos dará la felicidad? Tras él, una carpa en la que sonaba música de la película Moulin Rouge; enseguida se anunció el encuentro Jean Valjean: ¿héroe, hombre o superhombre? La ocasión era, además, la culminación de una historia peculiar. Todo empezó cuando Roberto, siguiendo la indicación de uno de sus profesores de Redacción periodística, emprendió la lectura de Los miserables. Devoraba páginas y páginas y pronto no dudó en buscar a su profesora de literatura, acribillándome a preguntas sobre qué me parecía, quién era Victor Hugo, quién lo había estudiado en España. Ante tantas preguntas, insistencia y curiosidad solamente pude rendirme y ponerme a leer y a buscar con él. Hubo desde el principio algo que me resultó muy grato: el arrastre de la curiosidad que suscita una lectura estuvo sostenida por el parangón con la propia identidad. Como dice el crítico norteamericano, Jonathan Culler, el uso de la identidad es instrumento de sentido. ¿Cómo descubrir el sentido de un texto si no es a través de la comparación infatigable con uno mismo? O, con palabras del reciente premio príncipe de Asturias George Steiner, el clásico es el que nos lee, es decir, el que rescata algo de nosotros mismos. Este fue el método utilizado por Roberto, de manera intuitiva. Llevé enseguida a la Escuela de comunidad el texto en el que Jean Valjean renace tras el perdón del obispo Myriel. Jean Valjean, endurecido por los años de prisión, habla del gesto como de una lucha: «el perdón de aquel sacerdote era el ataque más formidable que podía recibir, su endurecimiento sería infinito si podía resistir aquella clemencia». Y más adelante: «lo cierto, lo que Jean Valjean veía sin duda alguna, era que ya no era el mismo hombre; que todo había cambiado en él y que no había estado en su mano evitar que el obispo le hablase y le conmoviese». Seguimos leyendo, buscando otros críticos que nos pudiesen ayudar y dar una visión más completa, encontramos un texto de Pèguy sobre el autor que guió nuestro recorrido. No se trataba de cristianizar a Victor Hugo, ni de falsear su figura, quisimos profundizar en el itinerario de su héroe que nace del perdón, desarrolla su tarea a partir de ese gesto y desde esta posición exalta extraordinariamente la libertad. Entonces también me vinieron a la cabeza otros héroes decimonónicos franceses de la misma época. La comparación de Valjean con alguno de ellos exaltaba el valor de la figura hugolina y justamente en el sentido del que hablaba Pèguy, es decir, Hugo, no siendo cristiano, nos ofrece con su obra el contrapunto de un pagano que contempla la Encarnación. Así es, el desafío de esta novela es sentir que puede llegar a experimentarse la necesidad de una piedad y misericordia infinitas. Al mismo tiempo Roberto decidió comunicar a sus compañeros de clase y de Facultad lo que habíamos visto; lo hicimos poniendo la recreación fílmica de la novela (la versión de Bille August de 1998). A nuestro trabajo se sumó Isabel, alumna de Filología, así los tres le pedimos al profesor Losada-Goya que participase en el encuentro que íbamos a celebrar en el Happening. Aceptó gustoso, nos vimos y preparamos los cuatro el encuentro. Muchas veces, durante este proceso, tuve la sensación de que ésta, con todas sus limitaciones era el corazón de la experiencia universitaria: una curiosidad incipiente, casi inapreciable fue poco a poco tomando la forma del amor por la verdad y el método de un diálogo sincero entre profesores y alumnos.ù
Guadalupe, Madrid
Primeros ejercicios
Nunca había asistido a un retiro de la Fraternidad. El título del mismo me resultó muy atractivo: «Aun viviendo en la carne vivo en la fe del Hijo de Dios». La vivencia durante este fin de semana me hizo recordar el pasaje del Génesis con relación a la torre de Babel. Los hombres tratando de alcanzar a Dios dispersándose y hablando en lenguas diferentes. Confundiéndose y vagando. Viviendo en la fe del Hijo de Dios, precisamente, este pasaje del Génesis me proyecta al Nuevo Testamento, justo en medio del cenáculo donde se encuentran María y los apóstoles reunidos en oración, donde reciben el Espíritu Santo. En consecuencia, todos en el mismo espíritu hablaban una sola lengua. Es así como puedo describir mi experiencia en este pasado retiro de la Fraternidad. Cristo es el inicio del final, como escuchamos en la charla del P. Carrón. Somos un grupo plural en diversidad de lenguas y cultura, mas sin embargo, unidos en un mismo espíritu. Cristo vivo en medio de su Iglesia me habla y me dirige a través del movimiento hacia la Verdad plena, educando amorosamente mi libertad. Por eso en mi vida cotidiana ya se ha hecho experiencia que Cristo es el principio del final.
María Rosa, Monterrey