Educación de calidad
Dos delegados de la Santa Sede relataron la experiencia de AVSI en distintos países del mundo en la Sesión sobre la Infancia en las Naciones Unidas
ALBERTO PIATTI
Entré por primera vez en el Palacio de Cristal de Nueva York como miembro de la delegación de la Santa Sede en 1995, con ocasión de la sesión plenaria de la Asamblea General de la ONU. Esta vez se trataba de la Sesión Especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre la Infancia, que tuvo lugar el pasado mes de mayo.
En estos años, desde la caída del muro de Berlín hasta la afirmación del fenómeno de la globalización y el surgimiento de los movimientos antiglobalización, hemos asistido al incremento del papel que juegan las Naciones Unidas, con una función sobre todo de tipo humanitario.
Por lo demás, es verdad que el problema de la pobreza es enorme y afecta a las conciencias de todos. Cuatro mil millones de personas viven en un estado de grave pobreza. La verdad de la pobreza llama a nuestras conciencias: tratar de reducirla a un hecho dominable es una reacción comprensible, porque hemos alejado de nosotros el dolor, el sufrimiento, pero también la caridad.
Desde muchos lugares, demasiados, se está insinuando esta ilusión. Nos la proponen los antiglobalización, con la idea de que la reforma de las instituciones de Breton Woods y del comercio internacional pueden resolver la pobreza. También la proponen muchos intelectuales iluminados y los modernos guías de las conciencias, con la idea de que el proceso de desarrollo occidental se puede transferir a los demás pueblos. Lo mismo hacen los gobiernos evolucionados, creyendo poder dictar las condiciones de la colaboración en nombre de una demostrada superioridad civil, y por último los organismos internacionales y supra nacionales, con los objetivos del milenio, la condonación de la deuda y los fondos globales.
Este encuentro sobre la infancia, que habría tenido que celebrarse en septiembre de 2001, pero que fue aplazado por los trágicos sucesos de las Torres Gemelas, ha puesto mucho énfasis en la participación directa de los niños: en cuanto tomaron la palabra, rompiendo las pautas establecidas por los adultos, se manifestaron en toda su humanidad, expresando la exigencia de un significado de la realidad y la necesidad de una relación con los adultos que para acompañarles en la aventura de la vida.
Para nosotros, educadores, ésta es nuestra gran responsabilidad y el gran desafío que hemos recogido, también a través de la presencia de nuestras ONG (AVSI y CESAL) con Filippo Ciantia y Agnes OCitti de Uganda, Claudia Terragni y Calin Pop de Rumanía y Javier Gavilanes de España. Un desafío que se manifestó en la voz de Ezio Castelli en la mesa redonda Improving educational quality sobre la calidad de la educación, que contó con la participación de grandes organizaciones internacionales como UNICEF y Save the Children, y de la actriz Mia Farrow como testigo.
El eco de las palabras de don Giussani, citado en distintas ocasiones por Ezio Castelli, resonando en las austeras salas del Palacio de Cristal produjo en nosotros una cierta emoción, sobre todo porque la intervención relataba las experiencias concretas que han nacido en el seno de nuestra historia.
Hizo referencia al trabajo que AVSI y CESAL desarrollan con cerca de 50.000 niños y jóvenes en el mundo. Tanto en Méjico como en Brasil, en Rumanía como en Uganda, los niños en situación de dificultad y de abandono tienen necesidad de descubrir el sentido de la propia vida para poderla afrontar y mejorar. «Cerca de un niño de cada 5 no va a la escuela; entre los que van a la escuela, 4 de cada 5 no llegarán a completar la enseñanza primaria», afirmó Annan.
Nosotros recalcamos que no se puede hablar de los niños etiquetándolos según males y desgracias sociales: niños soldado, niños explotados en el trabajo, niños víctimas de abusos sexuales, niños enfermos, niños hambrientos, niños de la calle, niños en estado de abandono... Esto es importante y justo, pero es dramáticamente parcial.
Para mirar a un niño de forma adecuada es necesario mirarle como una persona y, por tanto, como un ser único e irrepetible, con sus vínculos fundamentales - en primer lugar la familia -, y por eso irreductible a cualquier poder, a cualquier esquema aunque esté producido por una autorizada organización internacional.
Se aprecia bien en Méjico, en Oaxaca, en donde acompañando regularmente a los chicos en el significado del estudio se reduce el abandono de la escuela. Es evidente también en Albania, en donde el régimen cerró la escuela de magisterio, y AVSI y CESAL han implicado a 200 educadores en cursos de formación, volviéndoles a dar una dignidad profesional y una pasión por su propia persona y por los chicos. Y también lo es en Uganda, en donde niños raptados y obligados a matar vuelven sin identidad a las comunidades de origen, y allí un pequeño orfanato los acoge y asistentes sociales les acompañan mediante programas de rehabilitación y educación.
Si se olvida a la persona, las buenas acciones como la condonación de la deuda, el aumento de los fondos para el desarrollo, los objetivos de erradicación de la pobreza o la institución de fondos globales - como el dedicado a las tres grandes enfermedades - corren el riesgo de fracasar estrepitosamente.
Aquello en lo que nos educa nuestro carisma tiene un valor universal, y estamos llamados a llevarlo a todo el mundo. En esta nueva tierra de misión es más urgente que nunca luchar por la libertad de educación y por la subsidiariedad, que presuponen el respeto a la persona y la valoración de sus talentos.
No se trata de una contraposición ideológica sino de proponer la riqueza de nuestras experiencias como ejemplos que pueden ponerse en práctica con el método más sencillo, el venid y veréis.