El filósofo, el arroz y las judías
Desde las columnas de un periódico, un conocido filósofo italiano, Umberto Galimberti, abogaba para que los profesores se ocuparan del alma de los jóvenes. Demasiados episodios de violencia manifiestan una grave carencia de educación emotiva y psicológica. Merece la pena detenerse en un pasaje de su argumentación: «...tenemos que convencernos de la necesidad de prevenir tales hechos con una educación emotiva... en una sociedad que ha exasperado el individualismo y la posibilidad de optar con libertad absoluta, cosa que no han conocido las sociedades que nos precedieron, limitadas por la pobreza y por el marco que ofrecía la tradición religiosa. Hoy estos límites, gracias a Dios, han desaparecido... Por ello, hay que realizar una gran labor de prevención para educar el alma». Pero el alma (la psique), para Galimberti, es tan sólo el lugar de conflictos psicológicos y de tensiones que, si no son gobernadas, pueden dar lugar a episodios desagradables.
El alma desde siempre se ha considerado la realidad que vincula al hombre con el Infinito que lo crea y al que está destinado, pero acerca de esto el filósofo calla. Una vez negados Dios y la existencia de la verdad, se invoca al Estado (siniestramente) para que por medio de sus escuelas eduque a las masas en el gobierno de sus emociones y sus conflictos interiores. ¿Y esto a cuenta de qué?
Abyssus abyssum invocat, reza la Escritura. El abismo del alma humana llama al abismo que la creó para poder encontrar satisfacción. Cualquier respuesta parcial no basta y se delata como mentirosa.
En una carta, dos chicas de Brasil, Daiene y Tatiana, cuentan a Giussani que tardaron tres horas en llegar a un lago que se encuentra en su misma ciudad y que no habían visto todavía, porque no tenían dinero. Ellas no tienen estudios de filosofía, pero ante el espléndido espectáculo, Tatiana exclamó: «¡El lago no es como comer arroz y judías!». Lo que alivia el hambre y también los conflictos psicológicos es un bien muy valioso pero limitado: se acaba como el arroz y las judías. El corazón necesita de algo que no se acabe, que renueve siempre su belleza y verdad. Necesita algo que tenga la estatura de su deseo y que se relacione con él conforme a su naturaleza que es libre, capaz de tomar decisiones responsables a favor de lo que reconoce como verdadero y bueno.
La fe no es un asentimiento frío a una verdad que, a la manera de un teorema matemático, se trasmite con una especie de técnica psicológica, como si Dios fuera una solución que acaba con nuestras turbaciones. La certeza de la fe cristiana es más bien la experiencia de una relación dramática con una Presencia, de cuyo amor y fascinación podemos alejarnos (eso es el pecado) incluso después de haberla inequívocamente conocido con un acto afectuoso de la razón.