TIerra Santa
El valor infinito de aquellas piedras
Desde hace dos mil años, la gruta de la Natividad, la casa de Nazaret, el agujero donde fue clavada la cruz y la piedra del sepulcro son lugares santos para los cristianos, destino de peregrinaciones de todo el mundo. En la actualidad, es real el peligro de que los cristianos, los más pobres de Israel, desaparezcan de esos lugares
GIANCARLO GIOJELLI
No sólo peregrinos, devociones y el libro sagrado en arameo - la lengua que hablaba Jesús con sus amigos -, ni tampoco sólo miles y miles de velas consumidas a lo largo de dos mil años. No sólo objetos de plata un poco recargados y barrocos de la tradición ortodoxa, ni sólo el mármol que recubre las paredes, los iconos, oscurecidos por siglos de humo de los incensarios y el resplandor húmedo de los escalones que reflejan la ondeante luz de los candiles. Hay algo más en esa gruta, en los muros de antiquísimas casas y en el tronco de los olivos milenarios.
Hay algo más que devotos recuerdos, exaltados por la emoción, la escasa luz y el arrebato de la música coral, conmovedoras fantasías que evocan unas imágenes que nos acompañan desde la infancia. La gruta de la Natividad no es sólo la imagen de una fantasía emocionante, de un ineliminable deseo y de una espera secreta.
Todo esto no bastaría para explicar por qué se condensa tanto destino precisamente en aquel lugar, o mejor, en aquellos lugares de un rincón de la tierra, porque lo mismo ocurre en la casa de Nazaret y el hoyo del Calvario donde fue clavada la Cruz, y más aún en la piedra del sepulcro.
Testigos de un hecho
Precisamente en esos lugares y en esas casas.
Los cristianos nunca lo han dudado. Ese lugar del cosmos es objeto de rigurosos estudios e investigaciones, casi maniáticos, y hubo guerras que duraron siglos para dar al pueblo cristiano el derecho de tener libre acceso a esas migajas de Universo. Porque esas migajas son el escenario de un hecho que ocurrió, esas piedras vieron algo que sucedió, esa gruta es testigo e indicio de un hecho histórico.
Aquellas piedras no son la señal de un deseo pío o de una simple esperanza. Son el lugar de una acción en el tiempo y de una certeza.
Belén ha entrado en la crónica de guerra en las pasadas semanas ciertamente no sólo por su valor religioso. Ni siquiera se puede explicar lo sucedido limitándonos al relato del asedio, a la aventura de los trece palestinos, trece milicianos que Israel acusa de terrorismo, de los otros doscientos combatientes, y de una treintena de civiles y niños que buscaron y encontraron refugio durante treinta y nueve días en la Basílica, acogidos por unos cuarenta frailes franciscanos, monjas y monjes ortodoxos.
No basta porque, más o menos inconscientemente, se deben hacer las cuentas con un lugar que no es igual que los demás lugares de la Tierra.
La gruta donde nació
¿Dónde está el valor de esos lugares? Nos inquietamos por la gente, y es cierto que la persona vale más que cualquier piedra, pero ¿hay algo más? Algo que nos recuerda a Alguien, un dato que no podemos permitirnos el lujo de perder de vista.
La repuesta estaba bastante clara para los frailes encerrados, quizá algo confusos por el miedo, humanísimo y justo porque los verdaderos héroes no tienen superpoderes y los proyectiles matan más que la criptonita.
Para ellos sólo había una respuesta, sólo una era posible: debemos permanecer aquí porque éste es nuestro sitio, porque se nos ha confiado la custodia de Tierra Santa y el objetivo es garantizar a la humanidad el libre acceso a los lugares de la Memoria, donde se cumplió el Destino del hombre: el pesebre de Belén, la casa de Nazaret, el Calvario y el Sepulcro. Siempre ha estado claro que algo ocurrió realmente, y ocurrió aquí, a un hombre del que conocemos su casa, los caminos que recorría y el lugar de su muerte.
Orígenes, en el 248, rebatía a los herejes que ponían en duda la naturaleza humana de Cristo recordando que «en Belén se enseña la cueva donde nació, y en ella el pesebre donde fue envuelto en pañales. Y lo que se enseña es tan conocido en esto lugares que incluso los extraños saben que Jesús nació en una gruta».
Eliaj Frej
Por aquí, en las cuevas cercanas, vino a vivir san Jerónimo, que dedicó gran parte de su vida a traducir al latín la Biblia hebrea, haciendo que un rabino amigo suyo le llevara por la noche los rollos de la Ley, y se lamentaba por no poder ver el pesebre, enterrado bajo la piedra, los estucos, el oro y la plata de dos basílicas: «¡Si pudiera ver ese pesebre donde yació el Señor! Ahora nosotros los occidentales, como por honor a Cristo, hemos retirado el de barro y colocado el de plata. Pero para mí es más valioso el que se ha retirado. El oro y la plata son para los paganos, a la fe cristiana le conviene el pesebre de barro».
Ciertamente, el amor a los lugares no es diferente al de las personas. Sería peligroso hacer demagogia sobre este aspecto. Al igual que sería erróneo decir: salvemos a la gente, no importan las piedras.
Porque la Memoria y la Presencia que esas piedras atestiguan, dan fuerza y dignidad a los cristianos de Tierra Santa.
Hace diez años ya que el viejo Eliaj Frej, alcalde cristiano palestino de Belén, alertaba sobre el peligro de que los cristianos desaparecieran de la Tierra de Cristo. Son habitantes de los más pobres, no reciben ayudas de los fondos del gobierno israelí ni del fondo islámico mundial. Muchos árabes y judíos los miran como a extraños y, sin embargo, son los primeros testigos de Cristo, la primera comunidad cristiana.
Éxodo de los cristianos
El temor profético de Frej se está confirmando, los cristianos se están marchando, la parejas jóvenes se casan y deben emigrar. No encuentran casa ni trabajo. Los cristianos occidentales lo ignoran, pensando que los árabes son todos musulmanes y no se plantean el problema de lo que les haya podido ocurrir a los discípulos que creyeron en la primera predicación. Así se observan las piedras con curiosidad de arqueólogos y quizá quienes no se encuentran con las piedras vivas, los cristianos de aquí, se pierden bastante conciencia y emoción. Es más fácil seguir las propias fantasías sobre el joven Nazareno rubio prerrafaelino de ojos azules que habla desde la barca, que mirar a la cara a quien es signo vivo de su presencia.
La diáspora de los cristianos también explica, al menos en parte, la difusión del fundamentalismo, el islámico y el judío. En Tierra Santa, igual que en el Líbano multiconfesional de antes de la guerra, cristianos y hebreos, cristianos y musulmanes, habitaban estos pueblos y la Iglesia era un punto de encuentro para el diálogo entre los creyentes en el único Dios. Después ocurrió lo que conocemos.
Hic Verbum
Lugares, personas y sobre todo libertad se han entrelazado aquí a lo largo de siglos.
Tal era el amor por estos lugares que los peregrinos que llegaban a la Jerusalén turca estaban obligados a pagar grandes cantidades por contentarse con ver desde lejos, a través de una tupida celosía las piedras del calvario y entrever la losa del sepulcro.
Y el viaje duraba y costaba una vida, que se podía llegar a perder y que muchos perdieron de hecho.
Pero merecía la pena arriesgarse por ver los lugares donde el Verbo se hizo carne, HIC VERBUM CARO FACTUM EST, aparece escrito en la casa de Nazaret. Para verlo que la estrella de Belén señalaba: el lugar exacto donde nació Jesús y el pesebre donde su madre lo depositó y los pastores lo adoraron. Para tocar la piedra donde fue depositado y donde se liberó la misteriosa energía de la Resurrección. Por rememorar aquel impacto que don Giussani recordaba haber experimentado en el Calvario: «Lo más impresionante fue ver el agujero donde se plantó la Cruz, el lugar donde Cristo agonizó y murió. Viendo aquel lugar, imaginando la incomprensión y la falta de reconocimiento por parte de la multitud que lo observaba, se comprende lo grande y terrible que debe ser el mal del mundo si Dios aceptó tal sacrificio, una muerte semejante. Lo que uno se lleva de esos lugares es el deseo, la urgencia de que la gente se dé cuenta de lo que ocurrió. En cambio parece que hoy es posible borrar lo que ocurrió igual que se borra con el pie una letra en la arena, en la arena del mundo. Pero esto sucede precisamente porque lo que ocurrió es una propuesta a la libertad del hombre y para que quede claro que el poder es de Dios.
Hoy en día, parece más grande y más importante todo lo demás, la política o la economía, que este acontecimiento fácilmente identificable con un simple cuento. Pero ese acontecimiento concreto es tan humano que no se puede volver de Palestina con la duda de que el cristianismo pueda ser una fábula. Ver las condiciones naturales, logísticas en las que Cristo vivió, el paisaje que vio, las rocas que pisó, las distancias que recorrió, todo contribuye e induce a comprender la verdad de lo ocurrido».