Granada
¡La
victoria
de Cristo es ya nuestra victoria!
a cargo de Carmen Giussani
El domingo de la Ascensión,
el nuncio apostólico de la Santa Sede en España, mons. Manuel Monteiro
de Castro, presidió el acto de toma de posesión del nuevo arzobispo
de Granada, Francisco Javier Martínez Fernández, en la catedral
granadina.
El actual arzobispo de Toledo y primado de España, Antonio Cañizares,
anterior arzobispo, acompañó en la celebración a su sucesor,
junto con el cardenal de Madrid Rouco Varela y numerosos obispos españoles.
Asistió también una nutrida representación de autoridades
civiles de Córdoba; y, entre los invitados de Granada, el subdelegado
del Gobierno, Alfonso Marín Sicilia; el presidente de la Diputación,
José Rodríguez Tabasco; y el alcalde de Granada, José Moratalla.
Antes de dirigirse a la catedral, mons. Martínez visitó la capilla
de la Virgen de las Angustias, en cuyas manos confió su persona y su mandato
apostólico. En la puerta principal del templo le recibieron el Cabildo
Metropolitano y el Colegio de Consultores del Arzobispado. Y luego le recibió un
pueblo entero venido desde Córdoba, Madrid, Asturias e Italia. El recorrido
hacia la capilla mayor fue una continua muestra de agradecimiento del pueblo
a su Pastor.
La procesión de entrada hacia el altar culminó con las alocuciones
del administrador diocesano y del nuncio apostólico, que invitó al
arzobispo electo a ocupar la cátedra episcopal y le entregó el
báculo. Una representación de la diócesis se acercó a
continuación a la cátedra para prestar obediencia a su arzobispo.
Publicamos a continuación un extracto de la homilíaFrancisco Javier
Martínez Fernández
Las palabras de Mons. Martínez en la toma de posesión de la Archidiócesis
de Granada.
1 de junio del año 2003
Quiero que mis primeras palabras, al inaugurar mi ministerio en esta archidiócesis
de Granada, querida y deseada desde el momento mismo en que me fue comunicada
la voluntad siempre buena y amable del Señor, sean de gratitud. Quiero
expresar mi gratitud al Santo Padre por una confianza que me conmueve una vez
más, al confiarme el ministerio apostólico y el cuidado de una
parcela de la Iglesia de Jesucristo, que es la realidad más bella que
existe en el Universo. [...] Mi gratitud se dirige al Padre, origen y meta de
esta historia de amor que sigue viva, viva y fresca como la mañana de
Pascua, y que no terminará jamás. [...]
Regnat caro, grita con asombro un viejo himno para la liturgia de hoy. «¡La
carne reina!». [...] la fragilidad participa de la inmortalidad divina.
A la incapacidad de amar se le regala gratis Aquel que es el principio y la fuente
de toda experiencia humana de amor, y el corazón de piedra se transforma
en corazón de carne. Los siervos se hacen hijos. El temor es borrado del
corazón humano, y sustituido por la libertad gloriosa de los hijos de
Dios. «Donde hay amor, ya no reina el temor» (1 Jn). Y el contenido
de la vida y de las relaciones humanas [...] en lugar de ser la esclavitud del
temor a la muerte (cf. Hb), que llena la vida del temor al otro, es la charis,
la charitas, la gratuidad libre y llena de afecto por el otro.
«¡
La carne reina!» ¡La victoria de Cristo es ya nuestra victoria! Nuestra
humanidad ha sido hecha, por la inefable omnipotencia de la imaginación
de Dios, por el poder de su amor, divinitatis consors, «consorte de la
divinidad», partícipe de su vida y de su ser comunional. [...] La
redención de Cristo es el mismo Cristo, no “unas cosas” que Él
nos da. La redención [...] es vivir con la libertad de los hijos en un
mundo de esclavos, y la experiencia de este vivir como hijos hace que el mundo
sea percibido aún como un cosmos, como una casa, como un espacio para
el asombro agradecido, y no simplemente como materia de explotación, y
como un lugar de desazón y de violencia. La redención de Cristo
no es algo añadido a la vida, sino lo que permite vivirla en la verdad.
Y por eso, la redención de Cristo es el bien más grande para la
vida humana, [...] también en este momento de la historia. [...]
La redención de Cristo y la pertenencia a la Iglesia no son un añadido
a la vida, ni pertenecen a uno de esos ámbitos irreales y opcionales que
tienden a ser en nuestro mundo las ideas o los valores [...], y para recuperar
de nuevo en toda su verdad aquella vieja afirmación de un cristiano del
siglo II, de que «la gloria de Dios es la vida del hombre» (S. Ireneo),
nos es necesario superar algunas fracturas que han marcado muy profundamente
la experiencia cristiana en estos siglos [...]. Me refiero, muy concretamente,
a esa línea de pensamiento que atraviesa la cultura moderna desde sus
orígenes, y que, en contra de lo que ha sido la tradición cristiana,
sitúa a Dios, primero fuera del cosmos, y luego, fuera de la realidad,
para terminar, con una lógica implacable, negando su realidad y convirtiéndolo
en una fantasía humana. [...]
Cristo deja de ser la clave de comprensión de la vida humana, y la vida
cristiana es concebida también como un ámbito particular - ideológico, “construido”,
y por lo tanto, opcional - que, por supuesto, queda fuera de la vida real [...],
lo que tiene dos tipos de consecuencias igualmente terribles: la primera, que
cuando se quiere «volver a la dura tierra», según el grito
de un pensador contemporáneo (Wittgenstein), el hombre piensa casi espontáneamente
que el bagaje recibido de la tradición cristiana (aunque en realidad es
sólo el bagaje de esa tradición maltrecha y deformada) le estorba,
puesto que no tiene nada que ver con la vida real, y tiene que prescindir de él
[...]; y a la vez, si Dios está fuera de la realidad y de la vida, en
el sentido más fuerte del término, la realidad y la vida no pueden
sino carecer de todo significado. El hombre está solo ante la existencia,
que además ha sido vaciada de misterio, y eso significa, sencillamente,
que el hombre está solo ante el vacío, ante el poder del Poder.
[...]
Hoy conmemoramos que Cristo ha entrado victorioso «a lo más alto
de los cielos», ha «retornado al Padre», no estamos diciendo
que «se ha ido» de este mundo, sino que ha hecho retornar el mundo,
nos ha introducido a nosotros, en el corazón del Misterio, en el corazón
de la realidad. [...] La liturgia de la fiesta de hoy vincula estrechamente la
ascensión del Señor y la realidad sacramental de su cuerpo, que
es la Iglesia. Porque la Iglesia es el lugar de la presencia fiel de Cristo,
el lugar donde Él se queda, por el don de su Espíritu «todos
los días, hasta el fin del mundo» [...].
Hace siete años, al iniciar mi ministerio en la Diócesis de Córdoba,
decía que no era yo quien tomaba posesión de la Diócesis,
que era la Iglesia en Córdoba la que tomaba posesión de mí.
Eso ha sido verdad estos siete años, como algunos de vosotros sabéis
bien. Nada me he reservado, nada ha sido mío, sino vuestro amor. Y yo
he sido vuestro con todo mi ser, tal como soy. Hoy, al iniciar mi ministerio
en la Archidiócesis de Granada, repito exactamente las mismas palabras,
y con la misma frescura, con el mismo anhelo de entregaros a Cristo, y con el
mismo gozo que el día de mi ordenación sacerdotal: yo no tomo posesión
de la Iglesia de Cristo en Granada. Es ella, sois vosotros, los que tomáis
posesión de mí. [...]
Queridos hermanos de Granada nos ha confiado el Señor la tarea más
apasionante que puede haber en la vida: construir y cuidar de un pueblo que es
la esperanza del mundo, y defenderlo de la mentira o de todo aquello que dañe
su libertad [...] «servidores de la alegría» de los hombres.
[...]
Pedid al Señor, y a la Santísima Virgen - Virgen de las Angustias,
a cuyos pies he podido postrarme esta tarde antes de venir a la Catedral - por
mí. Que, mirándola a Ella, cada día renueve mi “sí” al
Señor y a su designio bueno para con nosotros.