Música
Más
allá,
todavía más alto
La confusión ante el mundo en llamas, la necesidad de dirigirse a algo
que sea «más que esto». Y, de nuevo, el 11 de septiembre,
el afecto perdido y el afecto buscado. Up, el último trabajo de Peter
Gabriel, y The Rising, de Bruce Springsteen
Peter Gabriel
Pierluca Mancuso
El nuevo disco de Peter Gabriel, después de un trabajo ininterrumpido
de continuo replanteamiento que ha durado diez años, parece ser el balance
de su propia carrera. La música es una síntesis de todos los sonidos
elaborados en estos años, troceados y mezclados como en un calidoscopio.
Los textos están atravesados por la mirada de quien hace una parada y
mira hacia atrás, examinando el camino recorrido hasta el momento. El
miedo hacia lo desconocido, el estupor ante el misterio, la impotencia frente
a la pérdida de los seres queridos, el mundo en llamas, la confusión,
el fracaso de nuestros intentos de construir con nuestras manos un sentido a
todo esto y la espera de algo hacia lo que dirigirse: temas y música muy
down para un disco que se titula Up.
Si el miedo parece ser el sentimiento de los hombres de nuestro tiempo, Darkness,
el primer tema de fuertes claroscuros, dicta el clima de toda la obra, afrontando
a cara descubierta el miedo ante lo desconocido. El segundo, Growin’ Up,
relata la experiencia del nacimiento y de la búsqueda entusiasta de un
lugar en el que vivir. Pero en un momento «el aliento se detiene, no sé cuando.
Me encuentro otra vez en transición. Es un esfuerzo tremendo sobrevivir
a estos cambios, y parece tan absurdo volar como un pájaro cuando me parece
no haber aterrizado verdaderamente aquí». Es caer en la cuenta de
la conciencia frustrada de la propia identidad en una vida que se desliza sin
pertenecer a nada.
Escuchar para creer
Es como si, de forma imperceptible, la tierra faltase bajo los pies. Corramos.
En el tercer tema, Sky Blue, nos encontramos el asombro frente al cielo azul
que nos sobrepasa y un coro que se consume en la nostalgia.
Las siguientes cuatro canciones son un paseo por el infierno: la impotencia ante
la pérdida de los seres queridos, el museo de los horrores televisivos
y la desconsolada confusión del “yo” cuando todas las direcciones
han sido inútilmente exploradas. Todo esto acompañado por una música
que, como un siervo fiel, se adhiere a la delicada evolución del estado
de ánimo presentado: escuchar para creer. Agotados nuestros intentos de
dar consistencia a lo que tenemos entre manos, descubrimos algo que no podemos
hallar entre nuestros recursos: More than This, «Mucho más que esto,
hay algo allá, cuando todo lo que tienes se ha ido, mucho más que
esto, yo estoy aquí muy unido a ti. Estamos ocupados en nuestros proyectos,
construimos sobre cimientos para que perdure, pero nada se desvanece tan rápidamente
como el futuro, y nada se agarra como el pasado, hasta que podamos ver. Más
que esto. Mucho más que esto. Cada día que pasa hace caer otro
pedazo, pero va bien, y, al igual que las palabras, unidos podemos tener algún
sentido». Desde la soledad el hombre trata de huir a través de la
imaginación. Aquí Gabriel parece intuir que no se puede dar la
salvación a sí mismo, que es necesario algo inimaginable, más
allá de lo que conocemos: «Más que esto, mucho más
allá de la imaginación, más que esto, más allá de
las estrellas, con mi cabeza tan llena, tan llena de imágenes fragmentadas.
Más que esto, más que esto, más que esto».
Hasta tocar el suelo
La penúltima canción muestra la participación de todo el
mundo en el dolor por el desorden de la vida, representado por el cada vez más
intenso crescendo de los arcos, que hacia el final parecen envolver y tragar
la voz del individuo, que se ahoga con una petición en los labios, sumergido
por las olas del mar de sufrimiento orquestal.
El último tema, acompañado por leves acordes impresionistas del
piano, confía su esperanza contra toda esperanza a una gota (The Drop),
que cae desde el fuselaje del avión en el que viaja el protagonista. Una
a una, todas las gotas caen entre las nubes sin saber su destino, pero la exigencia
de que cualquier pequeño detalle de la existencia no sea inútil
es tan humana que llega a representar la portada del disco, en donde un rostro
desenfocado mira las gotas caer como mensajes en una botella lanzada en el mar
del Ser. Es curioso cómo un disco tan grave, perteneciente a un género
que se obstina en definirse como ligero, haya sido titulado Up. Pero es como
cuando se quiere tirar una piedra: cuanto más alto se quiera lanzar, más
hacia abajo hay que agacharse, hasta tocar el suelo, para dirigirse después
con decisión hacia lo que no nos podemos dar por nosotros mismos, algo
más allá de la imaginación, más allá de las
estrellas. Según las palabras del Salmo: «Vueltos están nuestros
ojos a lo alto»: Up.
Bruce Springsteen
Marco Giani
Una verdadera reacción, una reacción no solo emotiva, ante la tragedia
del 11 de septiembre: este es el clamoroso contenido del último disco
del Boss, Bruce Springsteen, que empieza con la persuasiva Lonesome Day. Los
bomberos y sus viudas, los parientes de las víctimas, incluso los kamikazes,
encuentran un lugar en el vasto panorama de una humanidad variada. El título,
The Rising, puede ser traducido como “la resurrección”, e
indica a todos una clara dirección. Into the fire, segundo tema, es un
diálogo entre la viuda de un bombero y su marido, el relato del sacrificio
de un hombre cuyo mismo amor, entregado en primer lugar a la amada, es entregado
también al deber de su tarea. Y el estribillo es una verdadera invocación: «Que
tu fuerza nos dé fuerza, que tu fe nos dé fe, que tu esperanza
nos dé esperanza, que tu amor nos traiga amor», para que no se pierda
todo «en la oscuridad de tu tumba de humo». Y más adelante: «Necesito
un beso tuyo, pero el amor y el deber te han llamado más alto, arriba
de la escalera, dentro del fuego». El afecto domina en todo el disco, el
afecto perdido y el afecto buscado, como si los protagonistas encontraran en él
el único asidero en una realidad que se vuelve cada vez más caótica.
Pero es un afecto que no puede más que gritar ante la ausencia del ser
amado, arrancado de su lado repentinamente.
¿Esperanzas?
Entonces, ¿dónde puede renacer la esperanza, cuando la dramaticidad
de la vida humana se vuelve trágica delante de un mal que hace impotente
incluso el mejor amor? ¿Qué puede renacer cuando «Dios va
a la deriva en el cielo, el diablo está en el buzón, tengo polvo
en los zapatos, y no hay más que lágrimas»(You’re missing)?
Esta es la pregunta que aglutina el verdadero núcleo del disco, constituido
por las tres últimas canciones. La que lleva el nombre del disco, The
Rising, es un rock de gran fuerza, que relata el paso de la vida a la muerte
de uno de tantos bomberos muertos en el intento de salvar vidas en el infierno
del World Trade Center. La tranquila rutina matutina rota por el imprevisto de
un trabajo que exige «llevar la cruz de mi vocación», el intento
de actuar y, en el momento de la muerte, unos versos de gran belleza, «Hay
espíritus por encima y detrás de mí, caras que se han ido,
ojos negros que arden y resplandecen. Que su sangre preciosa me sostenga, Señor,
cuando me encuentre ante tu luz ardiente».
Pero la desesperación sigue luchando con esta esperanza, con esta brizna
de fe, sobre todo por los supervivientes que tienen que soportar el peso de la
lejanía. Una desesperación que desborda en Paradise, espléndida
canción llena de un dolor y de una Nada heladora. El protagonista habla
a su amor, irremediablemente lejano, repitiendo sin cesar que está a la
espera del paraíso: pero es un paraíso que transforma todas las
cosas a su alrededor en un sueño, y que además no es suficiente
(«Escruto tus ojos para buscar la paz, pero están vacíos
como el paraíso»). Tanto en el texto como en la música parecen
destruirse las esperanzas formuladas en las trece canciones precedentes, y el
nihilismo, o una utopía que tiene el sabor de la Nada, arrastra todo.
Con estas manos pido
Pero hay un último y casi esperado cambio de escena. Con un escenario
espectral de destrucción se abre My City of Ruins (escrita antes del 11
de septiembre, por lo que está exenta de posibles acusaciones de shock
emocional post-trauma): «Los jóvenes en la esquina como hojas dispersas,
las ventanas cerradas, las calles vacías, mientras mi hermano cae de rodillas,
mi ciudad en ruinas, mi ciudad en ruinas». En la segunda estrofa sale a
la luz de forma explícita la gran pregunta que recorre todo el álbum,
planteada no por casualidad a la amada: «Querida, te has llevado mi corazón
al irte. Sin tu beso dulce mi alma está perdida. Amiga mía, dime, ¿cómo
puedo volver a empezar?». ¿Cómo se puede volver a empezar? ¿Dónde
poner la esperanza en un momento en el que ésta parece una ilusión,
un esfuerzo, y la muerte la única realidad verdadera?
Y aquí encontramos lo inesperado: todo cabría esperarse de Springsteen
menos una oración. No es un tipo que inserte fácilmente la palabra “Dios” en
sus canciones. Pero cuando el artista es sincero consigo mismo, no puede hacer
trampas en un momento así. Todas las ilusiones y los esquemas caen. De
esta forma se “pliega” a reconocer y a decir, con el soporte vocal
progresivo de toda la banda: «Y con estas manos yo pido, Señor,
tener fuerza, pido tener fe, pedimos tu amor, Señor». Y en el estribillo
toda la música estalla con las últimas fuerzas que quedan cantando,
ahora no en vano: «¡Vamos, vamos, vamos, levántate!».