Brasil Renacer en las favelas
«Faltaba algo...»
De las casas a la comunidad
Desde el deseo de dar una vivienda a los favelados al encuentro con CL:
el descubrimiento de un nuevo modo de “hacer” las cosas.
Testimonio de una responsable del Movimiento de los trabajadores sin tierra de São Paulo
Cleuza Ramos
Junto a su marido, Marcos, guía a miles de favelados del Movimiento de los trabajadores sin tierra de São Paulo. Cleuza Ramos empezó ya desde niña a luchar junto a los habitantes de las favelas de la megalópolis brasileña. Las reivindicaciones, la adquisición colectiva de terrenos, las iniciativas populares, hasta el encuentro con CL: publicamos a continuación los apuntes de su testimonio en la Asamblea de Responsables de CL de Brasil, que se celebró el pasado febrero en Río de Janeiro
Nací en el estado de Minas. Soy católica desde que era pequeña y a los diez años participaba ya en los grupos de la parroquia. Cuando llegué a São Paulo fui a vivir a un barrio muy pobre cuya Iglesia estaba instalada en un barracón. Allí empezó mi lucha. Con tan solo diez años me junté con las ancianas de mi comunidad para construir una iglesia de verdad. Organizamos fiestas y comidas en el barrio, vendimos ropa vieja, recogimos trastos, hicimos todo lo que se nos ocurrió para poder construir nuestra iglesia. Estuve haciéndolo hasta los 26 años: trabajaba allí, colaboraba en la catequesis, participaba en los encuentros de los matrimonios, en todo lo que hacía la iglesia. Trabajaba con los que vivían en la calle y una vez por semana repartíamos sopa. Todos los sábados iba a las favelas para labores asistenciales, ayudaba a registrar a los niños recién nacidos… Pero siempre faltaba algo.
Por dónde empezar
En 1986 el tema de la “Campaña de la fraternidad” de Cuaresma (iniciativa organizada por la Conferencia episcopal brasileña; ndr) era “Tierra de Dios, tierra de hermanos”. En el cuadernillo para la reflexión se podía leer: «¿Estáis ya ayudando a los que no tienen casa o solo pedís a Dios que les ayude?»; y yo me dije: «Esto es para mí, debo hacer algo». Empecé a llamar a la gente de mi comunidad. Reuní a dos mil personas en la iglesia y comencé a hablarles. Hacíamos manifestaciones, recogíamos firmas que llevábamos al Ayuntamiento y al Gobierno del Estado. Esa gente sin casa, sin esperanza, que vivía en chabolas, realquilados, en casa de la suegra... era un problema serio: tenía que arreglarlo. Por eso empezamos la Asociação dos Trabalhadores sem terra que al principio no dio resultados porque era solo un movimiento reivindicativo. Después, nos organizamos en grupos y comenzamos a comprar terrenos para ir asentando a las familias. El primero fue un gran solar, dividido en lotes a bajo precio. Pero necesitábamos infraestructuras: agua, luz, gas… En cuanto nos instalamos nos dimos cuenta de que eso costaba más que el propio suelo. Y empezamos a solicitarlo al Ayuntamiento, pero nos denunciaron porque el reparto de los lotes no se había hecho conforme a la ley. Después el padre Ticão, párroco en la zona este de São Paulo, la más poblada, nos contó que en una comunidad del Estado de Río Grnande do Sul habían tenido un problema muy serio y entonces decidieron que cada uno de ellos escribiera una carta al gobernador pidiéndole una entrevista. Pensé que podíamos hacer lo mismo y al día siguiente empezamos a escribir a nuestro gobernador pidiendo que nos recibiera; enviamos 40 mil cartas. Al final nos recibió en su despacho y vino a visitar nuestra comunidad; se entusiasmó tanto con la gente que ordenó que se nos facilitara el agua, la luz y todo lo demás. Luego le llegó el turno a la escuela -otra victoria- y de esta manera el barrio, aun estando en los suburbios, quedó equipado de escuela, agua, luz y asfalto. Pero seguía faltando algo.
Nosotros también tenemos que hacerlo
El Centro de Salud estaba a 18 kilómetros, pero teníamos cerca la facultad de Medicina de la Universidad Federal de São Paulo. Fuimos a hablar con el Rector y nos prometió un médico y una enfermera. Seis meses después me llamaron para presentarme al médico: el doctor Alexandre. Empezó a venir cada dos meses: me hacía preguntas, decía que iba a empezar a trabajar y desaparecía… La cosa iba para largo, entre tanto conseguimos un acuerdo con el Gobierno para organizar un pequeño Centro de Salud con otro médico y una enfermera. Pero Alexandre volvió diciendo que quería trabajar en la escuela, donde había muchas adolescentes embarazadas y muchos chicos que se drogaban. Junto con Eloísa empezó a trabajar con los profesores. Yo no entendía lo que estaba haciendo pero intuía que Alexandre era diferente. Me decía que quería que conociera a sus amigos y hablaba siempre de uno que se llamaba Giussani -por cómo hablaba de él yo pensaba que vivían en la misma casa-; así fue surgiendo entre nosotros una amistad. Más tarde, en 2003, me invitó a participar en un encuentro de la Compañía de las Obras en Río de Janeiro. Allí se habló mucho de jóvenes y de universidad -nosotros veíamos que los jóvenes de nuestra comunidad, acabada la enseñanza superior, conseguían entrar en la universidad, mientras los demás no encontraban trabajo- y un chico peruano contó que estaban construyendo una universidad. Salí de allí con una idea: «¡Nosotros también tenemos que hacerlo!». A través de un amigo de mi marido, Marcos, fuimos a ver al propietario de la UniNove (Centro Universitario Nove de Lulho de São Paulo; ndr) y volvimos a casa con un acuerdo según el cual los chicos pagarían solo el 30 ó 40% de los gastos. Gracias a la idea que nació del encuentro de Río, han entrado ya en la universidad casi cinco mil chicos.
Por fin una respuesta
A pesar de todo esto yo seguía infeliz. Estaba angustiada: mi sueño era construir una comunidad y me daba cuenta de que todavía no lo había conseguido. Muchas veces le decía a mi marido: «Yo no soy feliz. Mira este pueblo al que hemos ayudado y, sin embargo, no nace una comunidad cristiana». Había construido casas, pero no una comunidad. Le confié mi disgusto a Alexandre; a partir de entonces conocí al padre Vando, a Ulises, a Bira, a Gisela, a Ana Lydia y a todos los que tanto me han ayudado. Estas personas me han mostrado el verdadero sentido de la vida. En Comunión y Liberación he hallado la alegría que había perdido. Porque he encontrado algo más; ahora he hallado la verdadera felicidad. Antes pensaba: «No ha merecido la pena», he trabajado diez años en las favelas y «no ha merecido la pena»; he estado toda la vida en la iglesia y «no ha merecido la pena». El movimiento me ha ofrecido la respuesta que no había conseguido averiguar en toda mi vida. Ahora vamos a Escuela de comunidad con el padre Vando. Sé que estoy empezando a gatear y tengo mucho camino que recorrer, pero con lo poco que he aprendido veo ya los signos de Cristo, de la fe dentro de esta comunidad de 50 mil personas a las que hemos sacado adelante y donde faltaba la fe en Cristo y en la Iglesia, donde no había ningún signo de comunidad, sino tan solo un conjunto de casas. Tenía ganas de dejarlo todo, pero con el padre Vando, la Escuela de comunidad y los amigos que hemos conocido, tengo claro que este es el camino. Debo seguir haciendo el Movimiento de los sin tierra de otra manera, con otra mirada -como explica don Giussani en sus libros-, con la mirada que Alexandre y Eloísa han tenido conmigo. Me han hecho comprender que existe otro camino, un camino verdadero, que conduce al Padre y conduce al hermano. Y quisiera daros las gracias, muchas gracias, por haberme dado la oportunidad de conocer CL, por darme la fuerza que tengo hoy. Que Dios os bendiga a cada uno de vosotros. Gracias porque existís y porque hoy formáis parte de mi vida. |