Entrevista
a Guzmán Carriquiry
El continente joven
A cargo de Guzmán Carriquiry, subsecretario del Consejo Pontificio para
los Laicos, correrá la presentación en Rímini de un libro suyo,
que versa sobre la integración latinoamericana, la cercanía
con
EEUU y la tradición católica, en busca de claves de lectura y de
posibles perspectivas para el futuro de América Latina. Entrevista al
autor
a cargo de Riccardo Piol
Por un lado un país hambriento, Argentina, otro amotinado, Venezuela,
otro prisionero de la guerrilla, Colombia, y por otro, un Brasil que mira con
confianza la nueva etapa de Lula. La imagen que emerge de las crónicas
es la de un continente con muchos problemas y pocas respuestas, marcado por contradicciones
sin resolver, lacras antiguas y nuevas. Los más optimistas anuncian un
pronto despegue, los agoreros por vocación profetizan una tragedia, y
los intentos de adivinar el futuro adolecen de pretensión. Sin embargo,
conviene preguntarse cómo se ha llegado a la situación actual y
delimitar las pruebas cruciales que América Latina debe afrontar y superar.
Guzmán Carriquiry, subsecretario del Consejo Pontificio para los Laicos
en su libro Globalización e identidad católica en América
Latina (Plaza&Janés, Méjico DF, 2002)*, nos brinda una mirada
de conjunto sobre la economía, la política, la religión,
la cultura y la historia de toda la región, una extensa indagación
con el fin de identificar claves de lectura y perspectivas para promover los
primeros pasos hacia una renovación.
¿Por qué apostar hoy por América Latina cuando el horizonte se presenta
tan incierto?
No se trata de un juego de azar ni de un optimismo voluntarioso. Para afrontar
los desafíos de la realidad latinoamericana actual debemos en primer lugar
deshacernos de algunos clichés mentales. No podemos quedarnos en letanías
de denuncias que no hacen más que alimentar el derrotismo, el victimismo
y el desahogo, a medio camino entre lo retórico y lo visceral. Hemos experimentado
duramente que las utopías terminan siempre en charlatanería o en
violencia. Persisten aún residuos ideológicos que acuden a reavivar
enfrentamientos que no llevan a ninguna parte. Por otro lado, los paradigmas
de desarrollo del eufórico liberalismo victorioso, según las recetas
del “consenso de Washington”, han perdido la fuerza propulsora que
demostraron a comienzos de los años noventa. Los retos de un crecimiento
auto-sostenido, de una reducción de la pobreza y de las desigualdades,
de una más profunda reforma del Estado y de la política, de un
menor vulnerabilidad frente a las crisis y de una ingente obra educativa, quedan
pendientes. Estamos ante una disyuntiva. Se emprende una nueva fase de desarrollo,
mediante la consolidación democrática y un reformismo realista,
tenaz y constructivo, o se entra en una espiral de depresión y de violencia.
Lo que suceda en el Brasil de Lula será decisivo.
El libro parece dirigir una invitación a todos los países de América
Latina, y al mismo tiempo una provocación: nadie puede afrontar y resolver
por sí mismo su propia situación, cada país debe apostar
por la integración latinoamericana para responder a sus problemas. ¿Por
qué?
Hoy se habla de globalización demasiado abstractamente. Para insertarse
en el mundo global se precisa una regionalización o continentalización.
Kissinger escribe que hemos entrado en la era de los Estados-continente: primero
EEUU, después la URSS (y lo será también Rusia en un futuro),
ahora la Unión Europea (si lo consigue) y después lo harán
China e India. Los Estados nacionales aislados tienden a situarse al margen de
la historia. ¿Qué pueden hacer solos Uruguay, Paraguay, Ecuador,
los países centroamericanos, el Caribe e incluso Cuba? Los países
latinoamericanos de mediana y gran extensión no pueden engañarse.
Si los países europeos, a pesar de su historia milenaria y de sus tradiciones
arraigadas, del peso de su cultura, del capital de sus innovaciones científicas
y tecnológicas y del desarrollo de sus fuerzas productivas, consideran
necesaria su unión, ¿no habrán de hacer lo mismo los nuestros,
mucho más frágiles, dependientes, vulnerables y con desequilibrios
de todo tipo? La integración latinoamericana es una necesidad y una prioridad
ineludible y urgente. Está inscrita en nuestra historia y cultura, en
nuestro destino. No existe otra forma de progresar en el desarrollo económico
y político, ampliar los mercados, incrementar los parámetros de
productividad, sostener una acumulación económica, industrial y
tecnológica y tener un cierto peso en el concierto internacional. No existe
tampoco otro camino que presentarnos unidos, conscientes y fuertes en la defensa
de nuestros intereses, ante tres citas decisivas del futuro próximo: en
el 2005 se concluirán las negociaciones con la ALCA (Área de Libre
Comercio de las Américas), con la Unión Europea para una gran área
de libre comercio euro-latinoamericano, y las negociaciones en el seno de la
Organización Mundial del Comercio (WTO). La única salida realista
es la reconstrucción del MERCOSUR político, y el de una armonización
macro-económica y bio-oceánica sobre el eje Brasil-Argentina-Chile,
acelerando los tiempos de colaboración con la Comunidad Andina hacia la
formación de un mercado común sudamericano. Es una empresa histórica
que requiere, más allá de la urgencia de las crisis coyunturales,
una previsión de diseño y de voluntad política y una implicación
y movilización de los pueblos. Si permanecemos dispersos caminamos hacia
la africanización.
La cercanía con EEUU parece añadir mayores incógnitas para
una América Latina inserta en un contexto globalizado. ¿Cuáles
son los riesgos y las oportunidades en la relación inevitable con EEUU?
No podemos ignorar la coexistencia continental con el único imperio global,
ni caer en las contraposiciones ideológicas llenas de prejuicios. Tampoco
podemos descargar sobre EEUU nuestra responsabilidad y nuestros errores. América
Latina tiene necesidad de EEUU, necesita relaciones de colaboración dignas.
Necesita que EEUU abandone definitivamente esa indiferencia que le llevaba a
considerar a América Latina como el patio trasero de casa, un patio un
tanto agitado; o como el escenario de un provechoso negocio para sus compañías
y periódicas intervenciones de los marines en esa área de seguridad.
El único programa de colaboración al desarrollo de gran envergadura
fue la Alianza para el Progreso, concebido como muro de contención de
la expansión de la revolución cubana, que se desvaneció en
la nada al poco tiempo de ser lanzado con un gran aparato propagandístico. ¿Sucederá lo
mismo con el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA)? La
distancia que existe actualmente entre América Latina y EEUU es parecida
a la que existía entre Grecia, Irlanda, Portugal y España con respecto
a Alemania en los años setenta. Siguiendo un plan previsor, de solidaridad
efectiva, la Comunidad Europea, sobre todo gracias al trabajo de Alemania seguida
de Francia y de Italia, sostuvo con fondos ingentes la modernización,
el crecimiento económico y tecnológico, la democratización,
la educación y la investigación, sin olvidarnos de las obras de
infraestructura de los países más atrasados, que arrojan actualmente índices
económicos más o menos similares a los de Alemania, ahora plenamente
incorporados a la Unión Europea. ¿Estará EEUU dispuesto
a una solidaridad similar con respecto al continente americano? La guerra global
al terrorismo y los escenarios estratégicos actuales a nivel mundial parecen
reducir la prioridad y el alcance de los compromisos que serían necesarios
por parte de EEUU con respecto a América Latina. Quizá sea mejor
contar sobre todo con nuestras fuerzas: la fuerza de la persona y la del pueblo,
movidos por un ideal.
Globalización no quiere decir sólo mercados y finanzas, sino también
encuentro de culturas. ¿Cuál es el rostro que presenta hoy ante
el mundo América Latina?
Existe una singular y dilatada hermandad que nos hace reconocernos con orgullo
como latinoamericanos. Somos casi quinientos millones, con una misma base lingüística,
unidos por orígenes comunes, hijos de un mestizaje, si bien variopinto
y desgarrado, de sustrato cultural católico y barroco, conscientes de
pertenecer a una todavía fragmentada “Patria grande” latinoamericana.
En Puebla los obispos hablaron de esta «originalidad histórico-cultural
que llamamos América Latina, simbolizada luminosamente en el rostro de
María de Guadalupe». En nuestro suelo, en el destino de nuestros
pueblos pobres y creyentes, la cultura occidental y la tradición cristiano
católica encuentran un banco de prueba decisivo para su despliegue universal.
Clase media entre las naciones, entre el Norte y el Sur del mundo, América
Latina está en una situación de mediación y responsabilidad
singular, aunque esté ya muy americanizada, muy homologada. El ejemplo
de Méjico es significativo. Muy cercano a EEUU, muy integrado en sus circuitos
comerciales y productivos, invadido de productos materiales y culturales del
gigante del Norte, mantiene un perfil cultural y nacional fuerte, a todos los
niveles, que penetra a fondo en EEUU por medio de los hispanos. Sus raíces
y sus estratos culturales son mucho más profundos que los de EEUU, que
es un auténtico melting pot nacido de distintos trasplantes migratorios.
Octavio Paz ha escrito que «hemos resistido a causa de la fuerza que tiene
en sí la organización social, sobre todo la familia, la madre como
centro de la familia, la religión tradicional y las imágenes religiosas»,
subrayando su convicción de que «Nuestra Señora de Guadalupe
ha sido mucho más anti-imperialista que todos los discursos de los políticos
del país». ¡Pero no es suficiente! Se están produciendo
en la actualidad una erosión y una asimilación que reclaman una
identidad cultural capaz al mismo tiempo de perdurar y de cambiar, de convertirse
en fuerza propulsora de nuevas formas de desarrollo humano y social.
¿Por qué identifica en la tradición católica una de las bases
fundamentales para el renacimiento no sólo de América Latina, sino
de toda América?
Es necesario tener en cuenta el peso de los números. El cincuenta por
ciento de los bautizados en la Iglesia católica en el mundo entero a comienzos
del nuevo milenio provienen del continente americano, y en su gran mayoría
de América Latina. La Iglesia de EEUU, de la que muy pronto la mitad será de
origen hispano, está llamada a afrontar con realismo, inteligencia y valor,
más allá de sus debilidades y amenazas, es decir, partiendo de
Cristo, los grandes desafíos que se abren en las fronteras del progreso,
en la responsabilidad del poder y en el camino de una auténtica libertad
y democracia para todos, según los deseos de dignidad, libertad y felicidad
que la nación norteamericana lleva inscritos en su constitución.
Y al mismo tiempo el Papa llama a mirar hacia el Sur, a un continente de tradición
cristiana donde coexisten grandes asimetrías de poder y las mayores desigualdades
de todo el planeta. ¡Hay muchos muros que derribar! Sin embargo, en el
Sur no encontramos un pueblo abatido, disperso, destruido tras un sinfín
de sufrimientos e injusticias, sino vivo, consciente de su dignidad, sabiduría
de la vida y esperanza que radican en la tradición y piedad católica.
Es tarea de la Iglesia latinoamericana mostrar concretamente que el catolicismo
no se reduce hoy necesariamente a minorías en diáspora, sino que
se expresa, por gracia misericordiosa de Dios, en la realidad histórica
y cultural de un pueblo portador de verdad, justicia y esperanza. En la presencia
cristiana y el diálogo interamericano se concentran de forma singular
los grandes retos históricos, tanto seculares como eclesiales, de nuestro
tiempo.
* El libro fue también publicado en lengua italiana, con el título “Una
scomessa per l’America Latina” (Ed. Le Lettere, Florencia 2003).
Se publicará próximamente una versión ampliada y actualizada
en España.