Uganda Recuerdo del doctor Piero Corti
La noble contienda del doctor Corti
En África desde 1961, donde fundó un hospital misionero: el St.
Mary’s Lacor Hospital, un milagro en medio de la pobreza de la región
ugandesa de Gulu
Chiara Pierotti
«La estrella resplandeciente de Lacor se desvanece». Con este titular anunciaba
uno de los periódicos ugandeses más importantes, The New Vision,
el fallecimiento del doctor Piero Corti, misionero italiano de 78 años
(los cuarenta últimos transcurridos en África) ocurrido unos días
antes. El doctor Corti estaba considerado (todavía sigue estándolo)
un héroe nacional. El lunes de Pascua, al día siguiente de su muerte,
todos los medios de comunicación ugandeses comunicaban la triste noticia.
Sus restos mortales llegaron a Entebbe procedentes de Italia el 23 de abril y
durante tres días fueron velados por familiares, amigos, médicos,
conocidos, máximas autoridades eclesiásticas y civiles, representantes
de Italia y, sobre todo, su querido pueblo Acholi, que lo veló durante
todo un día y una noche antes de recibir sepultura en el mismo hospital
que fundaran los combonianos y que él convertiría en el actual
St. Mary’s Hospital. Descansa ya junto a su mujer Lucille Teasdale (cirujano
canadiense, fallecida en 1996 tras contraer el SIDA durante una de sus miles
de intervenciones quirúrgicas realizadas en el Lacor Hospital durante
los años de la guerrilla) y junto al doctor Matthew Lukwiya, subdirector
del hospital (fallecido en el 2000 a causa del Ébola). El funeral fue
muy emotivo entre ceremonias oficiales, oraciones, vigilias, bailes y cantos
locales, pero sobre todo por la masiva participación de miles de personas.
Para tal ocasión, un grupo de danza bailó el Mill-liel a ritmo
de tambor, un ritual reservado sólo a los jefes de la etnia Acholi. Durante
la homilía del oficio fúnebre en la catedral del Gulu, el obispo
recordó cómo el doctor Corti, a pesar de su carácter estricto,
actuaba como Cristo dice en el evangelio: lo que hagáis al más
pequeño de mis hermanos es como si me lo hicierais a mí (Mt 25,
40). Un hombre así impele a preguntarse por qué un médico
de familia acomodada de Brianza decide pasar su vida lejos de su amada tierra,
aceptar la lejanía de su hija que desde muy pequeña regresa a Italia
y llorar en África la muerte de su amadísima esposa, Lucille. Una
educación cristiana como apertura al mundo y una (probablemente innata)
pasión por África llevaron al doctor Corti, especializado en pediatría,
neuropsiquiatría y radiología a decidir en 1961 irse a África,
acompañado por su futura mujer, Lucille Teasdale, y establecerse en Gulu
para trabajar en un pequeño dispensario gestionado por monjas combonianas.
De este modo, año tras año, con muchos sacrificios, la ayuda de
amigos y familiares italianos y al final sostenidos económicamente por
la propia Fundación Lucille y Piero Corti, lograron construir un hospital
misionero, el St Mary’s Lacor Hospital. El centro cuenta con unas 570 camas,
unas 200.000 visitas ambulatorias y unos 25.000 ingresos hospitalarios al año,
y está ubicado en una zona rural al norte de Uganda, territorio de Acholis
y rebeldes, atormentada por el SIDA y la ya famosa epidemia de Ébola.
Lo que llama la atención del Lacor Hospital, aparte de la pulcritud y
la eficiencia del personal sanitario, es la entrega que todos muestran hacia
sus enfermos. Es como si la frase «nuestra vocación es salvar vidas»,
tan repetida por el doctor Matthew durante el duro trabajo de contener la epidemia
de Ébola, hubiera penetrado profundamente en muchos de ellos. Esta dedicación
que manifestaba el doctor Matthew al afrontar su trabajo de médico en
estos confines perdidos de África se la había transmitido el doctor
Corti. Así lo subrayaba The New Vision citando una frase del obispo de
Gulu: «Amó profundamente a la gente, como podía verse en
la manera de ejercer su profesión de médico. Quiso a Uganda hasta
el punto de negarse a abandonar el país durante el difícil período
de la dictadura de Amin y las recientes guerras rebeldes». Incluso en los
momentos más duros de la guerra, cuando la embajada italiana solicitó la
repatriación de todos los italianos, que habría conllevado la clausura
del hospital, el doctor Corti se negó a irse y permaneció entre
los que ya eran para él su gente, los Acholi, y por ello ahora le consideran
uno de los suyos: «Ahora somos huérfanos también de padre.
Primero murió Lucille, después Matthew y ahora Piero» - son
las conmovedoras palabras de una de las enfermeras -. Esta sensación de
tristeza y orfandad se respira en el aire, aunque para todos resulta evidente
que la obra y el trabajo pueden y deben continuar. El gran desafío que
se nos plantea a todos los que trabajamos en el Hospital, sea de manera temporal
o definitiva, es el de seguir la obra empezada por su fundador, manteniendo el
espíritu original de misión, dimensión esencial de la experiencia
cristiana. Decía san Pablo, «aunque reparta todos mis bienes y entregue
mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada soy», porque sin caridad,
el trabajo del “misionero laico” corre el riesgo de convertirse en
un fin en sí mismo y no en instrumento de la acción de Dios. Como
reza el cartel que notificaba su muerte (en Italia se acostumbra a dar aviso
de las defunciones poniendo un cartel en las parroquias y edificios públicos,
ndt.), el doctor Corti «ha competido en una noble contienda, ha llegado
a la meta en la carrera y ha conservado la fe» (2Tim 4, 7).