Un recorrido a partir
de la experiencia
Javier Prades
El punto de partida de Giussani es la pregunta por el propio yo ¿Quién
soy yo? Yo que estoy aquí hablando, ¿qué soy? Esta misma
pregunta quizá resulta más interesante a veces cuando es la pregunta
por un tú que suscita la curiosidad por su misterio. ¿Quién
eres tú? ¿De qué estas hecho tú que me atraes? ¿Quién
eres tú que tienes un modo de vivir que es más correspondiente,
más atractivo? Partimos de este misterio que soy yo, que eres tú,
que somos cada uno de nosotros percibido en primera persona.
De este modo, se puede describir la experiencia de la libertad. De una manera
muy sencilla se dice que es la experiencia que tenemos cuando se produce la satisfacción
de un deseo. Por eso, el camino de la libertad para un hombre cristiano - se
podría evocar el famoso «desiderium naturale videndi Deum» de
santo Tomás - arranca del deseo. Es el deseo que Dios ha inscrito en nuestro
corazón y que se despierta en el encuentro con la realidad, que te atrae.
El corazón tiene una exigencia totalizadora, infinita. El deseo que nos
constituye no es cualquier deseo reconducible a objetos limitados, es el deseo
del infinito que alimenta nuestra vida. Por eso, sólo si es posible encontrarse
con una presencia infinita, con la Verdad, del mismo modo que encontramos las
cosas que nos satisfacen, cabrá experimentar en esta vida la felicidad
que es la libertad cumplida. En este libro se habla mucho de un encuentro histórico,
en el tiempo y en el espacio, con Jesús, con Quien hace ser todas las
cosas, con quien es la Verdad y la Vida.
Llama la atención que la posibilidad de ser feliz depende de que ese encuentro
no se desvanezca en el pasado a medida que transcurra el tiempo. Es necesario
que sea reconocible como compañía cotidiana para la vida, en la
cercanía de todos los días. El cristianismo no es sólo la
proclamación de ideas, aunque sean las correctas, sino que, tal y como
la tradición católica lo entiende, es esta sucesión viviente
de hechos, desde Juan, Andrés y Pedro, en una cadena viva desde el primer
día hasta cada uno de nosotros. Así se posibilita la sorpresa ante
esta respuesta que sacia el corazón porque siendo visible, concreta, historia,
es inconfundiblemente única por la correspondencia que suscita.
Ahora bien, si esta es la dinámica de la libertad, según la cual
es necesario adentrarse en lo real hasta su origen misterioso para que el corazón
descanse, la compañía cristiana hace posible realmente algo inaudito:
que la relación con las cosas que uno vive cada día sea la circunstancia
en la que el Misterio de Dios presente hace posible la libertad. Creo que esta
es la forma de describir la verdadera religiosidad humana, que Cristo no anula
sino que perfecciona. ¡Cuánto nos conviene alcanzar lo eterno en
el instante! Esa es la descripción del hombre como orante, como el hombre
que pide.
La intensidad del instante muchas veces se vive de un modo torpe, es frustrante,
o, digámoslo con su nombre, es pecaminosa. Muchas veces tenemos una sensación
de impotencia y de fracaso que nace justamente del tergiversar el instante, tergiversar
al otro, manipular las cosas de un modo que no obedecen a su destino. Por eso,
la gran contribución del hecho de que Jesucristo se ha encarnado es que
la Presencia del Misterio en el mundo tiene un valor redentor, es decir, sana
los corazones para que sean libres y traten todas las cosas de acuerdo con el
designio original. Las páginas de este libro que hablan del perdón
y la misericordia están entre las más bellas.