PRIMER PLANO
El lugar de Italia
Silvio Berlusconi sabe que no es suyo todo el mérito de la histórica firma que selló el pasado 28 de mayo, en Pratica di Mare, los términos de una alianza OTAN-Rusia impensable para muchos hace algunos años. Sí es mérito suyo haber captado el momento oportuno - y esto es inteligencia política - para acelerar el diálogo EEUU-Rusia. Como cómplice, aquel 11 de septiembre que arrojó al mundo en el terror de los atentados suicidas de cuño islámico. De esta forma Italia ha abandonado el papel de espectadora de los asuntos del mundo al que parecía condenada por los problemas internos de los últimos diez años. Andreotti y Craxi son los que dieron los últimos pasos de la política exterior italiana; después... el silencio. Italia parecía condenada a un papel marginal sobre el tablero internacional, incluso el europeo. Distensión Este-Oeste, cuestión palestina, cooperación internacional, todo parecía dañado.
En los años 70, 80 y 90 Europa, el Mediterráneo, el Este y el Oeste han cambiado profundamente, entre distensión y terrorismo, en una trama en la que Italia ha tenido una posición fuertemente dinámica. Fueron los años de Andreotti como presidente del Consejo o ministro de asuntos exteriores, que mantuvo las relaciones con el tradicional aliado americano, pero también un diálogo estrecho con la Unión Soviética, comprometido en perseguir una política de colaboración con los aliados europeos sin resignarse a la imposibilidad de una convivencia pacífica y cooperante con los países del Mediterráneo. Después, como ya se ha dicho, el silencio.
Quizá por esto nadie habría apostado por Berlusconi cuando se hizo cargo de las relaciones exteriores italianas después del brusco abandono del ministro Ruggiero. Muchos pensaron que el neófito de la política cosecharía incumplimientos y fracasos, y que, como mucho, se alinearía con Francia y Alemania, naciones que destacan en una Europa dividida y en litigio. Sin embargo no ha sido así. Frente a la defensa del statu quo Berlusconi ha preferido una iniciativa directa de Italia, quizá como recuerdo de la tradición diplomática que desde De Gasperi llegaba hasta Andreotti y Craxi. Renovada la elección de amistad con EEUU - especialmente después de la caída de las Torres Gemelas -, ha recorrido el camino de una nueva relación directa con la Rusia de Putin, ofreciéndose como mediador entre las dos superpotencias. Desmiente así a los profetas de desventuras, que después de la victoria en las elecciones del 18 de abril de 2001 habían preconizado una Italia fuera del mundo.
El éxito de Berlusconi ha mostrado que hay un sitio para Italia, lo que ha llevado al presidente Andreotti, el hombre más experto en materia de política exterior que hay en Italia, y no sólo allí, a afirmar que esta «estación intermedia de un recorrido que está por construir» debe ser contemplada con «confianza y satisfacción». O, como escribió Enzo Bettiza en La Stampa del 29 de mayo, «los anales futuros tendrán que registrar la contribución especial, inesperada, ofrecida por el gobierno italiano y por su presidente y ministro de asuntos exteriores a una operación política y logística cuyo espesor internacional es abiertamente reconocido por todas las partes: desde Tony Blair hasta los dirigentes de la oposición autóctona».
Finalmente, el éxito italiano plantea una pregunta a la Unión Europea: ¿encontrará la ampliación de la OTAN a Rusia una Europa menos preocupada por los intereses nacionales y más abierta a afirmar elementos comunes que hagan de ella un interlocutor creíble y autorizado en la escena de un mundo en continuo cambio?
Traducido por Belén de la Vega