editorial
Hacia el Meeting de Rímini
Entramos en el corazón del verano, que supone un tiempo de descanso deseable para todos, puesto que el Creador mismo descansó el séptimo día.
Se cierra un curso particularmente denso en acontecimientos y cambios: los atentados del 11 de septiembre y la guerra que se originó después, la larga tragedia de Oriente Medio, el final de la división entre Este y Oeste y la integración de Rusia en la OTAN, el cambio de orientación política en Europa, los conflictos entre Norte y Sur del planeta, la inmigración masiva y sus consecuencias todavía indescifrables, el terrorismo con sus misteriosas redes y el séquito impresionante de actos de violencia juvenil y abusos con los pequeños.
Todos deseamos tomarnos un respiro e irnos de vacaciones para saborear un espacio de libertad. El problema quizás estriba en que, una vez libres, estamos vacíos, no sabemos como ocupar ese espacio. Nos entra la sospecha de que sería mejor si los hombres no fueran lo que son y si la historia no creara tantos problemas. Pues entonces, ¡que lleguen las vacaciones como una distracción en medio del mar embravecido (o inmóvil como una balsa de aceite, lo cual viene a ser lo mismo) que es la vida!
Pensamos así, sin decirlo en voz alta, tumbados bajo una sombrilla o esperando salir de viaje. Lo mismo piensan muchos filósofos, personajes públicos y periodistas. No se puede soportar la historia, ni tampoco a los hombres. Mejor evitar todo lo feo y contemplar la belleza. Pero a fuerza de evitar y de quitar de enmedio, nos queda muy poquito: la belleza resulta ajena a la experiencia humana o propia de instantes fugaces, como una bandera que ondea sobre la nada. Al buscar instantes perfectos dentro de una historia imperfecta, confiamos en normas, leyes, dietas, magos y expertos que nos sanen del vicio que tenemos de ser hombres.
La mayoría cree que la vida no conduce a ningún bien ni belleza definitivos. Por ello, ansia e insatisfacción (y la consecuente esterilidad) determinan el sentimiento de las cosas. Pero, a pesar de todo, permanece en el fondo un agudo deseo de encontrar descanso en algún lugar (es lo que todos esperan de las vacaciones).
El Meeting de Rímini es una forma fuera de lo común de irse de vacaciones. ¡Y un gran trabajo para quienes lo organizan! Para muchos de ellos es un tiempo libre empleado sin despedirse de su cerebro. Más aún, es una ocasión donde encontrar una propuesta interesante a la que pueda adherirse la libertad.
El lema de este verano es particularmente acertado: El sentimiento de las cosas y la contemplación de la belleza, no se contraponen ni se niegan recíprocamente. No existe un tiempo de esfuerzo ciego y uno de distracción ligera. En la historia han existido y existen hombres que advierten la belleza dentro de su experiencia y que saben descubrirla a su alrededor sin por ello censurar nada. Existe un pueblo cuyo rasgo distintivo es advertir esta oportunidad. Un pueblo que no parte de un «espero que el mundo tenga que ver conmigo lo menos posible». Un pueblo que hace un juicio radicalmente diferente sobre lo que es el mundo, porque pertenece a una realidad histórica diferente de todas las demás: la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo. Pertenecemos a una realidad que no es fruto de la fuerza del hombre, sino del Misterio que crea la tierra y ensalza los cielos. Un Misterio que se inclinó sobre nosotros los hombres y abrazó nuestra fragilidad y nuestro deseo con la vida de su Hijo. El Meeting, con sus exposiciones y espectáculos, los debates, el trabajo y la compañía, representa un fuerte desafío en esta hora del mundo y una ocasión para todos de hacer las cuentas con su vida.
¡Buenas vacaciones!