PRIMER PLANO
Los ríos subterráneos
En el año 59 comienza a difundirse Sintaksis, la primera revista clandestina rusa. Una colección escrita a máquina de poesías de distintos autores que tuvieron, en su mayoría, un destino trágico. Después de Sintaksis siguieron numerosos almanaques y colecciones literarias difundidas a través del samizdat
GIOVANNA PARRAVICINI
Precisamente en Moscú, entre los jóvenes que en el 58 habían comenzado a reunirse en torno a la estatua de Majakovskij, fue donde nació el samizdat, es decir, el mecanismo que permitía una circulación libre y clandestina de textos, con riesgo y peligro hasta para los lectores. El resorte que impulsó este fenómeno fue el descubrimiento de la propia identidad, de la propia libertad («... Cada intervención dejaba una inexpresable sensación de libertad, de regocijo, había algo místico en esta lectura de versos en la ciudad de noche, a la luz rala de las ventanas, cuando se retrasaba el trolebús. No podía pasar todo esto sin dejar huella, tanto que había dejado de ser un divertimento inocuo», recuerda Bukovskij). Fue también el descubrimiento de la existencia de maestros, de padres, de las raíces profundas que les conectaban con un pasado del que el poder soviético había tratado de ocultar cualquier huella.
Nace el samizdat
Un proceso inicialmente espontáneo, salvaje, se convirtió enseguida en una especie de institución alternativa a la oficialidad.
La primera revista samizdat, Sintaksis, que apareció en 1959 dirigida por Aleksandr Ginzburg, era una colección escrita a máquina de poesías de distintos autores, que por distintos motivos no habían sido autorizadas por la censura o ni siquiera se habían intentado publicar. Entre los autores figuraban poetas famosos, publicados con bastante difusión en la URSS, otros que eran publicados muy escasamente, y otros en cambio que eran conocidos exclusivamente a través de los circuitos no oficiales (como Brodskij, por ejemplo). Aquí aparecieron por primera vez poesías como Soldadito de papel de Okud_ava, o Cuando gritan «¡Hombre al agua!», de Sergej Èudakov.
Esta colección tenía un título preciso, Sintaksis; en la cubierta se leía el rótulo «n.1» (es decir, quería ser un periódico) y figuraba el apellido de su redactor: se trataba por tanto de un gesto plenamente consciente, que rechazaba abiertamente el anonimato y la clandestinidad. Hoy es difícil captar todos los matices de la importancia de este evento, pero para los lectores de entonces estaba clarísimo: la publicación de Sintaksis fue una especie de Declaración de independencia del proceso cultural. También los órganos lo comprendieron bien: en 1960 Ginzburg, que estaba preparando el cuarto número de la revista, fue arrestado con la acusación de «propaganda antisoviética», y condenado a dos años de reclusión en un campo de concentración. Pero Sintaksis había abierto el camino: siguieron muchos otros almanaques y colecciones literarias, difundidas a través del samizdat.
Los maestros
Los jóvenes de la plaza Majakovskij no eran unos desarraigados: la desolación del «realismo socialista» había sido precedida por una época fúlgida para la poesía rusa, el llamado «siglo de plata», que había visto surgir y florecer corrientes poéticas (simbolismo, acmeísmo, futurismo, imaginismo...) y extraordinarias figuras de poetas, que tuvieron en su mayoría un destino trágico: Gumilëv y Kljuev fueron fusilados, Mandel tam murió en un campo de concentración, Esenin, Majakovskij y Cvetaeva se suicidaron; Bunin, Chodaseviè e Ivanov murieron en el exilio, Achmatova primero (en 1946) y Pasternak después (en 1958) fueron sometidos a furiosas campañas denigratorias por las altas instancias. Durante decenios ninguna de sus obras fue publicada, o al menos muy raramente, en tiradas limitadas, con excepción de Majakovskij (para aniquilarlo se usó otro sistema: fue proclamado «el poeta mejor y más genial de la época soviética», transformándolo así en un ídolo literario). Pero incluso en los años más duros, poetas prohibidos o semi prohibidos, muertos hacía tiempo o vivos hasta los años 50 (Pasternak y Achmatova), que habían seguido escribiendo, encontraron aquí lectores y admiradores. Poesías y poemas nacidos de su pluma pasaban de mano en mano, transcritos a mano o escritos a máquina.
Construir el propio castillo
¿Qué es lo que aglutina las múltiples corrientes que forman el samizdat, desde los versos de los grandes poetas del siglo XIX y de los jóvenes de los años 50, a los trabajos informales y las canciones de cantautores que expresaban de formas distintas el mismo grito humano? ¿Cuál es su espíritu profundo? Una clave para comprenderlo puede ser esta imagen de Bukovskij:
«... En la muchedumbre, en una situación extrema, vence el instinto de autoconservación. Ella puede sacrificar a una parte esperando salvar al resto, puede disgregarse en grupos buscando la salvación. Y es precisamente esto lo que la pierde. - ¿Por qué precisamente yo? - se pregunta cada uno dentro de la muchedumbre. - Sólo no puedo hacer nada -.
Y perecen todos.
Entre la espada y la pared, el hombre reconoce: Yo soy el pueblo, yo soy la nación. No puede echarse para atrás, y prefiere la muerte física a la espiritual. Y, cosa extraordinaria, al defender su propia integridad defiende al mismo tiempo a su pueblo, su propia clase o partido. Estos son los hombres que conquistan el derecho a la vida para la propia comunidad, aunque quizá no sean conscientes de ello. - Si no lo hago yo, ¿quién lo hará? - se pregunta el hombre que está entre la espada y la pared.
Y salva a todos.
El hombre empieza así a construir su propio castillo».