MINSK
Tras las huellas de Cirilo y Metodio
Encuentro periódico en Minsk, Bielorrusia, sobre cultura y testimonio cristiano. Un lugar de diálogo entre personalidades del mundo católico y ortodoxo, nacido de la paternidad del metropolita Filaret, que desde 1995 ha implicado también a Russia Cristiana
Giovanna Parravicini
El Centro de formación cristiana Santos Cirilo y Metodio, en colaboración con la Iglesia ortodoxa local, la Universidad de Humanidades de Bielorrusia y prestigiosas instituciones estatales como el Ministerio de Cultura, convocan anualmente un encuentro para abordar el tema de la cultura y el testimonio cristiano. Una sinergia verdaderamente compleja, si pensamos en la difícil situación económica y política del país, y en las tensiones en el diálogo ecuménico. Un diálogo que, a pesar de las inevitables diferencias, no sólo se sostiene, sino que se consolida año tras año, gracias a la presencia de un núcleo vivo de amigos en torno a la paternidad del metropolita Filaret.
Esta amistad lleva unos años dando frutos a través de diversas coyunturas: los cursos que Jean-François Thiry imparte en la Facultad de Teología, los encuentros de Escuela de comunidad con estudiantes y profesores, los intercambios culturales con Russia Cristiana y la colaboración estable entre la Biblioteca religiosa de Moscú y el Centro de Minsk. Más allá de las iniciativas comunes, lo que aquí se respira es una unidad real que supera las dificultades existentes en el diálogo ecuménico.
Persona y secularismo
El encuentro de este año, que tuvo lugar del 24 al 26 de mayo, tocó un punto neurálgico para la presencia cristiana hoy: la vocación de la persona dentro del mundo actual, caracterizado por la difusión del secularismo. Un trabajo muy intenso en el que participaron profesores del mundo académico bielorruso, personalidades ortodoxas y católicas, invitados procedentes de Occidente y de todo el mundo eslavo (Ucrania, Rusia, Polonia), y que ha contado también con la contribución de los estudiantes. En total un centenar de participantes, que se agruparon en sesiones plenarias y en equipos de estudio por temas y disciplinas. Y como cierre, una mesa redonda que reunió a todos - profesores, estudiantes e invitados -, y que tuvo también reflejos muy concretos y personales, a veces incluso dramáticos: ¿qué tiene qué decir la fe, la experiencia cristiana, al mundo y a la cultura de hoy?, ¿cómo llegar con el anuncio cristiano hasta una humanidad que parece haber abandonado la pregunta por el significado, anegada como está por la violencia o por la indiferencia?
Entre los muchos aspectos que se trataron hay que destacar el reclamo al espesor de la experiencia, la única que nos permite recuperar todo el peso de las palabras. Lo subrayó en particular Aleksandr Filonenko, profesor de la Universidad de Charkov (Ucrania), recordando no sin cierto humor haber comprendido hasta el fondo el significado de la palabra gololed (la helada que, en invierno, transforma las calles en planchas de hielo) únicamente después de haberse caído cuatro o cinco veces seguidas. «Bien, pensad que nosotros tratamos de la misma manera palabras mucho más vitales, como libertad, amor, verdad... creyendo durante toda la vida que las sabemos, pero en realidad sin haberlas conocido a través de una experiencia».
Educación y misión
Se concedió amplio espacio al problema de la educación, de la relación maestro-alumno, tema sobre el que dialogaron Ivan Lupandin, de la Universidad Humanística de Moscú, el padre Ianuarij, de la Academia teológica de San Petersburgo, y Svetlana Paniè, profesora en un instituto superior de Kiev. La intervención del Padre Scalfi fue especialmente apreciada por la relación que hizo de los criterios que le impulsan y la historia de su obra ecuménica y misionera en los países de la ex Unión Soviética; una obra que puso las bases de muchas iniciativas surgidas después de la perestrojka. El padre Scalfi ve las raíces de este florecimiento en el encuentro con el carisma de don Giussani, que dio aliento y verdad a la pasión de toda su vida. Es precisamente en la encrucijada de un encuentro que a todos nos ha provocado de un modo u otro en donde podemos reconocernos amigos, comprometidos juntos en recorrer la aventura de la vida. Así cobran realce las palabras pronunciadas por un obispo ortodoxo ruso del siglo XIX: «Nuestras barreras humanas no llegan hasta el cielo», es decir, hasta la esencia de las cosas.