Dante poeta de la experiencia
Habla de cristianismo como de una aventura desconocida para el mundo contemporáneo: algo que sucede en el presente y alcanza al hombre a través de rostros y palabras. Mucho más que una docrina o un mero hecho del pasado
ANTONIO SOCCI
Hay un precioso terceto de la Divina Comedia que describe el instante de la Anunciación como el momento en que por fin el Cielo se abre y llueve sobre el mundo una paz desconocida en la historia humana, que hasta entonces había sido una horrenda carnicería: «El ángel que baja a tierra con el decreto/ de la largamente añorada paz/ que abriese el cielo de su prolongado veto...». [Adviértase, en el endecasílabo central «de la moltánni lácrimata páce», la serie de los acentos todos sobre la a, hasta el último, que cae en pace, que da la sensación musical del reposo y del abandono confiado].
Es el anuncio cristiano, la noticia de un evento, del nacimiento del Hijo de Dios. Pero para Dante el cristianismo no es sólo el anuncio de un hecho histórico acaecido hace 2000 años. Es algo que sucede en el presente alcanzando a un hombre a través de rostros, palabras y ojos verdaderos, y lo llena de asombro.
Se aprecia claramente en ese paso de la Comedia en que Dante encuentra al fin la mirada de Beatriz (Purg. XXXI). Dante es el hombre que se había perdido, que se había caído en la oscuridad de una existencia acorralada y angustiosa, sin sentido, aun siendo un florentino del siglo XIV, es decir, un cristiano. Su desesperación en la selva oscura, era una desesperación post-cristiana, no pre-cristiana; la desesperación de un hombre que sabía el cristianismo y sus dogmas y todo lo demás y, a pesar de ello, había terminado en la desesperación. Tal vez por esto era aún más terrible: porque la bondad y la belleza de una historia pasada, del haber visto, del haber sido cristiano, no lo salvaba del vertiginoso extravío del presente, y esta desesperación es mucho peor que la que vive quien no ha conocido a Cristo.
Cadena humana
Permanece en esa condición de hombre perdido y aterrorizado ante la vida hasta que un encuentro imprevisto le alcanza en aquella selva oscura. A través de él, una especie de cadena humana le toma de la mano proponiéndole hacer otro viaje, acompañándole con afecto paternal a mirar a la cara, hasta el fondo, el mal en el que está inmerso para después levantar la mirada y el corazón hacia la salvación.
Cuando, en la cima del monte del Purgatorio, Dante sea confiado a Beatriz - por intercesión de la cual se ha formado la cadena humana que le ha aferrado - y mira sus ojos, encontramos un paso enigmático que creo no ha hallado una explicación exhaustiva en los comentarios de los dantistas. Es el momento en el que Dante se dice maravillado por lo que ve en los ojos de Beatriz.
Se debería reflexionar largamente acerca de los comentarios insatisfactorios de ciertos pasajes de la Comedia, como éste. En general, ante los puntos oscuros del poema de Dante se acaba recurriendo a hipótesis extravagantes o esotéricas. Últimamente se ha llegado incluso a hacer de Dante un islámico (y antes aún un iniciado, además de un templario y otras muchas cosas). La única idea que no se tiene en consideración es que fuera un cristiano y que en esto debe buscarse la explicación de ciertos versos oscuros.
Hipótesis excluida
En resumen, se intenta de todo, pero excluyendo de antemano o minusvalorando drásticamente la hipótesis más racional y filológicamente correcta: el cristianismo. Como es habitual en la cultura moderna, se archiva el cristianismo en la polvorienta biblioteca de lo ya sabido. Creemos saber ya de qué se trata y en el convencimiento de conocer su sustancia descartamos que contenga las respuestas para comprender a Dante. De hecho, aún más erróneamente, se cree que para Dante y para los cristianos del siglo XIV el cristianismo respondía a la idea del mismo que tiene el hombre medio de hoy, sobre todo el intelectual, que ciertamente no sabe nada de ello. A pesar de su infinita presunción, no sabe nada de cristianismo, de lo que Péguy definía «ese admirable mecanismo de precisión».
En realidad, bastaría una pizca de lealtad intelectual, un poco de precisión filológica, para comprender que Dante habla del cristianismo como de una aventura desconocida para nuestros contemporáneos. En la Epístola a Cangrande, por ejemplo, escribe explícitamente que su poema (o la aventura cristiana) tiene como objeto «sacar a quienes viven en esta vida del estado de miseria y conducirles al estado de felicidad». En esta vida. A la felicidad. Y, «¿por qué se hacen las revoluciones sino para alcanzar la felicidad?», observaba Pier Paolo Pasolini. ¿Qué otra cosa mueve todo el bullir humano sino el deseo de felicidad?
Fin práctico
La obra maestra de Dante se centra en esto. «No tiene una finalidad especulativa», aclara el mismo autor en la ya citada Epístola. Más claro que esto... Sin embargo, no se le ha entendido. No se le ha querido entender. Con el cristianismo de Dante estamos ante algo impensable y hoy desconocido. Sólo grandes filólogos como Erich Auerbach lo han intuido y se han puesto a la escucha laboriosa de la desconocida tradición cristiana para hallar explicaciones a esa admirable y divina comedia.
Otro importante filólogo, Paul Zumthor, ha formulado una valiosa advertencia: «Una primera evidencia salta a la vista: la lejanía de la Edad Media, la distancia irrecuperable que nos separa... La historia de la economía, de las instituciones y de las ideas permite reconstruir el trasfondo general de referencia en el que tiene lugar el contenido particular de cada texto; pero este contenido en cuanto tal nos resulta inaccesible por ese camino... la poesía medieval pertenece a un universo que se nos ha vuelto extraño, nos separa una ruptura, que es preferible considerar como un abismo insuperable en vez de fingir ignorarla». Una observación decisiva que se debería recomendar al lector que hoy se aventura tras el peregrino Dante con actitud humilde y curiosa, sin prejuicios, como la que deberíamos tener al asomarnos a un mundo desconocido.
Además, el caso de la Comedia es especialísimo. Dante reclama expresamente del lector una disponibilidad concreta (práctica) a hacer un camino verdadero, el mismo que el suyo, y por tanto una experiencia personal de conversión. Sin lo cual nos da a entender que se nos escapa el horizonte hermenéutico del poema. Creo que es un caso único en la historia de la literatura: un libro dentro del cual el lector entra como segundo protagonista. Donde, además, el protagonista habla con él como si estuviera presente allí, junto a él. Hay en la Comedia una veintena de pasajes cruciales en los que Dante interrumpe la narración y se dirige al lector para «pedirle que participe en las experiencias y sentimientos del poeta». Se trata de algo inédito y - como señala Auerbach - «de una relación nueva entre lector y poeta». Por ejemplo, «se ha tratado de interpretar el verso Oh, vosotros que en una barquichuela... (Par. II, 1) como un llamamiento dirigido a verdaderos compañeros de viaje, no a lectores de un libro».
Por lo demás, Dante declara abiertamente, justo al inicio del Paraíso, al comienzo de aquella experiencia de gracia: «Trashumanarse referir per verba/ no se puede; así pues baste este ejemplo/ a quien tal experiencia dé la gracia» (Par. I,70). Sugiere que no hay palabras que puedan expresar la experiencia de la gracia que exalta la humanidad, pero quien tiene la misma experiencia comprenderá lo que refiere a continuación.
Tomismo en verso
¿A qué experiencia se refiere? Los estudiosos creen saber perfectamente, pueden citar las definiciones de la teología tomista e inducen a creer que la Comedia en el fondo no es más que el tomismo en verso. Pero es el mismo Dante quien aclara las cosas. Cuando están en la cima del Purgatorio, en una gran escena dominada por la figura del grifo, que es mitad águila, mitad león, todos los comentaristas explican - justamente - que se trata de una metáfora de las dos naturalezas de Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios.
Ocurre que los ojos de Dante «a Beatriz vieron vuelta hacia la fiera/ que era una sola en dos naturalezas» (Purg. XXXI, 79). Aquí se verifica algo extraordinario. Dante, mirando directamente al grifo ve sus dos naturalezas, tal como aparecen en la definición doctrinal de la Iglesia. Así pues, ve la doctrina de la Iglesia. Pero, mirando a los ojos de Beatriz, Dante se da cuenta de algo asombroso: en su imagen reflejada en aquellos ojos, el grifo muestra bien una, bien la otra de sus dos naturalezas (Purg. XXXI, 121).
Los comentaristas no logran explicar esta escena en su significado profundo, que, sin embargo, aparece claro a quien tenga experiencia del cristianismo. Éste alcanza a un hombre del siglo XIV no como una serie de definiciones doctrinales custodiadas y transmitidas por la Iglesia, no sólo como doctrina, sino como un rostro amado (Beatriz) a través de cuyos ojos te alcanza plenamente la humanidad excepcional de Jesús y - haciendo experiencia de la misma - la evidencia de su plena divinidad. Exactamente como les sucede a Juan y Andrés, y después a Simón Pedro, a Felipe y a los demás.
Me parece que es esto lo que Dante quiere comunicar y la cultura moderna no quiere entender: que el cristianismo no es (sólo) una definición doctrinal, ni (sólo) un acontecimiento de hace 2000 años; es el encuentro hoy con una humanidad excepcional mediante la cual se experimenta literalmente lo divino, la divinidad de Cristo. «Imagina, lector, mi maravilla - anota Dante ante lo que veía en los ojos de Beatriz -. Mientras que llena de estupor y alegre/ mi alma ese alimento degustaba/ que, saciando de sí, aún de sí da ganas». (Purg. XXXI, 125).
(La Divina Comedia, Ed. Cátedra, col. Letras universales. Madrid, 1998)