En un sistema constructivista
«Los chavales no saben nada». «Estos chicos no respetan las normas». «La violencia escolar crece por momentos». «No se educa en los valores». Ante semejante panorama surgen espontáneamente ciertas preguntas. ¿Es esto todo? ¿Quién o qué ha generado esta situación? Y, más aún, ¿qué podemos hacer?
MARÍA DEL CARMEN CARRÓN
Aunque el problema de la influencia del constructivismo en nuestro sistema educativo afecte principalmente a la escuela, haremos algunas calas en la familia para que nos ayude a situarlo. Nunca se ha hablado tanto del cuidado de los niños basándolo no sólo en la buena voluntad de sus cuidadores sino en todas las ratificaciones científicas posibles: pedagogía, psicología, pediatría, etc. Y sin embargo, nunca se ha transmitido tanta inseguridad al niño. Quizás porque lo que le ayuda es, fundamentalmente, crecer en las certezas, y el descubrimiento de quién es él es la más importante. Vamos a abordar desde diferentes aspectos la experiencia que el niño tiene de sí mismo y de la realidad a través de una educación basada en el constructivismo, el sistema que prevalece hoy en el ámbito educativo.
Factor político-estatal
Parece un nivel con el que el niño no tiene ninguna relación. A los niños no les interesa lo político, lo consideran parte de lo social. Sin embargo, al Estado sí le interesan los niños y los jóvenes. Esto lo diría todo a favor del Estado si no fuera porque, desde hace dos siglos, este interés es bastardo: la educación está al servicio del Estado en lugar de estar el Estado a su servicio.
De hecho, en la cultura al uso, los términos políticos e incluso jurídicos, tal y como se manejan en las relaciones del adulto con el Estado, han acaparado la forma de expresar gran parte de las relaciones de la vida del niño: derechos, deberes, denuncias y reclamaciones.
Hoy los niños tienen derecho a todo, excepto a aquello que realmente les construye. Hanna Arendt - filósofa de origen judío alemán que huyó del nazismo a EEUU - sostiene que las relaciones de los niños con los adultos se plantean actualmente como una emancipación que dará continuidad a la lucha de los trabajadores y de las mujeres por alcanzar su autonomía.
Los conceptos de democracia y de igualdad de oportunidades son introducidos ficticia pero no ingenuamente en las relaciones educativas del niño. Y su peligro radica en que obligan a los niños a negar, en la realidad, diferencias evidentes e importantes, por ser políticamente incorrectas: dotados-no dotados, niños-adultos, docentes-alumnos.
¿Políticamente correcto?
Esta censura de los hechos hace un daño irreparable a la educación, ya que el terreno personal y social pierde protagonismo en función del Estado y su progresivo dominio. A menudo con arrogancia, el Estado se propone como el único factor capaz de educar. Los padres y profesores - responsables directos de los chicos - retroceden en su tarea específica ante un poder estatal que pretende uniformar los criterios educativos como si todos fuéramos iguales: niños, jóvenes, adultos, estudiantes, trabajadores, grupos y etnias.
Todos somos igualmente carentes de un rostro en el que los niños puedan reconocer a alguien que les educa y les ayuda a saber quiénes son. Pongamos un ejemplo. El ministro italiano de Educación, De Mauro, ante la pregunta «¿De qué se siente artífice?» - Italia está reformando su Ley de Educación -, responde: «De haber introducido un mecanismo nuevo. Tú, enseñante, el primer día de clase, debes observar a los alumnos uno por uno, tu tarea es acogerlos con sus defectos, con sus dolores, con sus incapacidades, sus estupideces, pero también con sus excelencias, para llevarles a los objetivos que yo, Estado Central, establezco».
Self-made man
Hay un factor social muy relevante en la formación de los niños. Hoy se les convence de que deben ser autónomos respecto a los adultos. Esta experiencia tiene lugar en algunos casos desde su más tierna infancia y en otros se va generando poco a poco, con la participación de padres y profesores conniventemente convencidos. Las Escuelas de Magisterio y medios de comunicación labran en los adultos esta convicción casi unánime. Y naturalmente este axioma no se cuestiona. Los niños deciden acerca de todo: marcas de ropa, video-juegos, lecturas, tiempo y programas de televisión, hora de llegada a casa.
El lema de estas relaciones sociales primarias es Haz lo que quieras. Esta varita mágica es capaz de evitar, por sí sola, conflictos generacionales: roto el lazo que une, ya no es posible transmitir nada de lo que se ha aprendido con fatiga a lo largo de la vida. El reclamo educativo del constructivismo va dirigido al hombre que se hace a sí mismo (self-made man).
Una terrible tiranía
Esta necesidad de autonomía creada en el niño o en el chico tiene dos consecuencias muy graves.
Al suprimir las diferencias entre niños y adultos y tratarse a aquellos como a estos, los primeros crecen solos, huérfanos y deben tomar decisiones que nunca hubieran debido tomar ellos solos, porque son incapaces de valorar las consecuencias que se derivan de estas decisiones. Si afrontan la vida solos, no debe extrañarnos que se pierdan: que sean violentos, que no estudien, que no valoren nada, en fin, que hagan lo que les dé la gana.
Abandonados por los adultos, pasan a depender de los iguales: esto no les hace más libres, sino que les deja a merced de una terrible tiranía. No es necesario esforzarse mucho para entenderlo. El poder que - para bien o para mal - tienen los amigos y las pandillas sobre los chicos es enorme, máxime cuando no tienen ningún lugar a donde acudir si no quieren incorporarse al grupo, ni tampoco pueden encontrar seguridad y protección en la experiencia y el criterio de los adultos, que es cuestionado continuamente. La violencia escolar con los compañeros ha llevado, en EEUU, a decisiones tan serias como las escuelas en casa: algunos padres se hacen cargo de la educación y la formación de un grupo de chavales amigos.
Niños de la llave
El niño no necesita un adulto que le imponga una responsabilidad mayor de la que puede sobrellevar. Hoy cuando casi nadie se responsabiliza de lo que hace, pedimos a alumnos de diez años, incluso de menos, que se responsabilicen de su comida, de su estudio y del tiempo que pasan solos en casa. Son los llamados niños de la llave.
Lo que el niño fundamentalmente necesita es la compañía de un adulto que le enseñe a afrontar la responsabilidad que le corresponde.
Cuando hablamos de escuela, nos parece obvio que esta institución defiende la cultura, sea cual sea su titularidad; fue creada para educar o, al menos, para enseñar a nuestros alumnos.
Sin embargo, si se suprime la diferencia entre niños y adultos, alumnos y docentes, dotados y no dotados, las consecuencias se sufren, fundamentalmente, en la escuela.
Factor educativo-escolar
El sistema educativo español hunde sus raíces en el constructivismo. Esta filosofía se basa en que el alumno debe construir su propio conocimiento: adquiridos los datos de la realidad - la cual es sólo una excusa - el alumno realiza el proceso de aprendizaje como tal. Por ejemplo, el alumno decide qué, cómo y cuándo quiere aprender; este axioma está bastante extendido en Educación Infantil. Si esto no es tratar al niño como adulto y obligarle a tomar decisiones cuyas consecuencias no puede prever, ¿qué es?
Si partimos de que todo es relativo y de que, culturalmente, no podemos tener certezas, el niño puede ser provocado a reinventar la ciencia sin que a nadie le extrañe. Si en este intento nos dejamos por el camino parte del legado cultural, o si la asunción que de él hacemos es falsa, pocos serán los que levanten la voz para pedir justicia. A menudo estos se ven silenciados por el Estado, cuyo único interés es que la educación perpetúe los principios que se establecen para todos.
¿Y los profesores?
Muchos de ellos son funcionarios: les paga el Estado y están a su servicio, no al de los alumnos. En este país compensa económicamente ser funcionario a media jornada. Eso significa aguantar las 18 horas semanales de clase, formalmente, saber que los chicos no aprenden, que nada cambia y que somos una pieza más del engranaje estatal.
Gran parte de los profesores sobreviven a la situación caótica de la educación cargando con las consecuencias de la autonomía favorecida en el alumnado, pero abandonan la provocación que supone educar verdaderamente: entrar en clase cada día preguntándose qué necesitan estos chicos.
En quienes siguen planteándose esta pregunta y tienen la exigencia de introducir a los alumnos en su tradición cultural, está
muy viva la preocupación por un sistema educativo más adecuado, donde la cultura ocupe un lugar preferente.